sábado, 3 de julio de 2010

Visite Baltimore 02: Avon Barksdale & Stringer Bell.

(Here be spoilers (de los grandes). Beware)



See, the thing is you only got to fuck up once. Be a little slow, be a little late, just once. And how you ain't gonna never be slow? Never be late? You can't plan for no shit like this man, it's life. Yeah. It scares me.

It's not about what happened. It's about what you do about what happened. You either play or get played.


- Avon Barksdale.



There's games beyond the fucking game.

This here game is more than the rep you carry, the corner you hold. You gotta be fierce, I know that, but more than that, you gotta show some flex, give and take on both sides.


- Stringer Bell.

A Avon y Stringer no se los puede entender si no se los toma en conjunto. Yo, al principio, no sabía muy bien quién era quién. Cuando comencé a ver la serie y no comprendía muy bien su historia, me parecía que era un tanto lenta, confundía a los actores y pensaba que eran uno solo. Me tomó un tiempo. Pero una vez que sucedió, el encanto de Avon y Stringer se reveló en la manera en que cada uno de ellos no podía subsistir sin el otro, en el modo en que habían llegado a ser los mayores vendedores de drogas de West Baltimore (otro detalle maravilloso de The Wire: la diferencia fundamental en bandas y barrios entre el oeste y el este, una lucha que tiene orígenes inmemoriales y fútiles) gracias a la inteligencia de uno y la ferocidad callejera del otro. Sin embargo, sus objetivos últimos los alejarán irremediablemente.

La historia de Avon y Stringer es, además, la demostración de lo imposible que es cambiar el negocio de las drogas e intentar pacificarlo, el modo en que la violencia contenida desde siempre en ese circuito a punto de estallar todo el tiempo se devora a quienes intentan modificarlo, rechaza una racionalización, su lugar natural son los códigos continuamente más sanguinarios de la calle.

Avon es un flaco de extremidades largas y trucha grande. Parece un luchador hindú capaz de estirar sus brazos y piernas. También parece un jugador de basket. Se mueve con suavidad y pereza, siempre relajado. Pero es el gangster de la dupla, el tipo que se hizo en las calles, el que seguramente primero comenzó en una esquina miserable con unos cuantos hombres y, en virtud de su fiereza comenzó a trepar hasta expandir su negocio para controlar la mayor cantidad del tráfico de drogas de West Baltimore. Sin embargo, nunca vemos ese ascenso (está es una de las virtudes de The Wire: no hay flashbacks, no hay explicaciones que recurran al psicologismo o al pasado de sus personajes, estos existen en la pantalla, y esos minutos de “presente” es todo lo que explican sus acciones). Cuando conocemos a Avon ya es el jefe, el capo, ya no toca droga, no mata a nadie y tiene millones en propiedades inmobiliarias. Siempre se habla de “cuanto se luchó” para conseguir todo esto, pero nunca se lo ve. Lo cual debería ser el primer indicio de que este ciclo está en su fase descendente.

Stringer es un morocho alto de complexión gorilesca que uno se imagina capaz de partir una espina en medio de un ataque de rabia. Siempre parece ligeramente crispado, tenso, moviéndose como un tejón. Siempre anda con las manos anudadas detrás de la espalda, con esa pose de jefe final arrogante y malísimo. Stringer es la cabeza económica de la dupla: el tipo que controla las finanzas, lava el dinero, hace los libros, maneja las fachadas, compra jugadores de basket universitarios para partidos contra los dealers de East Baltimore, ese tipo de cosas. Tampoco maneja droga y apenas armas (creo que no dispara ni una vez en la serie). Pero es maquiavélico. Es el tipo de persona que manda a asesinar al sobrino de su mejor amigo, mientras está en prisión, y por añadidura, mientras se coge a su mujer.

Sin embargo, como The Wire es una serie sobre las facetas de un diamante, dentro del mundillo en el que se mueve, Stringer es una fuerza positiva. Es un reformador social y económico que busca que el mundo de la droga se vuelva más racional, más ordenado, más similar a una economía “capitalista” (porque entiendan que si bien The Wire no defiende al capitalismo de mercado reinante, al que conducen todos los caminos de la decadencia y la entropía, el formato en el que se presenta al sub mundo de la droga es el más cancerígeno: genera más muertos, más cuerpos desechados, más perdidas, penetra y carcome los huesos de quienes lo sostienen y los deja limpios como una bañera bruñida). Stringer organiza a los traficantes, intenta que discutan las cosas como gente racional, centraliza la distribución de la droga, reparte la torta de un modo equitativo. Además, sueña con abandonar el negocio de la droga y ser un inversor respetable, con tener más propiedades y ser un verdadero hombre de negocios.

Stringer, por supuesto, no estaría en esta posición si no fuese gracias a Avon, quién evidentemente permitió, con su violencia, que llegase al poder. Pero Avon también es una fuerza positiva dentro de ese mundo. Avon es un traficante con códigos, de esos que creen que quienes venden no consumen y que la muerte tiene que ser dispensada juiciosamente. De los que creen en la lealtad de y hacia sus soldados.

Todo funciona bien mientras están en la cima, casi no hay derramamiento de sangre, son invisibles para el poder y la justicia… excepto para un policía rompepelotas de ascendencia irlandesa. Y en el momento en que su mundillo de la droga es invadido por las restantes esferas de la sociedad, no hay modo de que los dejen en paz. La investigación policial es también una infección que destruye los planes mejor dispuestos de los reyes de West Baltimore. Y asimismo, el camino hacia la respetabilidad se encuentra congestionado por tiburones que demostrarán a Stringer que podes ser el más grande en tu pecera, pero siempre va a haber estafadores mucho más peligrosos.

A todo esto se le agregará la amenaza interna de una nueva generación de vendedores y kingpins que no reconocen los mismos códigos de la vieja escuela, que están dispuestos a picar carne todo lo que haga falta para llegar a la cima. Y ésta es la punta de lanza que envía a Stringer y Avon hacia una debacle de proporciones griegas, hacia una guerra (porque otra cosa que tiene el reinado Barksdale es que la guerra es una figura casi legal, que tiene sus refugios, sus momentos y sus declaraciones) en la que nadie sale ganando y que se resume en la frase de Avon: “I ain’t no businessman like you. I’m just a gangster, I suppose. And I want my corners!”

La dicotomía básica que proponen Stringer y Avon es entre el comercio y la calle, entre la vía de las esquinas, de los paquetes, de la venta y las pistolas, y la vía de los trajes, de las clases de economía, de las inversiones inmobiliarias, los abogados y el lavado de dinero. El problema es que, de algún modo, su marca de origen los condena a dos destinos posibles: la muerte o la cárcel. La institución de la droga (“The Game”, para todos aquellos que lo habitan) no permite los saltos salvadores y blanqueadores ni el reinado permanente. La institución de la droga presupone siempre que lo más valioso es ella y el dinero que produce por sobre los planes y las estrategias de dos amigos de juventud tan complementarios como opuestos. El final de Avon y Stringer, entonces, parece arrancado de las páginas de un antiguo relato que habla del destino, de las parcas y de los hados indiferentes.

3 comentarios:

Ezequiel dijo...

culiao. spoilers. ta, me voy a empezar a bajar la serie y mirarla. puto.

jav dijo...

no se puede escribir sobre esto sin espoiler, zeq.

Mi escena favorita de Stringer es en realidad de McNulty, Cuando dice "Who the fuck was I chasing?" mientras sostiene la copia de "The wealth of nations" de Adam Smith que le pertenece a Mr. Bell

http://www.youtube.com/watch?v=YVJScIAdGNo

Unknown dijo...

Que buena serie, tus posteos me dieron ganas de verla de vuelta entera.

Mi personaje favorito es Bunk Moreland que tiene salidas geniales en casi todas las temporadas, aunque es dificil elegir uno.

Creo que lo que mas me gusta de la serie es que hasta los personajes mas miserables y condenados tienen sus momentos de dignidad y rebeldia, como esa inolvidable escena en la que el negrito dealer explota y se reputea con los profesores y se va del aula. O el yonqui que es francamente insoportable en su patetismo por cuatro temporadas y en la ultima se rescata y se vuelve casi indestructible.