1. The Living Monolith
Se sabe, se rumorea por los pasillos editoriales: no sos un verdadero fan de los comics de superhéroes si no querés, en algún momento de tu vida, escribir los 4 Fantásticos.
O sea, vamos, si no sabés PORQUE tenés que querer escribir los 4 Fantásticos, la verdad que puedo entender que seas uno de los miles de jóvenes infelices que se han vuelto fanáticos bajo la oscura contemporaneidad superheroica. Que te guste Stratosky, por ejemplo. Y que para vos los 4 Fantásticos sean una especie de pieza de museo herrumbrada, un comic seguro, familiar, Disney, maricón, del cual lo único que vale la pena son los chistes estúpidos sobre los miembros de los protagonistas.
Entiendo que en tu triste mundo de mutantes con garras y Avengers malvados y noir chino sin colmillos los Fantastic Four parezcan el abuelito venerable a quién nadie escucha. Pero estás equivocado. Seriamente equivocado.
El problema de escribir los Fantastic Four es: ¿cómo escribir el comic que hizo que Jack Kirby y Stan Lee inventarán el estilo BIG! MAD! ACTION!? Como superar, no, que superar, como aspirar siquiera a limpiarle las botas a tipos que en rápida sucesión te daban Annihilus, Dr. Doom, Black Panter, The Inhumans, Galactus.
Y, por otro lado, la dificultad emparejada es que los Fantastic Four también giran alrededor de ese concepto gastado, de popularidad decadente, que es la familia. Hoy en día la familia no rinde. Y mucho menos una familia como la de los FF que se quieren, a pesar de que peleen, que son un paradigma de normalidad y felicidad, inclusive a pesar de sus deformaciones. Lo interesante del concepto de este costado de los FF es justamente esto: toman el paradigma marveliano del personaje (defecto + heroísmo a prueba de balas= identificación outsider + aspiración del lector) pero lo toman como un punto de partida para algo que los trae aún más juntos. Los Fantastic Four son (junto con Capitán América) probablemente los únicos héroes amados de Marvel, los únicos que se aproximan más al paradigma DC. Y si bien el Capitán es fácil de encasillar en aventuras de guerra y espionaje, estos no. Estos solo funcionan dentro de un ambiente extremadamente fértil e imaginativo.
Son los únicos que no se sienten outsiders (bueno, Ben un poco si) porque lo que los une es tan fuerte y tan puro. La única manera en que esta contraparte ñona se puede vender a esa porción de la población que son los lectores de comics de superheroes, tipos cínicos y desagradecidos que prefieren la muerte al crecimiento, es con el dulce aditivo de que los Fantastic Four son EXPLORADORES DE LO FANTÁSTICO. Está ahí en el nombre. El primer comic que compré en mi vida estaba protagonizado por los Fantastic Four. Era un What If de cuatro historias. En cada una de ellas, todos poseían el poder que caracterizaba a uno de ellos. Y eran el reverso de su espíritu: 4 historias en su mayoría depresivas, qué, sin embargo, exploraban hasta el límite lo que significaba ser un aventurero que al mismo tiempo es una especie de explorador victoriano, mapeando nuevos territorios. Monster Island, todos tristes, Sue convertida en un Man Thing cualquiera al que le rodaba una lágrima. Shield, una historia de superespias invisibles. Cuatro antorchas humanas que parecen mas bien X-Men, feared and hated by the world. Era una zambullida completamente inesperada en el universo y en esos personajes y me marcó el cerebro para siempre.
Mark Waid lo captó muy bien en el primer número de ese run encantador, con dibujos de Mike Wieringo, que comenzaba con un Mister Fantastic que paseaba a los lectores a lo largo de las infinitas posibilidades de ser una familia que explora lo desconocido. ¿Y qué importa si ponen en riesgo su vida cuando aquello que encuentran es tan maravilloso? Reed Richards era de celuloide, un dibujito animado, y nos decía que jamás iba a morir mientras saltaba adentro de un átomo (no recuerdo la imagen, pero esa era la sensación: Reed Richards de ojos grandes y lustroso uniforme azul y quijada perfecta). Todo el run de Waid es, de alguna manera, un flirteo con la muerte que nunca llega. Doom es la perdición pero, a la vez, comienza a ser una especie de extraño miembro de la familia, al ayudar a dar a luz a Valeria. Y cuando finalmente la muerte llega (producto de Doom, como no podría ser de otra manera, que es como un catalizador, como un elemento ajeno que dinamiza las relaciones en la familia y genera cosas nuevas) Waid y Wieringo optan por una solución Deus Ex Creator que es sin embargo muy satisfactoria: Jack Kirby como Dios, dándole la vida de nuevo a The Thing con una movida de plumín.
Es que Waid juega todo el tiempo con la dualidad familia-fantástico que está en la base de los Fantastic Four. Y si uno lo piensa bien es una de las dualidades que se pueden encontrar en la base de la mayoría de los héroes de Marvel. Pero mientras en muchos de ellos la familia es una cosa perdida, o una comunidad construida en base a la necesidad, en los Fantastic Four es una elección, un regalo. Y, además, su etapa lidiaba con la familia más importante de todas, con los padres separados Jack y Stan, que jamás pueden estar muy lejos. Cuando un escritor llega a Fantastic Four, da vueltas alrededor de una serie de tropos y de personajes: Doom, Namor, los Frightful Four, Annihilus, casi ninguno se resiste a tomar el toro por las astas y escribir una historia con Galactus. La mayoría de estas historias son basura, porque lo único que quieren es recapturar el shock and awe de su primera aparición, pero sin percartarse de que ya no es la primera aparición de Galactus, que hemos perdido el aura en el camino, que las expectativas son diferentes y que ya no basta con ese gigante en casco purpura que juramenta comerse la tierra sino que ahora hace falta tener algo que decir sobre él, sobre su universo y sobre lo que representa. Que en otras palabras hay que ser personal en una industria que generalmente te pide que solo seas repetitivo, que vendas tu alma y recicles ideas y personajes.
O sea, es muy cruel: imagínate que sos un niño que crece leyendo comics entre cualquier momento de 1962 a 1983, ponele, que consumiste los Fantastic Four de Kirby y Lee, el producto genuino, que de alguna manera esas ideas y personajes entraron en tu cerebro y lo cambiaron para siempre, ocuparon un espacio de ideas que antes estaba vacante (y que podría estarlo para siempre). Yo, que estoy acostumbrado al comic de superhéroes posmoderno, no puedo ni siquiera imaginarme como debe haber sido leer una historieta que presentaba UN NUEVO CONCEPTO CADA NÚMERO, que estaba ahí, desplegando los ladrillos fundamentales de un nuevo universo frente a tus ojos. Como no vas a querer llegar ahí y volver a hacer todo eso, recapturar la gloria. Yo quisiera escribir de nuevo todos los comics de Grant Morrison, si pudiese y tuviese su genio. Lo cual es una forma de decir que escribiría cosas influenciado por su estilo y que reproduciría un estado de cosas, justamente lo opuesto a lo que Morrison representa. Y, sino, imagínate, que sos un creador ya distanciado de la época dorada, pero que tiene que enfrentarse con algo peor: con dos ídolos fundidos en bronce que proyectan su sombra sobre todo aquello que vino después. Incluso si sos un creador indie, tenés reverencia por Lee & Kirby, especialmente por los Fantastic Four. Entonces, ¿qué pasa con un título cuando tiene que vivir así: algo venerado pero raramente mejorado, una propiedad que duerme en la irrelevancia, como un templo cubierto de telarañas de granito?
Algo perdido en la jungla, un lugar al que se acercan los peregrinos a depositar su ofrenda simbólica y seguir viaje, que vende poco e impacta menos. De vez en cuando algún grupo urbanista se aventura en la selva y decide que es tiempo de renovarlo, que ahora colocarán ahí un shopping o un centro cultural o un parque aprovechable para toda la población, pero los colores están mal y el estilo es modernista y espantoso, no coincide con ese barroquismo energético de la puesta original, entonces arman un par de habitaciones mal pintadas, encima de lo anterior, lo deforman un poco y finalmente lo abandonan, de nuevo, en la jungla, y por algún misterioso poder ese espacio vuelve orgánicamente a su punto original, dejando lo de siempre: un hombre que se convierte en fuego, uno que se estira, uno de roca, una mujer que se vuelve invisible y algunos niños traviesos.
2. Jonathan Hickman y la angustia de la influencia.
Exactamente eso le esperaba a Jonathan Hickman al momento de tomar la serie, hace un par de años. En primer lugar, tenía que recoger los pedazos estallados de un experimento que salió bastante mal: el run de Mark Millar y Bryan Hitch en la Primera Familia. Fresquito de Ultimates, Civil War, creyéndose el dios en la tierra, Millar decidió que era hora de tomar la piedra angular del universo Marvel e imprimirle su magnífico y cool estilo. Aún recuerdo las entrevistas diciendo que en cada número iba a haber un nuevo personaje, que era hora de poner a los Cuatro Fantásticos en el panteón y el estrellato de Marvel Comics de nuevo, que basta de tratarlos como si fuesen el último orejón del tarro.
Y eso era lo segundo terrible: Hickman agarra los FF con Dark Reign, uno de esos status quo que parecen salidos de un libo de ideas prontamente reversibles.¿ A quién se le hubiese ocurrido que “los villanos dominan el mundo” podía durar más de 10 a 14 meses? ¿Y qué lugar le correspondía a un grupo de personajes amorosos y buena onda en ese lugar donde lo que era cool era ser Venom?
El run de Millar, además, no podía haber sido peor: lo que comenzó con grandes expectativas rápidamente fue deteriorándose hasta que Millar dejó los últimos números a la buena de dios, la historia que estaba intentando contar deshilachándose y sin importarle el final, con un Bryan Hitch (que cada día dibuja peor) que no llegaba los tiempos saltando como rata por tirante.
Y lo peor: la serie no tenía chispa, Millar intentaba ser cool y posmoderno pero tenía demasiado respeto, sabía demasiado bien de que estábamos hablando cuando hablábamos de los Fantastic Four y no podía burlarse de eso. Entonces tenía a Doctor Doom como antagonista final, tenía un Galactus muerto, pero Galactus al fin. La perfecta metáfora del run de Millar fueron todas sus declaraciones y pomposidad alrededor de la muerte cierta de Sue, la Mujer Invisible, solo para que al final sea una Sue del futuro, sin ningún tipo de consecuencia real para la historia y el mundo ficcional.
Y lo peor, lo que seguramente más le dolió a Millar fue el hecho de que no fue un éxito ni por cerca, que fue su primera serie que no llego a cifras astronómicas de ventas. Millar mismo pareció ir perdiendo el interés, al final, el Doctor Doom sobrevivía durante MILES de años sin una explicación muy clara, entre paneles, solo como un requisito para tener una vuelta de tuerca de último momento que lo involucre. Era perezoso y descuidado y poco inspirado.
Lo interesante que hizo Hickman fue que retomó todas las piezas que estaban desparramadas y comenzó a experimentar entre esos dos extremos que definen a los Fantastic Four: exploración y familia. Entonces, agarró algunos conceptos que había dejado desperdigados Mark Millar (un Galactus del futuro enterrado bajo Nueva York, el mundo paralelo adonde enviaron a los responsables de esto, unos Defenders futuros) y los modifica, casi te diría los evoluciona, para que encajen mejor al lado de los viejos conceptos de Kirby y Stan Lee. Trae de nuevo al Dr. Doom, desarrolla enormemente a Valeria Richards (creación de Claremont, expandida por Waid), comienza a repuntar un Franklin al que durante mucho tiempo se había reducido (por sus poderes inmanejables en una historia de ficción, poderes que provienen de la época Byrne) a ser solo un niño molesto, la serie comienza con Nathaniel Richards, el padre de Reed creado por John Byrne y que también aparece bastante en el ocaso de Tom Defalco. Hay cierta tendencia a hacerse eco de la aproximación holística que impuso Morrison en su trabajo con Batman, con la diferencia que la historia de los FF, por su creación y naturaleza, es mucho menos divergente en tonalidades y temáticas que la de Batman.
Y en gran medida esa consistencia tiene que ver con que FF gira alrededor de una familia. Nunca es muy FF si no están los 4 principales (más abajo discutiré, contradictoriamente, con esta idea al argumentar que Spider-Man funciona). O si faltan, la historia tiene que girar alrededor de esta falta, el agujero que deja y la manera en que nuevas incorporaciones (como cuando nace un nieto) agrandan la familia y rellenan el vacío y la tristeza.
Hickman refuerza ese microcosmos que balancea su rescate de viejas ideas y personajes al intentar darle una nueva vuelta y ampliar el universo en el que se mueven los cuatro protagonistas. Entonces vuelve Doom, pero es un Doom disminuido. E introduce cuatro ciudades destinadas a estar en guerra que abrevan en elementos de Namor, Annihilus, el Mole Man y los Inhumans, pero mezclándolas con otras cosas del universo Marvel como el High Evolutionary y los caballos cósmicos de Power Pack (si, caballos cósmicos) y las tortugas que cambian de forma que eran enemigas de ROM el robot-caballero espacial que Marvel licenció a una compañía juguetera en los 80. Y deforma tanto los aportes de Millar que parece a propósito.
El otro elemento consiste en la ampliación de la familia: Hickman inventa The Future Foundation, una apuesta a futuro de Reed que busca rejuntar a las mentes brillantes más jóvenes de su generación. Entonces hay un par de nuevos atlanteanos, un par de hombres topo evolucionados, el Dragon Man, ese androide de Diablo, mejorado para poder pensar y vuelto abstemio, Alex Powers, de Power Pack, un clon del Wizard. Se van a vivir al edificio Baxter y comienzan a pensar en formas de mejorar el mundo. Y ahí la dinámica comienza a cambiar para algunos personajes.
Si hay un tema en el run de Hickman hasta ahora es la tensión entre el cambio y la comodidad, el duelo entre lo correcto y lo altruista y lo familiar y lo egoísta y la posibilidad de modificar el mundo a coste de un gran precio: a cambio de aquello que te hace humano. En definitiva: ¿frente al universo gigante y ajeno y lleno de posibilidades, elegirías a tu familia? Esta dicotomía está planteada en el primer arco más claramente, en el cual Reed Richards se encuentra con un “concilio” interdimensional de Reeds que “han arreglado todo”: la hambruna, la guerra, los supervillanos, el mundo entero. Pero en los mundos de esos Reeds hay solo eso, Reeds, y no Fantastic Four de ningún tipo. Han abandonado todo aquello que los conectaba con las tristes vidas mundanas a favor del bien máximo. Entonces Reed huye y destruye el portal, el único incapaz de dejar de lado a su familia.
Otra cosa que está muy presente en estos Fantastic Four, que hace que sean bastante adeptos al paladar actual y que, una vez más, remite al Batman de Morrison (entre otros, claro), es su insistencia en “grandes actos”. El primero claramente está dado por los números que van del 570 al 588 y que culmina con la “muerte” de la Antorcha Humana. Este es una especie de armado de los bloques fundamentales y las novedades y remixes que Hickman va introduciendo en la continuidad de la Primera Familia. La segunda etapa se abre con el lanzamiento de FF (Future Foundation) y con el agujero que deja la desaparición de Johnny Storm. Agujero que cubren invitando a Spider-Man a unirse, en una movida que ha sido considerada controversial y antinatural por mucha gente, ya que destruye el concepto de “familia de sangre” que permea a los FF. Pero Spider-Man es una elección natural, es un amigo antiguo de la familia, el superhéroe favorito de Franklin (al menos hasta que su tío se sacrifica por él), amigo de Johnny Storm, con una relación casi de madre e hijo con Sue y capaz de seguir el tren de pensamientos de Reed. Aquí el nuevo status quo de Hickman se apodera de la serie introduciendo tensiones, especialmente con Ben Grimm. Y hasta el momento viene siendo un poco más decepcionante que la primera etapa, sobre todo por su lentitud (todo gira alrededor de un solo arco argumental). El tercer acto ya se vislumbra e involucra el relanzamiento de Fantastic Four con su número 600 (algo que era obvio que iba a suceder, dada la atracción de las compañías de comics por los números redondos) y especulación sobre el retorno de Johnny Storm (una muerte muy poco duradera, incluso para los estándares del comic).
Al mismo tiempo, este comic habla bastante de la circunstancia actual de los comics de superhéroes. Hickman está intentando hacer una serie fantástica y de “gran aventura” en un panorama donde predominan los superhéroes vistos a través de una lente de espías y agencias de gobierno, relacionados todo el tiempo con las agencias de poder y de control. Los Fantastic Four son superhéroes completamente independientes, filántropos, abiertos (¡tienen un maldito edificio!) y parte de su desincronía con el Marvel de Quesada tenía que ver con eso. Por otro lado, Hickman evidentemente tiene una potente relación de influencia con Grant Morrison, cosa que no es descabellada, ya que Hickman claramente, por su trasfondo y sus series anteriores a entrar a Marvel, se quiere presentar como un escritor de comics “inteligente” “de ideas”, que busca retorcer las franquicias en las que trabaja. A diferencia de Morrison, sin embargo, muchas veces sus ideas parecen meras florituras estéticas que se emparentan más con su trasfondo en el diseño que con un conocimiento cierto de cómo realizar una historia emocionalmente satisfactoria. Está aprendiendo, sin embargo, y el arco de la muerte de Johnny Storm y sus consecuencias demuestran bastante profundidad y emoción genuina. Volviendo al punto: uno de los personajes nuevos que introduce es el Anti-Priest, un sacerdote de la iglesia de Annihilus que quiere realizar una especie de “rapture” en la tierra que involucra la invasión y reconfiguración de los seres humanos como huéspedes para la raza insectoide de la Zona Negativa. Y este Anti Priest se parece mucho, pero mucho a… Grant Morrison. ¿Qué es lo que nos está diciendo acá Hickman? ¿Acaso que la tan cacareada idea de Mozz de que estamos en una etapa transicional hacia el ideal del superhéroe, que nuestros cuerpos pueden evolucionar y relacionarse con lo ficcional a través de estos conceptos es en realidad solo un caballo de troya ridículo que precogniza nuestra perdida de humanidad? ¿Qué en realidad tenemos que conservar nuestros rasgos fundamentales, relacionados con aquello que está más cercano, la familia? Si es así, es un pobre mensaje, pero está bien que exista un escritor que reconozca que ya es hora de comenzar a intentar, como se pueda, reemplazar a Morrison como el idea man de los comics de superhéroes norteamericanos. Después de todo, no va a durar para siempre.
Sin embargo, si con Morrison algo parecería pelear, la otra gran influencia de Hickman es inescapable como el tirón de gravedad de una estrella en descomposición y, a pesar de todos sus intentos de ampliar el universo, no puede escapar del hecho de que todo surge de Jack y Stan. Todo. El punto de partida es ese, lo que hay son permutaciones, variaciones, diferencias, manejadas con mayor o menos aplomo y calidad. Un Galactus muerto, nuevos Inhumans, un Dragon Man reformado, nuevas razas atlanteanas. Todo viene de la fuente que fueron los Fantastic Four 1-103. Quizás esa es la maldición y la bendición de estos personajes, lo que los hace tan hermosos: todo está ahí, en ese acto de creación originario, irradiando, contaminando lo sueños de quienes los escriben y dándoles vergüenza, sabiendo que nunca serán tan buenos, pero desesperados por intentarlo de cualquier modo.
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