domingo, 24 de febrero de 2013

La Guerra No Es Linda.



Vuelvo con ustedes para llamar a su atención una interesante controversia que ha estado corriendo en el sitio web de The Comics Journal y aledaños sobre el valor plástico y la importancia histórica de E.C. Comics.

Para aquellos que no lo saben, breve reseña histórica: E.C. (al principio significaba “Educational Comics”, luego “Entertaining Comics”) fue una línea de comics de terror, ciencia ficción, guerra, humor y crimen publicada entre 1949 y 1955 y creada por algunos de los mejores dibujantes y guionistas de su época. La línea fue suspendida luego de la publicación de “Seduction of the Innocent” del psiquiatra austríaco (formado en la escuela de Frankfurt) Fredric Wertham, que los mostraba como la causa del crimen, la homosexualidad y las desviaciones sexuales en los adolescentes norteamericanos (curiosamente, hallazgos recientesparecen demostrar la largamente acariciada sospecha de que Wertham mintió sobre sus fuentes). El libro incitó un pánico generalizado entre los buenos ciudadanos de EE.UU. que derivó en una serie de audiencias públicas en el Senado de los Estados Unidos y, finalmente, en la autocensura de la industria a través de la creación del Comics Code Authority, un sistema draconiano de reglas diseñado para que E.C. no pueda publicar más. Debido a su innovación gráfica y sus historias con moraleja irónica y altos grados de humanismo, la línea pasó a la historia como una gran oportunidad perdida para los comics yankees.

Ahora bien, la discusión se inicia con la republicación de ésta larga crítica de Ng Suat Tong donde crítica a E.C. desde una perspectiva terriblemente altiva y literaria, comparándolos con Aristófanes, Goya y Joyce y decidiendo que al lado de tan superiores y geniales artistas, los comics de E.C. son porquería juvenil con algunos detalles que los elevan, por momentos, a algo un poco mejor. Ahora bien, el análisis de Tong es largo y sesudo y brinda numerosos elementos y ejemplos para justificar su posición, algunos de cuyos puntos (sobre la simplística moralidad y los enormes bloques de texto y el recurso medio agotador a los finales sorpresa) tienen sentido, pero cuyo punto de partida, me parece, es intrínsecamente fallido. Tong escribe como un crítico literario enojado por tener que tratar con tan básicos escombros y en esa operación olvida que un comic es algo diferente a una obra literaria o una obra plástica, por un lado, y, por otro y quizás más importante, tira por la ventana cualquier tipo de historización. Argumenta que “la buena escritura no se inventó a finales del siglo XX” pero no entiende que, probablemente, en términos de comic, mucha de ella si. No comprende la función de E.C. en su tiempo ni que su final evidencia el celo y el odio de sus contemporáneos por estar produciendo algo diferente. Asimismo, argumenta muchas veces que “el estilo está en función del contenido” y no al revés. Emm, discúlpenme, pero pensé que los comics eran, en un 50% (y quizás más), estilo. Quizás el contenido es “no-tan-bueno” para los estándares actuales (y para el estándar de Goya) pero me parece injusto descartar por completo su superficie visual por ello. Es la actitud de un iconoclasta enojado que quiere tirar el templo sobre nuestras cabezas.

El artículo (en realidad publicado en el 2003 en el Comics Journal) incitó una referencia simpática de parte de Chris Mautner en su reseña de las dos nuevas colecciones de historietas de la E.C. que publicó Fantagraphics este año (editorial que, coincidentemente, también publica The Comics Journal). Allí repite, un tanto más medida y cuidadosamente, las acusaciones de Tong centrándose en cierto jingoísmo que encuentra en las historias y en su representación heroica y sufrida de los soldados norteamericanos, pero salvando bastante más su costado gráfico.

A raíz de esta crítica, Gary Groth levanta el guante (y ya va siendo hora de que reconozcamos a Gary Groth como la joya de la crítica de comics que es, ¿dónde está su estatua?, ¿dónde está su colección de escritura sobre comics esencial? Gary Groth es un tesoro nacional) y escribe un gran texto en donde hace lo que Tong no realiza jamás: contextualiza a E.C. Comics en su tiempo, haciendo referencia a otras obras de arte popular del momento (por ejemplo, diciendo que los mejores comics de E.C. eran como “una buena película noir”) y rescatando su lugar en un panorama creativo particularmente yermo y su ambigüedad en términos de la representación del combate y la violencia de la guerra. Groth, además, da en el clavo cuando dice que los comics de guerra de la editorial son más que “simplistas, comprimidos”, y que deberíamos tomarlos como “fábulas” antes que como retratos naturalistas del combate. Pero lo más interesante es su rescate de la editorial, su yuxtaposición a las prácticas editoriales del momento, su reconocimiento de las fallas intrínsecas al modo de producción E.C. contra las que sus mejores artistas intentaron luchar y su aceptación de que E.C. era bueno por una combinación de contexto y ambición y una no puede ser entendida sin el otro.

A partir de esta respuesta, el enorme Joe McCulloch escribió un pequeño y conmovedor post en donde participa de la discusión de manera oblicua, haciendo en realidad un análisis muy personal de la función del crítico en relación a obras de arte y a las áreas más y menos populares / de una determinada práctica artística. A la vez de que es una férrea defensa al derecho a escribir sobre lo que uno desee, presenta una disección de los que significa / significó bloggear entre el 2001 y el 2010 (ponele) que será algo con lo cual varios de los redactores y lectores de este blog nos podemos identificar inmediatamente. Especialmente con la parte en la que dice que comenzó a postear menos a partir del momento en que consiguió un trabajo. De cualquier modo, si tuviese que recomendar algo en toda ésta discusión sería esto, no solo porque Jog (el alter ego de McCulloch) es un gran escritor sino porque todo lo que escribe está teñido de una infecciosa alegría y entusiasmo que corta al corazón de lo que significa escribir textos aparentemente inútiles sobre arcanos del arte. Además, Jog dio en el clavo en un twit en el cual recomendó leer las historias de E.C. “máximo de a cuatro por vez”, o sea, el formato en el que fueron creadas originalmente.

Finalmente, Eddie Campbell retoma la marcha de la discusión y la cambia de foco para poner en perspectiva, acaso, aquello que se ésta discutiendo desde el principio: ¿acaso nos gustan los comics porque los ponemos en la misma bolsa que la Alta Cultura y esperamos que respondan a su llamada o nos gustan en toda su contradictoria, enojosa, fallida y grandiosa especificidad? Campbell, siendo un artista de la puta madre (quizás, solo quizás, el mejor colaborador de Alan Moore) se concentra en el arte, en la manera en que los dibujos cuentan una historia, o, como bien lo pone “la interpretan”. El ejemplo del Marvel Method, esa alquimia extraña concebida por Jack y Stan que nunca pudo ser replicada, como algo que SOLO los comics pueden hacer bien es totalmente acertado. Luego Tong contesta en The Hooded Utilitarian utilizando una dudosa lógica y repitiendo sus argumentos iniciales, al mismo tiempo que ataca a The Comics Journal (el lugar original donde fue publicado su ensayo) y compara, de una manera tácita, a Harvey Kurtzman, Bill Gaines y compañía con los fundadores de Image, momento en el que me pierde y solo puedo decir que en esta discusión estoy fundamentalmente del lado de Campbell.

La discusión, sin embargo, pone en relieve algunas cosas interesantes:

1) En primer lugar, ilustra la naturaleza cíclica de la crítica de arte. E.C. Comics está, luego de muchos años considerada una especie de vaca sagrada con su lugar en la historia resuelto, en el lugar correcto para ser re-evaluada. Es una pena que se lo haga en estos términos, porque algunas de las críticas son claramente correctas.

2) Ilustra, también, la dificultad de pensar objetos viejos con nuevas perspectivas. Si se observa bien, la discusión está (y probablemente va a continuar) trabada en dos campos enfrentados entre los cuales no hay entendimiento pero, y esto es quizás más importante, tampoco hay una aproximación radicalmente nueva al objeto. Nadie descubre nada diciéndonos que los comics de E.C. son verbosos y cuadrados en muchos sentidos. De hecho la visión clásica se eleva sobre el concepto de que eran buenos a pesar de ello.

3) La intervención de Eddie Campbell arroja luz sobre algo bastante importante para la crítica y estudio del comic que generalmente es pasado por alto: la tendencia a obviar el arte y considerar un comic exclusivamente como un conjunto de argumentos. Es que, realmente, hablar sobre dibujo es bastante difícil y ni te digo de narración y storytelling sin que suene como una seca clase de cómo están ordenadas las viñetas.

4) También ordena los dos campos del debate (al menos de este debate): los “literarios” que buscan “grandes obras” que puedan estar a la altura del mejor arte mundial pero al hacer eso sacrifican en gran parte la especificidad del comic y los “historietistas” (o “populistas”) que prefieren leerlos desde adentro del campo y apreciar aquello que los comics hacen mejor que ningún otro medio, leyéndolo como un nuevo lenguaje que tiene, en su historia, grandes partes de arte comercial y restricciones estéticas.

5) Finalmente, me hacen pensar en lo interesante que sería tener un debate similar en Argentina sobre el comic de aventura de fines de los 50s, y lo necesario que es un órgano similar al Comics Journal (al fin y al cabo el ojo de la tormenta en esta discusión) para sostenerla. Quizás en un par de años, uno siempre puede soñar. 

6) En última instancia, también me hace pensar cuan inútil es este agregado a la discusión, cuya única "gracia de salvación" es mandarlos a leer cosas mejores. Salud!

martes, 19 de febrero de 2013

La Biblioteca Inexistente (30)



1) Entrevista a Zack Hill, miembro de dúo Death Grips. Super interesante su visión totalmente anti-sistema, como les chupa un huevo la guita, el conflicto que ocurrió con Epic y el mensaje atrás de poner una pija parada en la tapa de tu disco. Me encanta leer entrevistas y darme cuenta que los tipos no tienen miedo de nada.

2) Una inesperada pero certera visión feminista de Dredd, la sorpresivamente excelente película de nuestro héroe facho favorito. Todas las películas de acción tendrían que mostrar a las mujeres con la misma luz que esta película.

3) Observaciones muy agudas de Anita Sarkeesian, la muchacha que hizo un proyecto en kickstarter sobre el Sexismo en los videojuegos y recibió el backlash más grande del mundo. Lo que dice está muy bien: El trolleo y los ataques (tanto misóginos como de cualquier otra linda) son tan populares y masivos porque funcionan como perverso videojuego social, con premios y logros.

4) Fascinante perfil de Apollo Robins, pickpocketer profesional, tan experto en su arte que decide no robar y hacer una performance de lo suyo. Sin duda lo más interesante es como usa la percepción de las personas, como cualquier gesto les quita su atención, y deja libres otras partes y las vuelve vulnerables. Super interesante.

5) Análisis exhaustivo de 10.000 estrellas porno (nortamericanas), analizando su aspecto, cuanto miden, de que color es su pelo, donde viven, como se llaman, y un largo etcétera. Dataporn del bueno.

6) Increíble crónica de los avatares de la filmación de The Canyons, la película soft-porno con James Deen y Lindsay Lohan, escrita por Brett Easton Ellis y filmada con dos pesos. Podés sentir el stress y el caos de la filmación, en gran parte a causa de la inestabilidad de la pobre Lindsay que parece ser la persona más inestable de la galaxia.

lunes, 11 de febrero de 2013

Blackest Ops.



Zero Dark Thirty, sobre la cual sigue librándose una embravecida batalla sobre su significado ideológico, es una película mucho más inteligente y mucho más difícil que lo que la crítica parece haber percibido.

Antes que cualquier cosa: Zero Dark Thirty, cinematográficamente hablando, es una gran película. Es una película filmada de una manera cruda, temblorosa, cortante. Los colores y las imágenes transmiten una sensación continua que se divide en concreto y desierto. Es una película que prescinde casi absolutamente de los azules, los verdes, los rojos para concentrarse en los marrones, en los grises y sobre todo en los negros. Es una película filmada con un pulso magistral, con una actitud “cero-mierda-y-florituras”. De una manera militar pero también (sobre todo) mecánica, muscular. Sostiene el suspenso de principio a fin (bueno, quizás le sobran 20 minutos hacia el final, pero se perdona) y Jessica Chastain está muy bien como esa fachada impenetrable que parece no ser afectada por lo que hace y la rodea hasta volverse ella misma un arma.

El conflicto se presenta cuando varios de los comentaristas habituales comienzan a ver en ZDT un “vibrante alegato a favor de la CIA como héroes de la democracia norteamericana”. La miopía de la crítica de cine actual es tal que sus anticuadas maneras de ver películas de forma maniqueas se imponen. Creo que en toda la película la palabra democracia (o “defender la democracia” o “somos luchadores por la democracia” o cualquier cosa por el estilo) no es mencionada ni una sola vez. Ver a ZDT sencillamente como una película de propaganda de la peor calaña es ser miope y terco. Quizás sea una película pro-militar o pro-agencias de inteligencia, pero también es mucho más inteligente que solamente eso. Alguien mencionó que era una película que mostraba la violencia de forma asimétrica, que todas las escenas de violencia y destrucción son únicamente las que muestran los atentados islámicos que “destruyen Occidente”. Esto, en una primera mirada, parece ser rigurosamente verdad. Pero una vez que lo pensamos un poco más nos metemos en el punto más complicado de la película: su representación de la tortura.

La tortura es presentada en la película como una cosa natural, como un hecho, como una herramienta inclusive útil. Hay algo de esta representación que es obviamente chocante y que descoloca pero no es justamente su horror. Lo que espanta es justamente su naturalidad. ZDT por un lado dice “si, ésta es la manera en que combatimos ésta guerra, la cual es inhumana y está por fuera de cualquier etiqueta tradicional de combate de guerra, pero nosotros fuimos lo suficientemente estúpidos para meternos en un conflicto infernal entonces ahora tenemos que aceptar las realidades de esta nueva etapa bélica en la que estamos inmersos”. Así como no hay un ocultamiento de la tortura, tampoco hay precisamente una glorificación. Y presenta a norteamericanos golpeando, maltratando, atormentando a poblaciones locales de una manera igualmente insidiosa, destructora del espíritu y salvaje que los atentados. Estas escenas, junto con la totalmente asimétrica y desmesurada operación contra Bin Laden son las únicas violencias que se muestran de norteamericanos a musulmanes. Y me parece que no los dejan muy bien parados. El problema es que la película no denuncia, no se hace ninguna ilusión con respecto a estas prácticas y su cambio. Y esto es algo que parece ofender muchas sensibilidades.

En segundo lugar, la película jamás presenta a los agentes de la CIA como “héroes”. ¿Como personas quizás fascinantes y con habilidades pulidísimas? Si, por supuesto. Pero el film muestra como esas mismas habilidades, esa dedicación a su trabajo, esa separación elegida de la normalidad, esa ejecución de acciones terribles los han vuelto, antes que personas, herramientas. Maya es una flecha desesperadamente apuntada a un blanco que quizás nunca alcance. Es sencillamente un autómata, que forma parte de una maquinaria más grande, que ha abandonado cualquier vestigio de humanidad o empatía a cambio de una misión. Sus interacciones solo se producen dentro del trabajo. No hay ninguna escena donde no esté contenida en algún tipo de edificio o estructura gigantesca que la rodea. Incluso cuando está en el desierto, parece contenida, arropada por el desierto, en su inmensa soledad. No tiene pasado (la escena en la que el jefe de la CIA le pregunta por las razones de su elección para la agencia y ella simplemente le contesta que es algo que no tiene la libertad de discutir) ni futuro. Es un personaje muy triste, vamos.

Y, finalmente, debajo de su aparente bombasticismo norteamericano, en la película serpentea una extraña fascinación con el mundo musulmán, con su espíritu de lucha, con su resistencia inexplicable. Quizás esto es algo que solo yo haya visto, pero, no sé, la escena en que ella vuelve de la calle vestida con una burqa, la única manera de conseguir comida a altas horas de la noche; la escena en que otro de sus superiores reza mirando a la Meca, rarísima porque está filmada con un extraño respeto; la bellísima escena donde atrapan a Fahraj en lo que parece ser un jardín o mezquita de Pakistán; la admiración continuamente repetida por los agentes por las tácticas de espías de Bin Laden… Hay una escena, si, donde ella despierta fastidiada por las plegarias matutinas, pero no es coincidencia que se encuentre al principio de la película, cuando acaba de llegar. Hay una continua repetición de que la convicción con la que lucha el mundo islámico hace de esta una guerra muy diferente.

Quizás la confianza con la que está filmada ZDT me convenció y me hizo resaltar sus mejores cosas, pero me parece que más allá de eso, una lectura simplista y superficial de ésta película es un desmérito, que es una película que se mete como gusano en tu cerebro y te deja pensando durante semanas. En ese sentido, el último plano, esa cara de Maya que llora desconsoladamente, es testimonio de la complejidad de ZDT. Porque si llora por alguien, ese personaje completamente aislado, mecánico y sin humanidad, es por lo único por lo que alguna vez sintió algo parecido al amor, por Bin Laden, por su presa, y por lo que acaba de hacer. 

jueves, 7 de febrero de 2013

El Proyecto JLA (Parte 03).


JLA #01 (1996).

Finalmente, llegamos al segundo relanzamiento que vale la pena de la Liga post-Crisis. Y el último, por ahora. Le entregan a Grant Morrison, quién en aquel entonces todavía no era una super-estrella, las llaves del auto familiar. Y éste realiza, por primera vez en un escenario tan grande, su tradicional operación de nuevo-y-viejo. Rescatar lo viejo que vale la pena, el concepto principal, y rodearlo de ideas nuevas, de una pintura totalmente moderna, que confunde a los puristas pero oculta un corazón clásico.

La JLA de Morrison (y ahora es JLA, como si eso sencillamente significase TODO, ya no importa si es de América o si es de Justicia, es una sigla, un sello, una agencia gubernamental, un mantra) es un retorno a la idea de los Superhéroes Más Grandes Del Mundo. Pero acompañados de desafíos (y un estilo taquigráfico de escritura) acorde a los grandes momentos que se supone que viven estos seres. La Liga de Morrison está hecha de situaciones en las cuales todo parece perdido, de grandes frases, de escenas en las cuales con uno o dos gestos corta al núcleo de los personajes, de rescates de último minuto. Como el “I know who you are” del primer arco, o la bala al cerebro de Darkseid, o el ojo parpadeando bajo el lago.

Para acompañar este retorno a la grandeza, Morrison redujo en principio el elenco a los “Siete Grandes”, uno de los detalles más recordados de esta época, pero que olvida que prontamente la pobló de múltiples personajes secundarios. Y lo curioso es que esas adiciones son totalmente de su época: Steel, Aztek, Zauriel, Oracle, son todos personajes solo posibles a mitad de los 90s, que la vuelven totalmente de su tiempo, de una buena manera. Como toda serie de Morrison, todo apunta a un final pre-ordenado al principio, al combate contra un enemigo final. JLA, sin embargo, es una serie donde  Morrison estructura los arcos de una forma continuamente creciente. Siempre pensé que es en esta serie donde el escocés de algún modo inventa aquello que luego será conocido como el estilo wide-screen de comics, un par de años antes que The Authority. La diferencia es que Ellis tenía un concepto y a Bryan Hitch, mientras que Morrison solo tenía una idea difusa y a Howard Porter (cuyo dibujo plástico, brillante, colorido, carente de perspectiva y de narración clara es quizás el defecto más grande de este período).

El primer número es un affaire bastante tranquilo en el que se nos presentan a los nuevos villanos, se ataca a los héroes y se los junta a todos en un mismo lugar (exceptuando a Aquaman, que aparece recién en el próximo número). En comparación con los comics actuales, sin embargo, es una aventura rapidísima. A la vez, todo el primer arco saca parte de su inspiración (y sus títulos!) del sustrato de ciencia ficción absurdo que también cubrió a la primera JLA, la de los sesentas, con sus Kanjar Ro’s, Gamma Gongs, Desperos y Starros. Todo lo viejo es nuevo de nuevo pero de una manera que resalta lo maravilloso y obvia lo aburrido. En el medio del número, está la clásica destrucción del viejo equipo post-Zero Hour, que en la práctica ya no existía más.

Hay una cierta generación de lector que creció en los 80s y se vio arruinado por la rápida sucesión de la Liga de Giffen y la Liga de Morrison. Pensamos, por un breve tiempo, que la liga podría ser sobre ALGO, que podría ser un comic divertido, o un comic grandioso, y no solamente la colección de un montón de personajes taquilleros. Los próximos relanzamientos se encargarán de probarnos lo contrario.

La base que estableció Morrison durará bastante tiempo, siendo continuado con diverso éxito por Mark Waid y Joe Kelly, a pesar de que con el tiempo serían víctimas de la erosión tan común en la Liga que hace que la mayoría de los personajes importantes desaparezcan para ser reemplazados por segundones. El último clavo en el cajón de esta versión sería Identity Crisis, que haría estallar la imagen de los héroes más puros del mundo yendo al pasado y violándolo, específicamente la etapa del satélite, la más recordada de la JLA clásica. Si Morrison intentó volver a Gardner Fox con una sensibilidad futurista, Identity Crisis avanza a los 70s y los deforma en sintonía con un absurdo deseo de relevancia, en un comic que siempre estuvo mejor cuando solamente trataba sobre héroes brillantes y sonrientes. Luego vendría Superboy Prime y sus puños y no habría mejor momento para realizar un nuevo relanzamiento.




Justice League of America #01 (2006).

Este relanzamiento se sucede a Identity Crisis e Infinite Crisis, esos dos pedazos de mierda con forma de “historia” que machacaron insistentemente sobre la disolución de la “trinidad” (otro concepto innecesario) de Batman, Wonder Woman y Superman mediante la sospecha, la paranoia y el actuar salvajemente fuera de personaje.

Encargada la Liga a Brad Meltzer (también responsable de Identity Crisis), uno de los tipos con éxito más inexplicables de la faz de la tierra, su objetivo sería reconstruir aquello que rompió con un estilo de escritura de cuarta: esa confianza, esa “amistad”, entre los héroes más grandes de DC. Y ese propósito lo resuelve sentándolos durante 22 páginas a discutir el futuro plantel de la Liga de la Justicia en la Baticueva. Una cosa insufrible e insoportable donde los personajes se llaman continuamente por su nombre de pila, donde se pasan fotos en donde están un montón de héroes y votan, deciden quién entra y quién no, como si fuesen el comité de una multinacional en una especie de búsqueda de trabajo. Pero sacándose la ficha continuamente porque ESTA GENTE SE CONOCE Y SE QUIERE MUCHO.

Hay pocas palabras para describir el asco que me produce este relanzamiento de la Liga. Meltzer es un patán sin talento, que escribe como si nunca jamás hubiese visto a personas reales hablar, cuya comprensión del género superheroico se reduce a la formula “spandex + lágrimas”. Encima está acompañado por el infame Ed Benes, un tipo que jamás debería haberse elevado de dibujar cosas como Bloodsport o Brigade o alguna otra serie de Image de los 90s, pero por algún error del destino, la mitad de los 2000s lo encuentran en la devaluada posición de artista hot. Dibuja como era de esperar de él: cuerpos absurdos, mucho cross hatching, caras con emociones implausibles, culos brillantes. Ed Benes es un atentado contra tus ojos y dibujaba el título más importante de DC Comics.

Además, la formación del equipo de Meltzer está empapada de nostalgia, nostalgia por lo peor de una época de la Liga (el satélite) que, como vimos, si bien es mejor que sus primeros años, tampoco es ninguna maravilla. Le encanta Red Tornado. De hecho todo el primer arco argumental está construido alrededor de Red Tornado. Red Tornado, gente. El clon de la Visión que crearon para que los chicos modernos tengan su propio androide con sentimientos en el Universo DC. En primer lugar: en mi corazón hay solo lugar para un robot con sentimientos y ese es ROBOTMAN. En segundo lugar, Red Tornado nunca tuvo una personalidad, ni una gracia, ni un rasgo distintivo. Bah, quizás solo su traje (que es un buen traje desperdiciado en un personaje de mierda). Es curioso pensar que es el único personaje de la Liga clásica que no fue re-habilitado y re-aprovechado de una manera moderna en la época de la caracterización superheroica contemporánea, o sea, la que se abre luego de Daredevil de Miller. ¿Y saben por qué es eso? Porque es un personaje de mierda. Es un llorón con una esposa aburridísima y poderes sobre los vientos y una hija que nadie sabe de donde salió. En este comic su esposa se pasa al menos 10 cuadritos con lágrimas corriéndole por los cachetes.

Después el equipo está compuesto por perdedores o sujetos interesantes a los que Meltzer intenta volver lo más aburridos posibles. Vixen, sin un rastro de su crecimiento en Suicide Squad, Black Lightning en el rol de “heroe-que-hizo-cosas-malas-y-sabe-moverse-en-el-inframundo-criminal-pero-tiene-conciencia”, Black Canary sin sal, Hal Jordan (y todos sabemos que Hal Jordan es el personaje más aburrido del mundo) y otros que no recuerdo. Bah, si, recuerdo a Red Arrow, ese intento risible de rehabilitar a Roy Harper, el ex sidekick de Green Arrow cuya mayor gracia es haber sido adicto a la heroína. Pero la manera en que lo escribe Meltzer, dios mío, como un cancherito con chivita que hace chistes sobre viejos y es muy cool a pesar de tener una hija. Dios santo, todo en esta Liga de la Justicia está TAN MAL.

Al abandonar la acción cósmica, no encuentra nada para reemplazarla, e intenta reemplazarla con lugares comunes de autoayuda y con la peor caracterización del mundo. La Liga siempre fue un acto de balance entre caracterización y acción (como cualquier grupo de superhéroes) pero a Meltzer no le interesa escribir acción y es HORRIBLE en la caracterización. Entonces queda una cáscara sin sentido, que huele a años setentas recalentados, al recuerdo difuso y equivocado de una época de gloria que no fue tal. Meltzer se iría luego de 12 números y la serie caería en un limbo de desprestigio, progresiva caída de ventas y micro-management por parte del equipo editorial de DC Comics, que la vería envuelta en eventos absurdos, desviaría sus historias continuamente y básicamente la haría caer en la irrelevancia, a pesar de los valerosos esfuerzos de Dwayne McDuffie y James Robinson.

Por otro lado, si uno ve la tapa del número 1 (esa agrupación gigante de héroes donde se mezclan Superman y Batman con Star Spangled Kid y el nuevo Blue Beetle) parece premonitoria de una despedida del DCU post-Crisis. Ese DCU conflictivo, hecho de retazos y parches de continuidad pero a la vez inmensamente creativo y particular. Quizás los mejores 25 años de la editorial a nivel de producción de ideas y de autores. El próximo y último relanzamiento ya será en un panorama muy muy cambiado.


Justice League #01 (2011).

Y finalmente llegamos al comic que me hizo dar ganas de escribir todo esta masa de cosas, el relanzamiento dentro del marco del New (ya cada vez menos New) 52, hace un año y medio. El comic más vendido del 2011, creo. ¡Jim Lee! ¡Geoff Johns! ¡Los seis grandes más Cyborg! ¡Darkseid! ¡Parademonios!

Y bueno, nada, es un comic mediocre, como casi todo el New 52. No es espantoso como la JLA de Meltzer, pero tampoco es muy genial. El primer número está dedicado a Batman y Green Lantern y como se encuentran y se llevan mal y cazan un parademonio y buscan a Superman en Metrópolis. El arco inicial es una clásica “reunión de fuerzas” en la que se enfrentan a una amenaza superior que todos ellos y terminan triunfando y aprendiendo a confiar el uno en el otro. Ah, cuanto han cambiado los tiempos desde que en su lanzamiento la JLA se enfrentaba a Starro, porque ahora su némesis es nada menos que Darkseid. Es un poco triste la sobre-exposición de Darkseid en el Universo DC, la falta de otro villano cósmico a su escala, el continuo desaprovechar gracias a trucos baratos de alternativas como el Anti Monitor, Nekron o Parallax. En fin. Y saludos a Geoff Johns por escribir un Darkseid que no tiene ABSOLUTAMENTE NADA de amenazante. Es un pedazo de granito que se para en un lugar y tira unos rayos, pero no queda nada del tirano intergaláctico cuya sola presencia debería ser suficiente para darte pesadillas. ¿Donde están las frases memorables, la sensación de que una vez que Darkseid te mira a los ojos toda tu individualidad es borrada para siempre, la reptante degradación? Para Geoff Johns Darkseid es solamente un musculoso de otro planeta. Y para eso ya tenemos a Mongul.

Johns intenta reconstruir la JLA sobre la base de la amistad, una vez más, y como en toda construcción de este tipo elige iniciar la historia en el momento en que todavía se tienen desconfianza y crecen a depender el uno del otro. El problema es que todo parece tremendamente forzado. El pacto de amistad se sella en una escena absurda en que Batman se desenmascara frente a Hal Jordan y le dice quién es. Somos sometidos a la escuela de caracterización Geoff Johns, en el cual todos los personajes son reducidos a un rasgo característico que luego es machacado una y otra vez convirtiéndose en toda su motivación. De algún modo, en la idea de amistad dentro de un equipo y en cierta caracterización que resalta lo peculiar de cada personaje, ésta Liga parecería tomar una página de los New Avengers de Bendis, una vez más atrasando con los tiempos. Es otro ejemplo de la rara mezcla de viejo y viejo del New DCU. Es como un hombre de setenta años vistiendo las ropas de un tipo de cuarenta. Una pátina de pintura noventista ya rancia sobre ideas de los ochenta.

El problema es que un universo ficcional es una cosa frágil, y cuando reseteas y reacomodás las piezas, al principio nunca va a parecer una cosa natural. Y tarde o temprano, el orden natural se reimpone. Este primer arco sirve, además, como origen de Cyborg, que ahora es un miembro imprescindible de la Liga, a pesar de que nunca se nos muestre el por qué con acciones. Es el clásico implante que intenta refrescar con la renovación de una pieza un conjunto de ideas nada nuevas. Es un pedazo de aglomerado fácil de cambiar de nuevo.

Lo que creo haber descubierto escribiendo esto es que la Liga es un animal muy extraño: no tiene concepto y funciona mejor cuando 1) o esa falta de concepto está a la vista y no se intenta hacer nada con sus personajes (la JLA de Morrison) o 2) cuando se la cambia tanto que su concepto es otro y prácticamente podría no ser la Liga (Giffen). No podés tener a Superman, Batman, Wonder Woman y etc. y pretender cambiar su dinámica o volverlos amigos o amantes. Si podés contar grandes historias cósmicas totalmente vacías de sentimiento. No podés tener avance y espectáculo al mismo tiempo. Al menos no en la Liga. Y esa es la espada en la que generaciones de guionistas procedentes de las fabricas de carne de la industria del comic norteamericano se van a seguir inmolando por siempre.