jueves, 30 de mayo de 2013

El Baile Moderno 2.0

Estimados.
Al fin el momento ha llegado.
Nos mudamos, y el cambio viene con muchas novedades:

www.elbailemoderno.com

Pasen y lean!

(este sitio ya no se actualizará más!)

viernes, 24 de mayo de 2013

Antropólogo Universal.



¿Qué es Finder? En primer lugar, Finder es un comic de ciencia ficción publicado de forma independiente por Carla Speed McNeil desde 1996 que ha cosechado el fanatismo de Warren Ellis. Esa es una introducción corta, fáctica y que recurre a la siempre aburrida cita de autoridad para decirte que leas algo.

En segundo lugar, Finder es definida por su autora como “ciencia ficción aborigen”. Es de resaltar, sin embargo, que Speed McNeil no suele ser muy afecta definir de forma definitiva a su serie y que esa frase le fue sonsacada seguramente bajo presión. De cualquier manera, funciona bastante bien, porque Finder es ciencia ficción en el sentido de repensar por completo las bases de la sociedad, de viajar en el tiempo pero sobre todo de flexibilizar las maneras en que pensamos que está organizada la sociedad, sin que importe realmente el tiempo en que la serie sucede: no hay un fechado preciso que remita a nuestro presente en alguna dirección, no hay evidencia de ningún evento límite que re-escriba nuestra sociedad (no hay Apocalipsis, no hay éxodo en las estrellas) sino una sensación de lenta y ligeramente inusual evolución.

Lo que le importa a Speed McNeil es la ciencia ficción como antropología, como descripción densa de una sociedad que ha evolucionado más allá de los patrones de conducta que son reconocibles para nosotros, pero que sin embargo podemos entender luego de una larga observación. Y nos sumerge en esa observación sin ningún tipo de preludio.

Finder tiene hasta ahora 8 historias completas, que varían desde una cincuentena de páginas hasta casi 400. Son autoconclusivas y aisladas (aunque comparten algunos personajes) lo cual hace que no haya una “manera correcta” de leer Finder. Podés comenzar por la comedia sexual de “Five Crazy Women” y te va a parecer una serie cómica; podés comenzar por el principio, por la bizantina “Sin-Eater”, la historia más larga y complicada de la serie, donde se nota una (muy muy) ligera inexperiencia unida a una confianza que cimenta los bloques que luego compondrán los temas más importantes de la serie; o podes comenzar por “Talisman”, una historia sobre la creación y la obsesión y el sentimiento de “nunca voy a crear algo que valga la pena” que hace que Finder te parezca una serie, sobre todo, de reflexión sobre el arte. Podés comenzar por cualquier parte. Pero lo que siempre vas a notar es que la serie te sumerge en su mundo sin concesiones y asumiendo que vas a aprender a medida que leas. Un símbolo, una relación, un pedazo de tecnología se te aparece y al principio parece incesto, homosexualidad, atavismo, pero luego se revela como algo más profundo y con un sentido torcido dentro del universo de Finder.


Tiene sentido, entonces, que Speed McNeil construya sus grupos sociales en base a extrapolaciones y mixturas de grupos étnicos actuales y que dentro de ellos elija a un sujeto como Jaeger como protagonista. Jaeger es uno de esos personajes herejes, autodestructivos, extranjeros, que yo no puedo dejar de amar. Jaeger pertenece a una especie de tribu llamada ascians que son una suerte de cruza entre un aborigen norteamericano y un, bueno, asiático, que tienen sus propias reglas y viven de manera nómade con tiendas montadas sobre dinosaurios gigantes, corriendo de forma perpetua por una especie de sabana donde de tanto en vez tienen consejos alrededor del fuego. El tema es que Jaeger es un mestizo, hijo de una ascian y un tipo “común”. Y, a la vez y dentro de la cultura ascian, es un “sin-eater”, una suerte de chivo expiatorio de toda la tribu que purifica a los muertos para que puedan “irse a un lugar mejor”. Los sin-eaters cumplen funciones de purificación y unción, comen los pecados de los habitantes de los muertos de la tribu, y a veces lo hacen con los vivos. Y, también, Jaeger, por sus habilidades (no por su condición cultural inicial) es un finder (de ahí el título de la serie): alguien que es naturalmente bueno en rastrear y encontrar cosas, un catalizador, alguien que resuelve entuertos de la sociedad más amplia por su capacidad sobrehumana para buscar cosas y gente.

Todo esto vuelve a Jaeger un outsider tanto en la cultura de su madre, que está diseñada para soportarlo solo si puede mantenerles el ritmo en sus largas peregrinaciones pero nunca para integrarlo; como en la cultura de su padre, que no es precisamente blanca y occidental, si no algo más extraño, pero en la cual resalta como un lunar. Jaeger es, como nosotros, un sujeto sumergido en una maraña de símbolos y costumbres que solo comprende como un tipo mirando a través de un vidrio y que, en muchos casos, subvierte. En ese sentido es magistral el número en el que nos cuentan su “origen secreto” llamado “Fight Scene” e insertado en el medio de “Sin-Eater”, la primera gran historia. Éste número es una larga meditación sobre lo que significan las peleas en su vida que evita de forma deliberada mostrar las más importantes, que está construido para guiarte a un gran desenlace que nunca sucede, y que termina con una observación de Jaeger genial que dice que “las peleas que cuentan son las que no suceden”. Del mismo modo que “Fight Scene” subvierte totalmente nuestras expectativas de lo que tiene que ser un desenlace violento, Jaeger se filtra por los intersticios de todas las historias, en algunas siendo un protagonista principal, en otras apareciendo en un cameo insignificante (que pasa desapercibido porque a Speed McNeil le encanta cambiar el vello facial y el estilo de Jaeger) nunca siendo del todo ni una fuerza del bien ni una fuerza del mal.

Y acá debo hablar de la maestría de Speed McNeil a la hora de construir su mundo, a la hora de dibujarlo y construirlo. Es por ello que es muy apropiado que el medio elegido para contar estas historias sea el comic: la autora entiende, en primer lugar, que no hay arte más precisa que el comic a la hora de ser el demiurgo perfecto desde el inicio, de construir un universo en el que todo esté calculado por una mente, donde hay narración y descripción pero también hay estética y diseño. Uno comienza a leer una página de un comic y (obviamente que esto no sucede siempre porque hay tantos comics en donde el estilo está separado de la sustancia o donde no hay sustancia y el estilo es simplemente la reproducción de un conjunto de clichés) está metido en un universo que no es el propio, por definición, que está diseñado, donde hay una sobrecarga de información en cada página. Si uno necesita un símbolo, una solución arquitectónica o una determinada fisonomía para un conjunto de personajes sencillamente lo dibuja, lo crea del mismo aire. Y, en segundo lugar, Speed McNeil entiende perfectamente los códigos de ese medio, los lugares comunes y se dedica a subvertirlos. Muchas veces cuando uno lee una historia de Finder termina pensando “uhm, esa no era la manera en que esperaba que esto se resuelva”. McNeil entiende las escenas de lucha, las tensiones familiares, los malentendidos, la historia detectivesca, el romance, el sexo, las ciudades del futuro, las formas de vida no-humanas, las relaciones sociales y las va colocando en su historieta de maneras inesperadas. Uno hasta debería sentirse un poco mal por tener el chip puesto en la cabeza que indica una serie de desenlaces previstos: que todo romance debe tener un final feliz; que el sexo, a pesar de todas las perversiones que seamos capaces de imaginar, finalmente tiene una forma reconocible y dual; que los conflictos se resuelven, eventualmente, con la fuerza física, que las costumbres de otros seres son equiparables a las nuestras y racionalizables en términos que podamos entender.


Todo esto, obviamente, no funcionaría tan bien si estuviese en manos de un dibujante malo o menor. Por suerte Carla Speed McNeil es una dibujante de la puta madre. En primer lugar, tenemos su absoluta maestría de las expresiones faciales, algo que además es muy importante y vital en un comic impreso en blanco y negro, que no puede depender del color para diferenciar personajes. Generalmente, todo se reduce a una serie de expresiones que se imprimen sobre una cara genérica, como si fuese una proyección sobre una pantalla arquetípica debajo de la cual todo sigue igual a una tabula rasa. Bueno, Speed McNeil tiene personajes, cada uno con su muy definida fisionomía y fisognomía y rasgos, que van modificándose individualmente con el tiempo y la modificación estética de una cara. Junto con su fascinación por saltar en el tiempo muchos años, sus personajes tienen esa fascinación que tienen las personas reales de ser reconocibles y a la vez no. Los volvés a ver en una historia de Finder situada muchos años en el futuro de la anterior y al principio parecen otra persona y después te das cuenta de que no. En segundo lugar, es algo realmente fascinante de ver su maestría del lenguaje corporal, de las sonrisas, los movimientos de las extremidades y la manera de caminar, que hace que esos mismos personajes resalten por sobre una multitud de sujetos con rasgos similares. Es algo extraño, no estamos acostumbrados a ello.

En tercer lugar, hay un verdadero sentido de lugar: no es que puntualmente los espacios de Finder sean tremendamente diferentes de los actuales (aunque tienen sus cosas), ya que lo que importa no son los espacios, sino la manera en que la gente los ocupa, pero Speed McNeil nunca toma el camino fácil de la falta de fondos ni de la falta de detalle para justificar su pereza a la hora de imaginar un mundo. Su dibujo es a la vez aireado y cargado: mientras que sus caras son limpieza y luminosidad total, utiliza mucho el cross-hatching (y el hatching a secas) para dar textura a ropas y materiales. También le gusta mucho dibujar grupos de personas apretujados donde cada uno porta una moda determinada. Es incluso buena en escenas nocturnas donde con un par de líneas blancas forma una silueta o donde los cuerpos resaltan como faros de luz. Hay incluso una historia donde la alternancia entre luz y sombra (y la manera en que ciertos símbolos oscuros se proyectan sobre el cuerpo de su protagonista) forman parte fundamental de la simbología narrativa. Básicamente, la mina es capaz de hacerlo todo, y de hacerlo todo bien. Hay algo de un Jeff Smith menos cartoonesco en su dibujo, o quizás de un Dave Sim sin sus aristas más neuróticas y malvadas.


Finalmente, detrás de Finder hay una reflexión muy arraigada sobre la creación, sobre las historias y sobre lo que significa ser el protagonista de una. De algún modo, la tragedia y la enfermedad de Jaeger tienen que ver con que él no es el protagonista de ninguna de las historias. Es un catalizador, un desestabilizador, de narraciones de otros sujetos. Libera argumentos y géneros. Eso lo hace tanto un protagonista de la serie como un pasajero secundario, un continuo invitado en los dramas de otros. “Talisman”, puntualmente, trata sobre la desproporción entre las historias, las fantasías y las emociones de la infancia y la realidad, sobre los libros que amamos más que nada cuando somos pequeños, a pesar de que existan mitad en la realidad, mitad en nuestra imaginación y recuerdos. Y sobre como nuestros fútiles intentos de reconstruir esa sensación de asombro en nuestras propias creaciones siempre se queda corta. Otra historia construye una enorme realidad virtual en la cabeza de su protagonista, un tipo pálido y flaco llamado Magri White, una realidad virtual donde los seres humanos pasan días, tan detallada que se puede sentir el olor del viento, y eso genera dudas y cuestiones en su creador (cuyo cerebro es el soporte, el servidor, sobre el cual se construye ese mundo) sobre cuanto de ello es su creación y cuanto es una operación parasitaria sobre las mentes de los demás. Cosas así. Toda la serie es una reflexión acerca de cuanta libertad y originalidad tenemos al crear y cuanto construimos sobre las reglas y ordenes de nuestra sociedad.

En otras palabras: Finder es una de esas piezas de ciencia ficción carnosas, suculentas, llenas de conceptos e IDEAS, que parecen continuamente reclamarnos más atención, una obra construida con cuidado y con un robusto trabajo intelectual apuntado a extrapolar sociedades extrañas del hoy. Ciencia ficción alienígena, aborigen, estructuralista e individualista, como es raro ver hoy en día. Y, en términos más sencillos, uno de los mejores comics producidos hoy en día.

(Finder se puede comprar en dos volúmenes editados por Dark Horse que compilan la mayoría de la serie. O, si me preguntan en privado o buscan, pueden encontrar las 3 primeras historias ["Sin-Eater", "King Of The Cats" y "Talisman"] escaneadas. El sitio de la serie y de Carla Speed McNeil es éste)

jueves, 16 de mayo de 2013

La Única Serie Que Pudo Hacer Que Me Guste el Ballet.



Hace muchas lunas, cuando todavía era un joven que no había experimentado la dureza de este mundo, había una serie que me atrapaba sin saberlo bien por qué. Trataba sobre una familia disfuncional compuesta por una madre soltera, su hija híper inteligente y sus abuelos formales y llenos de manías. Bah, en realidad si sabía porque me gustaba, sin percibirlo del todo (recuerden que era una época pre-entronización de las series como LA forma de ocio semanal y anual de nuestra era): porque estaba condenadamente bien escrita, porque se solazaba en tirar referencias culturales que yo entendía sin que fuesen mero namedropping, sino que procedían de forma orgánica de los personajes y las situaciones en las que se veían inmersos. Siempre, siempre, voy a recordar cuando el noviecito rebelde de la chica en cuestión la llevaba a “la ciudad” para revolver disquerías de vinilos y mostrarle discos de los Pixies. También lo mostraban leyendo “Please Kill Me”, la historia oral del punk que yo todavía no leí pero que en aquel momento me pasé días buscando en Internet en la forma de un pdf.

La serie, obviamente, era Gilmore Girls y hasta hoy pienso que era una extraña y hermosa anomalía en el mundo de la televisión. La gran mayoría de eso tiene que ver con un solo nombre: Amy Sherman-Palladino. No sé mucho de Amy, pero supongo que es una copada; solo una persona encantadora, optimista y simpática puede producir los personajes y los diálogos que ella produce. Sus marcas de estilo son, como lo mencioné, en primer lugar su orgánica referencia cultural, en segundo lugar sus personajes que hablan como si fuesen ametralladoras que escupen 50 palabras por minuto y en tercer lugar su preocupación constante por la femineidad en sus diferentes formatos. Voy a ser exagerado y decir que, a pesar de la proliferación de series sobre chicas, sus problemas sexuales, sus aspiraciones profesionales y sus traumas, ninguna le llega a los talones a una verdadera genia como Palladino a la hora de transmitir lo que significa crecer mujer en este mundo.

Y lo más interesante es que no tuvo que irse a HBO o AMC o esperar que las doradas mieles de la respetabilidad se posasen sobre ella a la hora de realizar una serie en serio. No, lo hizo desde el corazón de la ballena, desde The CW o ABC, siempre amontonada junto con un montón de series mediocres sobre una abogada que se muda a Louisiana o un grupo de jóvenes tontos y sus enredos amorosos, siempre en bloques familiares. Quizás por eso el nombre de Sherman-Palladino nunca es mencionado al lado de gente como David Simon o Matthew Weiner (y yo creo, firmemente, que debería estarlo). Si, es verdad, sus series son familiares y no hay nada realmente escabroso en ellas, pero también creo que eso es una decisión consciente de su parte y un elemento importante en su estilo relacionado con los contextos que elige, siempre pueblitos chiquitos donde todo el mundo es muy piola. Pero dentro de ese género (series familiares con tintes de romance) es un estadio superior del mismo, análogo a como The Wire es un estadio superior de las series policiales o como The Sopranos es un estadio superior de las series de gangsters (¡y también de las series familiares!).

Gilmore Girls terminaría sin el involucramiento de su creadora en su última temporada, algo que también grafica muy bien la marginación de Sherman-Palladino del olimpo de los showrunners. Luego ella pasaría muchos años intentando vender una nueva serie, tiempo interrumpido por un abortivo proyecto con Parker Posey que no pasó de los tres capítulos.  Finalmente el año pasado retornó a la televisión, con una nueva serie que tiene similitudes y diferencias con su gran hit, pero que tiene en común sobre todas las cosas ser muy buena.

La serie es Bunheads y cuenta la historia de Michelle, una bailarina de Las Vegas cuya carrera está bastante estancada y un día, borracha, termina casándose con Hubbel, un pretendiente cuarentón que la busca a la salida de su show hace varios meses. Cuando se despierta, la está llevando a Paradise, el pequeño pueblito donde vive con su madre, en una casa que es un palacio kitsch decorado con infinidad de estatuitas, cuadros, flores de plástico y otros elementos cachivacheros. Una vez ahí, descubre que la señora (cuyo nombre es Fanny y que está interpretada por una magnífica, como siempre, Kelly Bishop) tiene una academia de baile y comienza a asentarse y llevarse bien con ella hasta que un accidente mata a su nuevo esposo y la deja varada en un lugar que no conoce, con una suegra que desconfía de ella y dueña de la mitad de la propiedad. Hey, no es un spoiler, todo sucede en el primer capítulo.

El setup, en principio, es bastante similar a Gilmore Girls: pueblo pequeño, autoridad matriarcal intimidatoria, joven alocada y sin perspectivas de futuro que se ve lanzada a una posición de responsabilidad y una curiosa ausencia masculina excepto como potenciales intereses amorosos (y ahí está también la maravilla de Sherman-Palladino: en Bunheads son los hombres los que son objetos distantes y a menudo poco desarrollados que solamente se ponen en marcha en función de las protagonistas femeninas, es una serie que probablemente fallaría un Test de Bechdel negativo).


A medida que la temporada avanza, sin embargo, aparecen cosas ligeramente diferentes. En especial, por un lado, la relación que se teje entre Michelle y Fanny, mucho más amable que la que se daba entre Lorelai y Emily Gilmore. Muy rápido se vuelven socias y amigas, unidas por una perdida común. En segundo lugar, en la relación que se da entre Michelle y las niñas que tiene a su cargo en la clase de baile. Estas son cuatro, todas muy encantadoras y sutilmente diferentes, en una operación que parece astillar lo que antes había sido solo uno en Rory, y la relación que construyen con Michelle no está mediada por la maternidad, sino por una situación de mentor-alumno mucho más variada y sutil. Las decepciones y los logros no son los mismos y esto ilumina una arista de Michelle realmente interesante: es una mina que ya está grande, que ya está de vuelta y que probablemente no tenga la posibilidad de construir una familia. Su última chance se perdió con Hubbel y en ese sentido se vuelve simétrica con su suegra, quién también es una persona que ya no cuenta con familiares de sangre existentes.

Pero, más allá de todo esto, una de las cosas más diferentes con respecto a GG son, como debía ser en una serie sobre una academia de ballet, las escenas de baile. Estas están todas coreografiadas de una manera elegante pero no vistosa e insoportable, están filmadas de tal modo que los movimientos y las maneras de realizarlos (y la música elegida) forman parte de la historia, son temáticamente relevantes pero no son un enorme signo de admiración insoportable cuya única función es decir “hey, ahora podemos filmar escenas de canto y baile COMO UN VIDEOCLIP”. O sea, básicamente, rechazan por completo la estética de esa porquería infernal llamada “Glee” y sus sucesores aún más mediocres. Mi favorita probablemente sea ésta versión de “Istambul (Not Constantinople)” bailada por Sasha, la conflictiva, flaquísima y talentosa alumna-que-parece-tener-un-futuro-en-el-ballet, pero todas son buenas y alternan muy bien entre música compuesta para la serie, clásicos pop y música más “tradicional” de ballet. Y lo interesante es que, en general, avanzan la historia de una manera sutil e inteligente que no te distrae ni de la historia ni del baile que estás viendo. Una vez más: ¡Gracias a Dios no es Glee!


“Bunheads”, finalmente, es una serie que trata, de forma curiosa, sobre bajar tus expectativas. Michelle comienza a vivir en el pueblo luego de una fallida carrera en el baile que, como máximo, la llevó a ser una bailarina de segunda en un show de las Vegas. Y gran parte de la primera temporada trata sobre como ella acepta ese lugar que, a primera vista, parece ser un garrón. Es el reverso de la historia de fantasía sobre triunfar en una gran ciudad, ésta trata sobre como encontrar la felicidad en un pueblo pequeño. Y desliza que, quizás, la gran vida de la descarnada competencia artística no da nada y solo hace que te deslomes trabajando para finalmente terminar solo. En ese sentido, la relación de Michelle con sus alumnas nunca pasa por el lado de la ambición desmedida, sino más bien de un perfeccionamiento amable de sus habilidades y de la ubicación de ella como una figura maternal absurda, contradictoria e irresponsable. Como una buena profesora, bah. Las chicas, por su parte, no parecen desear la fama, excepto Sasha, talentosa y muchas veces insoportable y el personaje más solitario de la serie.

Por supuesto que el mundo que Sherman-Palladino construye es sumamente amable, Paradise es un lugar ejemplar sin una persona mala y sin el frecuente aburrimiento que forma parte de la mayoría de las representaciones de pueblitos chicos en la ficción norteamericana, pero ello forma parte de su estilo y de su gracia. ¿No es acaso un poco revolucionario que una serie nos proponga ser mejores personas y vivir dentro de nuestras capacidades de la mejor manera posible? ¿No va en contra de esa loca carrera hacía la significancia que el 99% de las veces deriva en la nada que se nos mete en la cabeza desde chicos y que nos hace infelices? A mi el mundo de Sherman-Palladino me pone de buen humor, me levanta el animo y me parece un gran lugar donde vivir, cubierto de inteligencia, y les recomiendo que vean la primera temporada de Bunheads y recen por una resurrección de segunda temporada. 

jueves, 9 de mayo de 2013

Dignified and Old

(una serie de observaciones sobre shows en vivo, reuniones, tours, cansancio, entusiasmo, y música)



Creo que la primera vez fue en el Personal Fest del 2004, ese con Primal Scream, Morrisey, Pet Shop Boys, etc. Estaba con un grupo de amigos, esperando a Blondie, banda que tenía muchas ganas de escuchar. Arrancó la banda y enseguida noté lo tristemente obvio: La banda era buenísima y le estaba rompiendo el culo a todas las otras bandas más jóvenes que había visto antes. Arrancó con mucha fuerza, notaba que los músicos eran muy buenos, y ahí se subió una señora con un tapado, con aspecto maltrecho, al escenario: Debbie Harry. Y Debbie cantaba mal, estaba visiblemente incómoda, y por la mitad del segundo tema se le cayó el micrófono al piso y se puso muy nerviosa y le costó agacharse para agarrar el micrófono. Era una señora cantando algo que no era ella, un fantasma de lo que había sido en un momento en el pasado, algo que no existía más. Un amigo me dijo lapidariamente : “Esto es patético”. Y nos fuimos, al segundo tema o tercer tema, a ver algún otro show. Horas después me encontré con alguna amiga que me dijo que disfrutó del show, porque “Era ella” y “Quería escuchar los temas, y verla, y yo estaba ahí, mirándola, contenta, pegada al alambrado”.

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Hace unos años fui a ver a Kiko Veneno a La Trastienda de Montevideo. Kiko en esa época estaba rozando los 60 años, y - como buen músico popular con un montón de trayectoria - hizo un show largo, de veintipico canciones. Y al final del show, antes de los bises, se lo notaba cansado, con poco aire, moviéndose más bien poco. El show fue muy bueno, lo disfruté, fui feliz, pero me quedó esa imagen como triste, de alguien que ama su trabajo pero que no está quizás al nivel de la vida del tour, de tocar tan seguido, de hacer sets tan largos.

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Creo que es una percepción muy personal. Supongo que tiene que ver con bueno, ser músico. Pero me afecta de sobremanera ver a un músico grande tocar por oficio, cansado. Me parece una imagen realmente terrible, más terrible seguramente de lo que sea, pero no puedo con ella. Tampoco tienen que ser músicos particularmente viejos, pero por favor: Si voy a un espectáculo lo último que quiero sentir es que la persona en el escenario estaría mas contento en su casa, viendo la tele con la doña.

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Cuando tenía 16 años viajé como demente a Buenos Aires a ver a la que en ese momento era mi banda favorita del mundo: Sonic Youth. Presentaban el NYC Ghosts & Flowers, quizás uno de sus últimos discos arties y experimentales. El show, que recuerde, fue buenísimo, con Kim Gordon tocando la trompeta, partes noise larguísimas donde nadie en el público de estadio sabía exactamente como reaccionar. No solo presentaron el disco, sino que tocaron varios "hits" de todos los tiempos, incluyendo temas raros y mu viejos. El mejor balance. Terminaron con una versión violentísima de Brother James. Aguante.

12 años después, ocurrió el sueño del pibe: ya que no sólo volví a ver a Sonic Youth sino que terminé compartiendo escenarios con ellos. Pero la banda que yo vi era distinta: Tocaban claramente en automático, las partes noise eran poco inspiradas, aburridas. Gran parte del repertorio fue del Daydream Nation, disco que estuvieron tocando de pie a cabeza hace un año o dos. Ya no los acompañaba Jim O Rourke en varios instrumentos, sino que estaba Mark Ibold, el bajista de Pavement, pibe que adoro pero que es un tronco magistral tocando el bajo y se pasó quietito mirando el bajo con miedo a pifiar. Kim y Thurston estaban más que divorciados: jamás cruzaron miradas en todo el show. Los temas estaban buenos, pero eran como una selección de los temas mas rockeros, violentos, y sencillos de la banda. Terminaron el set con un noise penoso donde Lee Ranaldo y Thurston se golpeaban las guitarras sin ganas, aburridos, sin violencia, onda “eeeh acá viene la parte del final donde hacemos bocha de ruido como en todos los shows que venimos tocando hace veinte años”. Que se yo.

Lo peor de la situación fue que el resto de mis amigos y mis compañeros de banda - excepto contadas excepciones - estaban enloquecidos con el show de los viejos rockeros de new york y les pareció la segunda llegada de Jesucristo con acoples y distorsión. Yo no entendía nada, y me sentí aíslado, perdido, con esa angustia estúpida de que tendrías que estar pasando bomba cuando en realidad estás más bien incómodo, pensando que seguramente el problema lo tenés vos.

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Es obvio que alguien va a leer esto y va a decir "Pará flaco, yo estuve en el recital de XXXX y estuvo genial, flasheaste cualquiera!". Una de las cosas hermosas de la música en vivo es su cuestión temporal, que es un conjunto de momentos, tanto de cada músico que esta tocando en ese momento así como de cada persona que esta en el público. Es todo totalmente subjetivo y lo que uno construye y ve en un show en vivo tiene que ver con la personalidad de una persona, con su estado individual en el momento del show, con su relación con el músico, etc, etc, etc. Es inabarcable. Si todo eso no estuviera en cuenta, no tendría ningún sentido escribir todo esto.



¿Qué es lo que vas a ver cuando vas a ver una banda en vivo? ¿Vas a escuchar una banda que te gusta, vas a escuchar simplemente "música"? ¿Es una banda que te gustaba antes, y hace años no escuchas, y vas a rememorar viejos tiempos? ¿O quizás vas a ver un músico que es importante para tu vida, y lo importante es el acto de ir a verlo, de estar en el mismo espacio que él?

Cuando me enteré que venía Chuck Berry, me dio curiosidad por cómo serían sus shows en la actualidad, y como buen nerd abrí una pestaña del navegador y busque algún show del año pasado en Youtube. Lo que vi era terrible, espantoso, indescriptible. Su artritis lo mataba y no podía tocar, literalmente. Tenía varios amigos que iban a ir , y  - sí todavía no habían comprado entrada al show - les comentaba lo más correctamente posible que vi unos videos y el viejo estaba en el horno. Algunos me decían que no les importaba, porque querían ver al viejo Chuck, al padre del rock n´roll. La mayoría salió espantada como si hubieran visto una obra siniestra de Marina Abramovic. Algunos pocos, fueron realmente a ver al viejo como el símbolo que es y salieron satisfechos.

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Hace unas semanas fue el show de Television. Estuvo bien, pero hubo varios problemas, y el principal es lo que estoy escribiendo en este post: Pocas ganas, poco entusiasmo, cansancio, no solo Gente Trabajando sino gente trabajando aburrida, en la oficina, cansada del mismo papeleo. Cuando tocaban los temas nuevos, las partes más experimentales y colgadas, estaban entretenidos y divertidos y estaba buenísimo lo que pasaba en el escenario. Pero después parecían aburridos, excepto el guitarrista que reemplazaba a Richard Lloyd (Jimmy Rip), que tocó con una sonrisa en la cara todo el recital. Verlaine estuvo amargo y lánguido, tocando un montón de solos, algunos muy inspirados, otros una serie de búsquedas sin llegar jamás a destino. Y cuando tocaron el gran hit de la banda ("Marquee Moon") lo tocaron poco ensayado, sin groove, ni swing. Marquee Moon es un tema muy delicado y complejo, pero si sos Television, no podés darle el lujo de tocarlo más o menos, y hacerlo más corto, sin el regreso glorioso al final donde vuelven a empezar. A lo sumo punkealo y tocalo tosco pero copado, pero no por compromiso, de que hay que tocarlo de forma que zafe y que igual está todo bien.

O sea, a mi no me jodan: Si voy a un show de (por ejemplo) Iron Maiden estoy SEGURISIMO que van a tocar todo increíblemente ajustado, con fuerza, que van a ponerle todas las ganas durante cada show, y seguramente no haya el más mínimo pifie, y si lo hubo, sería un caso excepcional. Pero por sobre todo, que haya ganas, ímpetu, polenta. El show de Pavement del 2010 en Buenos Aires fue un festival de pifies, desprolijidades, mugre y distorsión, y fue PERFECTO, porque la banda fue así, y no lo tocaron sin ganas, fue puro entusiasmo, violencia, y una mala vibra increíble muy difícil de explicar. Eso garpa, eso está bueno, eso es un buen show.

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Por una serie de razones terminé sin ir a ver el show de Daniel Johnston en Montevideo: Poca plata, un estado de ánimo no muy favorecedor en ese momento,  estado que podía haberse amplificado por un show que tenía el potencial de ser un desastre: Ver a un músico viejo, con problemas psiquiátricos, tocando en vivo frente a un cientos de personas podría ser una algo terrible, morboso y voyeurista. Pero por lo que me comentaron estuve totalmente equivocado: Parece que el show fue genial, intenso, emocionante, que la backing band (Eté & los Problems) estuvieron super bien y se re ajustaron a la performance del cantautor. Le pregunté a un amigo sí estaba en muy mal estado Daniel Johnston, me dijo que sí, que medio temblequeaba, que tomaba agua todo el tiempo, que estaba como ligeramente perdido, que en algún momento derrapó, aunque no mucho. Después le pregunté si parecía estar contento. Me dijo que sí.