- Cuando se
toma un camino equivocado – dijo – mientras más oficio y dotes naturales se
poseen, se hacen cosas cada vez más detestables. Se avanza más y más en el
error.
Pero Isabel estaba decidida a elogiar la
pintura de mi padre.
- ¡Que
absurdo! – dijo – Tu no habías elegido un camino equivocado.
Mi padre admitió que él, estéticamente, había
sido muy ambicioso. Pero esa misma actitud le exigía sacrificios y luchas que
no tuvo el valor de afrontar:
- Y
hacerlos con exaltación, con entusiasmo. Tener esa expresión rebelde y
optimista de que hablaba mi mujer y que yo he perdido para siempre.
Isabel pensaba en sacrificios y luchas
materiales. Según mi padre, se trataba de luchar contra el miedo, la inercia,
la rutina, los sentimientos convencionales, las ideas hechas, la facilidad. El
artista debe vivir en perpetuo antagonismo.
- Usted
postula una rebelión sistemática que conduce a la soledad – exclamo Núñez – Y no
es bueno que el hombre esté solo, como dice el Génesis. El artista no debe
sustraerse al espíritu de su tiempo.
- Habría
que saber – replicó mi padre – si lo que sobrevive de una época no es aquello
que parecía más en pugna con la época misma. Un periodista inglés ha escrito
que cuando los sociólogos hablan de la necesidad de conformarnos al espíritu de
nuestro tiempo, olvidan que nuestro tiempo es la obra de unos pocos que no
quisieron conformarse con nada. Sí, ya sabemos. No conviene apartarse de los
demás, aislarse. Pero en las sociedades burguesas el artista ha perdido toda
función y tiene que aislarse, necesariamente. Quizá la obra de arte sea la
venganza del individuo aislado.
A Núñez le parecía una concepción exagerada
e inhumana. Pero mi padre aludió a ciertas manifestaciones de la música y de la
pintura modernas. Lo que había en ellas de nuevo, de específicamente nuevo, era
una nota inhumana, anárquica:
- Son la
reacción del artista a la hostilidad más o menos encubierta del medio en que
actúa. Hoy por hoy, esa hostilidad es el único estímulo del artista.
- Usted
exagera – replicó Núñez.
Pero mi padre hablaba sin ánimo de protesta.
Estaba de acuerdo, además, en que toda obra de arte lleva en sí un germen
disolvente. Al ofrecernos una visión de las cosas que hasta ese momento no teníamos,
nos propone un orden nuevo, incesantemente nuevo. La sociedad, desde su punto
de vista, hacía bien en mostrarse hostil a los artistas.
- No me
negará usted – agregó – que en su indiferencia hay mucho de hostil. Mejor
dicho, es siempre hostil, hasta cuando finge ponerse de parte de ellos, porque
entonces protege el arte mundano o académico, es decir, continúa persiguiendo
indirectamente a los artistas verdaderos. Trata de aplastarlos por todos los
medios.
- Es una
injusticia – dijo mi madre.
- ¡Bah! Los
débiles sucumben, tanto mejor. En mi caso, por ejemplo, como no me sentía con
fuerzas para la lucha, preferí renunciar a la pintura.
- El señor
Heredia se puso de parte de la sociedad – dijo Núñez con sorna.
Mi padre contestó sonriendo:
- No se
imagina hasta que punto. Soy fiscal del crimen.
(Las Ratas,
José Bianco, 1943)