Bueno ta. ¡Con los Carmen Sandiego nos vamos a tocar a Chile!
Las fechas son las siguientes:
Jueves 31 - Bar Onaciú (junto a Fakuta) (link al evento)
Sábado 2 - Espacio Cellar (junto a Dënver) (link al evento)
No conocemos a mucha gente de Chile así que publico esto aquí. Vamos a estar tocando cosas de nuestro último disco "Joven Edad", así como material muy nuevo y algunos temas más viejos. Salut!
miércoles, 30 de mayo de 2012
martes, 29 de mayo de 2012
No te acordás
En una entrevista que leí hace un montón de años, Fernando Cabrera confesaba ser incapaz de escuchar sus primeros discos - producidos y mezclado por él mismo -, ya que luego de editarlos y re-escucharlos y corregirlos durante meses y meses se saturó y los terminó odiando. Trabajé mezclando varios discos (tanto de bandas mías como ajenas) y siempre pasa eso: Luego de terminados no se pueden escuchar por meses, a veces hasta años, y escucharlos luegos da una sensación rarísima, perturbadora, como ver la filmación de un momento que no recordabas claramente haber vivido. Es un intercambio un tanto cruel: Al trabajar en la creación de algo perdés inevitablemente poder disfrutarlo luego. En casos donde trabajé en un disco y no participé activamente en la mezcla, fue una maravilla poder escucharlo y disfrutarlo como un álbum común y corriente.
Hace unas semanas fuí a la presentación del nuevo disco de Buenos Muchachos, en uno de esos shows bien “presentación de disco” con muchos invitados, puesta en escena, luces, en lugar bien coqueto, etc. Los Buenos Muchachos fueron (y un poco siempre serán) mi banda uruguaya favorita: El primer show al que recuerdo haber ido fue de ellos, en la Sala Zitarrosa, hace más de 12 años. Después de esa vez los vi muchas, muchas veces. Pero ya está, se agotó: Excepto cuando hacen un show bastante distinto (cómo el segmento acústica en la presentación, o unos shows acústicos breves que hicieron en El Tartamudo) ya no puedo verlos más, lo cual me molesta horrores. Se perdió la magia, no los puedo ver como un mero “Espectador” sino de una forma más abstracta, con un pie en el escenario y otro abajo, viendo cada detalle, cada error, cada reacción del público. No es que no disfrute realmente de los shows, la paso bárbaro, pero no tiene nada que ver con el disfrute inicial que hubo los primeros años que los veía casi religiosamente. Hablando esto con José (baterista de Buenos Muchachos, que también toca conmigo en La Hermana Menor) me decía “Está claro que vos no tendrías que venir más, ya ni se para qué vas!”.
Es raro pensar que esas experiencias tienen una “fecha de caducidad”, pero parece que sí.
Esta ‘sobredosis de información’ no solo ocurre escuchando demasiadas veces una banda o escuchando demasiadas veces tu propia música: La escucha intensiva y técnica de la música hace que uno la termine apreciando de una forma diferente. Se vuelve imposible no poder darse cuenta de efectos de producción, de intenciones en la letra, de cadencias, las ideas y decisiones detrás de cada arreglo, de cada golpe de tambor, influencias de cada banda, etc.
Una vez Martín me contó una anécdota de un director de cine que afirmaba no poder ver una película sin ver las cámaras y los cables atrás de cada escena. Es lo mismo. Obviamente no es que escuchar música se vuelva intolerable pero sería lindo poder escuchar la música de nuevo como esa masa informe y libre de conceptos, como cuando eramos niños (hablo un poco de lo mismo en este otro post).
La semana pasada vi una obra de Danza Contemporánea que arrancaba más o menos así: La bailarina se situaba en el medio del escenario, estática, totalmente a oscuras excepto por un foco de luz que apenas (muy apenas) la iluminaba.
¿Vieron cuando apagás la luz antes de ir a dormir, ves todo negro y lentamente empezás a distinguir una serie de artefactos, colores para luego lograr distinguir las formas y siluetas cuando los ojos se acostumbran a la oscuridad? Bueno, en esta primera escena la luz era tan tenue que apenas se podía ver a la protagonista, sus bordes, su cara, la forma de su cuerpo se borroneaba y parecía que se moviese y transmutara. Muy, muuuy lentamente, se agregaban unos sonidos, y muuuy lentamente, la bailarina movía los brazos, levantándolos a sus costados. La obra después se fue para otros lados, pero toda esta escena duró más de 15 minutos que los pasé mirando muy concentrado, donde no pasaba casi nada pero pasaba muchísimo.
Disfruté de toda la obra en general, pero lo que me quedó más en la mente fue mi incapacidad de hablar de ella, de tener los conocimientos y el ‘lenguaje’ necesario para poder definir porqué me gustó lo que vi. Todo se reducía a expresiones sencillísimas, tipo “No me gustó la parte de la música punchi-punchi” o “Me encantó la parte con luz violeta y donde la bailarina hizo una cosa rara con los brazos”. Volver a sentir eso al ver un espectáculo me pareció super refrescante, y también me gustó mucho hablar con bailarinas y con gente que conoce mucho el ámbito y podía explicarme desde sus puntos de vista qué les gusto de esa obra o qué no, utilizando términos como "el cuerpo" y "el lenguaje". Una amiga me dijo que la obra le perturbó mucho porque le pareció que utilizaba el lenguaje de la danza - movimientos de la actriz, a la música, las luces, el uso del espacio, y la combinación de todos esos elementos - de una forma fascista, violenta, que no te daba posibilidades para interpretarla de formas diferentes. Y se descubrió disfrutando de esta opción cerrada y dura del arte: “Esto que me gusta está mal, es jodido”. Jamás se me hubiera ocurrido ver la obra de esa forma.
No es una cuestión de ir persiguiendo distintas disciplinas para re-vivir esas sensaciones - pensar eso me suena medio patético y desesperante. Simplemente que es lindo volver a sentir experiencias perdidas en lugares donde uno no se lo esperaba, que son cosas que pasan, y que seguirán pasando.
Hace unas semanas fuí a la presentación del nuevo disco de Buenos Muchachos, en uno de esos shows bien “presentación de disco” con muchos invitados, puesta en escena, luces, en lugar bien coqueto, etc. Los Buenos Muchachos fueron (y un poco siempre serán) mi banda uruguaya favorita: El primer show al que recuerdo haber ido fue de ellos, en la Sala Zitarrosa, hace más de 12 años. Después de esa vez los vi muchas, muchas veces. Pero ya está, se agotó: Excepto cuando hacen un show bastante distinto (cómo el segmento acústica en la presentación, o unos shows acústicos breves que hicieron en El Tartamudo) ya no puedo verlos más, lo cual me molesta horrores. Se perdió la magia, no los puedo ver como un mero “Espectador” sino de una forma más abstracta, con un pie en el escenario y otro abajo, viendo cada detalle, cada error, cada reacción del público. No es que no disfrute realmente de los shows, la paso bárbaro, pero no tiene nada que ver con el disfrute inicial que hubo los primeros años que los veía casi religiosamente. Hablando esto con José (baterista de Buenos Muchachos, que también toca conmigo en La Hermana Menor) me decía “Está claro que vos no tendrías que venir más, ya ni se para qué vas!”.
Es raro pensar que esas experiencias tienen una “fecha de caducidad”, pero parece que sí.
Esta ‘sobredosis de información’ no solo ocurre escuchando demasiadas veces una banda o escuchando demasiadas veces tu propia música: La escucha intensiva y técnica de la música hace que uno la termine apreciando de una forma diferente. Se vuelve imposible no poder darse cuenta de efectos de producción, de intenciones en la letra, de cadencias, las ideas y decisiones detrás de cada arreglo, de cada golpe de tambor, influencias de cada banda, etc.
Una vez Martín me contó una anécdota de un director de cine que afirmaba no poder ver una película sin ver las cámaras y los cables atrás de cada escena. Es lo mismo. Obviamente no es que escuchar música se vuelva intolerable pero sería lindo poder escuchar la música de nuevo como esa masa informe y libre de conceptos, como cuando eramos niños (hablo un poco de lo mismo en este otro post).
La semana pasada vi una obra de Danza Contemporánea que arrancaba más o menos así: La bailarina se situaba en el medio del escenario, estática, totalmente a oscuras excepto por un foco de luz que apenas (muy apenas) la iluminaba.
¿Vieron cuando apagás la luz antes de ir a dormir, ves todo negro y lentamente empezás a distinguir una serie de artefactos, colores para luego lograr distinguir las formas y siluetas cuando los ojos se acostumbran a la oscuridad? Bueno, en esta primera escena la luz era tan tenue que apenas se podía ver a la protagonista, sus bordes, su cara, la forma de su cuerpo se borroneaba y parecía que se moviese y transmutara. Muy, muuuy lentamente, se agregaban unos sonidos, y muuuy lentamente, la bailarina movía los brazos, levantándolos a sus costados. La obra después se fue para otros lados, pero toda esta escena duró más de 15 minutos que los pasé mirando muy concentrado, donde no pasaba casi nada pero pasaba muchísimo.
Disfruté de toda la obra en general, pero lo que me quedó más en la mente fue mi incapacidad de hablar de ella, de tener los conocimientos y el ‘lenguaje’ necesario para poder definir porqué me gustó lo que vi. Todo se reducía a expresiones sencillísimas, tipo “No me gustó la parte de la música punchi-punchi” o “Me encantó la parte con luz violeta y donde la bailarina hizo una cosa rara con los brazos”. Volver a sentir eso al ver un espectáculo me pareció super refrescante, y también me gustó mucho hablar con bailarinas y con gente que conoce mucho el ámbito y podía explicarme desde sus puntos de vista qué les gusto de esa obra o qué no, utilizando términos como "el cuerpo" y "el lenguaje". Una amiga me dijo que la obra le perturbó mucho porque le pareció que utilizaba el lenguaje de la danza - movimientos de la actriz, a la música, las luces, el uso del espacio, y la combinación de todos esos elementos - de una forma fascista, violenta, que no te daba posibilidades para interpretarla de formas diferentes. Y se descubrió disfrutando de esta opción cerrada y dura del arte: “Esto que me gusta está mal, es jodido”. Jamás se me hubiera ocurrido ver la obra de esa forma.
No es una cuestión de ir persiguiendo distintas disciplinas para re-vivir esas sensaciones - pensar eso me suena medio patético y desesperante. Simplemente que es lindo volver a sentir experiencias perdidas en lugares donde uno no se lo esperaba, que son cosas que pasan, y que seguirán pasando.
miércoles, 16 de mayo de 2012
Ni olvido ni perdón
Mientras lo peor del mundillo local del cine celebra la elección de Marcelo Panozzo como nuevo director del BAFICI en El baile moderno no olvidamos que este tipo hace unos años posteaba en un blog cosas como esta (aunque le reconocemos que se haya dado cuenta de lo vergonzoso que era y lo haya borrado):
12.33. Sofia Coppola es la tercera mujer de la historia nominada al Oscar en el rubro direcciσn. Nada que agregar.Ni olvido ni perdón, Panozzo.
12.34. No, mentira. Algo que agregar: soñé con Sofia Coppola. No fue anoche, fue hace unos días (en la madrugada del 1ro. de enero, más precisamente). Lo reproduzco más o menos como se lo conté a alguien tiempo atrαs (sí, sí, voy a ver si además lo charlo en terapia):
Anoche soñé una cosa que esta mañana recordé (la primera noche del nuevo año, sí). Me cuesta creerlo todavía, porque en general no recuerdo lo que sueño, y no quiero interpretarlo como señal de nada. Simplemente me acordé. Soñé que Sofia Coppola me besaba. Estabamos en una oficina, mi lugar de trabajo, pero no tal y como lo conozco (eso pasa mucho en los sueρos, tengo entendido), y hablaba con ella para coordinar una entrevista. Terminados dichos asuntos, nos despedíamos con un beso en la mejilla. Ella retrocedía dos pasos, volvía hacia mi y me saludaba nuevamente, otra vez con un beso en la mejilla, sólo que mαs cerca de la boca, típico beso-comisura, en general dado por error. Y después, otra vez más: dos pasos hacia atrás, dos hacia adelante, y me besaba en los labios. Era un beso raro, en el que sus dientes ocupaban un lugar incómodo, prominente, algo peligroso. Pero seguimos besándonos (bueno, la iniciativa era más bien de ella) hasta que exploré y entendí cada milimetro de sus labios mientras ella hacía lo propio con los míos. Terminaron siendo besos lindísimos, pero mientras nos los prodigábamos (estuvimos mucho tiempo besándonos) yo pasé de la alegría absoluta a la desolación, a pensar en lo siguiente: esta chica está equivocada... ¿qué hace besándome? Y me desperté.
martes, 15 de mayo de 2012
Spacemonkeyz vs. Gorillaz.
(ésto salió hace unos meses en Haciendo Cine, ahora, un poquitín editado, acá)
“Attack The Block” es una película extraordinaria, una joya
no tan oculta (ya que las buenas críticas la siguen desde su estreno) que
demuestra que no todo está perdido, posmodernizado, vuelvo pornografía de
tortura o evocación nostálgica de los 80s en el siempre cruel mundillo del cine
de terror y ciencia ficción.
La premisa es simple: un día cae un meteorito con un alien
en las inmediaciones de una de esas torres gigantescas, impersonales y
terroríficas donde viven las clases menos privilegiadas de las ciudades
modernas. El meteorito es recibido por un grupo de adolescentes delincuentes que
viven en ese gran monoblock y su ocupante es rápidamente despachado en un acto
de violencia sin sentido digna de su edad. El problema se presenta cuando
comienzan a llegar sus amigos, mucho más grandes, negros como la tinta, una
cruza entre lobos, monos y muppets con dientes brillantes y espantosos.
“Attack The Block” es una película que pareciera
encolumnarse en esa tendencia reciente de Hollywood a recuperar todo género y guiño
del cine de los 80, coincidente con la llegada a espacios de poder de una
generación de cineastas, guionistas y productores que crecieron con esas
películas y su sensibilidad. Pero aquello que en una película como “Super 8” es
retrogrado, estático, en esta película se revela absolutamente moderno,
perfectamente conectado con sus influencias pero sin que ellas lo aplasten y lo
vuelvan un objeto de museo o un pastiche.
¿Por qué es eso? Por varios motivos:
1) La
excelente actuación de los niños. El grupo de adolescentes principal es
multicultural, habla en un slang que une términos indios, vueltas de frase
dignas del mejor grime inglés y mucho, muchísimo humor. Cada uno de los cinco
tiene una personalidad muy bien definida, incluso con unos pocos trazos y su
mentalidad de banda, su amistad, en definitiva, se siente genuina, como si
realmente ellos fuesen lo único en lo que pueden depender. Y eso conmueve.
2) La
dirección es impecable. Joe Cornish, director debutante, se nota que hizo la
tarea. La película se divide en dos tipos de escenas: aquellas ominosas en las
cuales la niebla, las luces y la estructura general del edificio transmiten
continuamente la sensación de que un monstruo puede saltar de cualquier lado; y
las interminables escenas de persecución, que toman gran parte de la película,
adolescentes corriendo en bicicleta por pasillos exteriores, saltando de
contenedor en contenedor, todo el tiempo en movimiento. Cornish toma al edificio
como un ser vivo, cuyos pasillos ya estaban repletos de monstruos.
3) La
lucha de poder que estructura toda la película. Cuando vemos a los niños por
primera vez, le roban a una pobre enfermera (que luego será coprotagonista) que
habita en su bloque. Al final de la película ella los está defendiendo. A lo
largo de todo el film, los chicos y ella corren de los monstruos pero también
de los gangsters que dominan el bloque y venden droga, de la policía y de sus
propios padres. La película transmite muy bien la sensación de que la invasión
es lo menos amenazador, que en realidad, incluso, es buena para la vida de sus
protagonistas, porque desencaja el balance de poder del bloque que, de otra
manera, hubiese marcado sus vidas para siempre. De alguna manera, esos aliens
son libertad.
4) La
música. Es genial. Una especie de mezcla entre las bandas de sonido que John
Carpenter (cuya influencia sobrevuela todo) con su minimalismo tecno y sus
cadencias electrónicas que van progresivamente volviéndose más oscuras; y la
música que escuchan los pendejos: grime, dubstep, hip hop. El resultado es algo
a la vez energético y oscuro, urbano y espacial.
5) El
abandono del espacio que generalmente es territorio de estos encuentros
alien-niño, el pequeño pueblito norteamericano, a favor de la ciudad y sobre
todo de los bloques de edificios. Ese pequeño gesto ya es un signo de que,
vamos, nadie vive en los pequeños pueblitos norteamericanos, y si un director
quiere contar algo que llegue a su potencial audiencia, es tiempo de que
comience a actualizar sus espacios.
Es, en definitiva, una película actual que como toda gran película de ciencia ficción está inextrincablemente enlazada con el presente, con lo real, con las injusticias y los deseos de un puñado de infelices a los que una invasión extraterrestre solo les puede cambiar la vida para mejor.
jueves, 10 de mayo de 2012
la horrible
Mi ciudad favorita en el mundo es Lima. “Claro, cualquiera
puede decir eso de su ciudad natal. Al fin y al cabo, todos esos recuerdos de
infancia tienen que servir para algo. Todos vuelven a la tierra en que nacieron
y a su influjo incomparable” dirá un imaginario
interlocutor que suena algo parecido a mí, y algo parecido a un vals. Y yo le
responderé que no, que si bien sí nací en la Lima de los perros ahorcados y los
coche-bombas, ya cuando tenía un año estaba viviendo a poco más de 1000 Km. de
ahí, en Piura, la ciudad del eterno calor y el eterno aburrimiento.
Y le diré también que mi enamoramiento de Lima ha sido
tardío. Que a mí, como tantos, me desesperaba su desorden, su congestionamiento
endemoniado (que, según mi padre leyó en alguna revista, es responsable de
millones de dólares en pérdidas cada año), su perpetuo gris y sus disonancias.
Ahora son esas disonancias las
que busco. Porque Lima es una ciudad esquizofrénica, con desorden de
personalidad. En una misma cuadra conviven rezagos de su pasado aristocrático,
cuando era el centro indiscutido del continente, y demostraciones
fosforescentes de la nueva sangre que la puebla y llena de vida. En sus barrios
tradicionales las casitas pintorescas de la clase media resisten aún el embate
de los edificios, mientras que los palacetes del centro de la ciudad reciben en
las mismas salas marmóreas a la CGTP[1]
y a los hijos confundidos de la burguesía, que llegan por las noches a bailar
su soledad. Cada uno de los barrios populares, que, como corales conformando un
arrecife, ha surgido en apariencia de la nada, se convierte en epicentro de uno
de los guijarros que conforman el mosaico de la ciudad.
No es una ciudad para todos, es
cierto. Entiendo perfectamente de donde vienen las críticas. Tampoco es la
ciudad en la que quiero vivir para siempre – y no tendré que hacerlo – pero,
por ahora, cada vez que he recorrido, por la noche y quizás no en mis cabales,
el zanjón iluminado entre el barranco y la ciudad, no he podido dejar de pensar
que era este precisamente el lugar donde tenía que estar.
***
Pensaba en eso durante la última
reunión que tuve en mi anterior trabajo. La gerente de marketing proponía a los
demás miembros del directorio entrar como auspiciadores en una muestra
fotográfica. Mientras todos discutían sobre lo que esto podría aportarle a la
marca de la inmobiliaria (“hacemos crecer tu ciudad”, o algún otro slogan en
ese sentido), yo, como correspondía a mi posición de pinche entre gerentes,
miraba las fotografías.
La fotógrafa, Evelyn Merino Reyna,
organiza su colección alrededor de un hilo conductor simple pero efectivo:
todas las fotografías han sido tomadas volando en ala delta. La ciudad se convierte
al mismo tiempo en mapa y territorio, casi en geometría. Los ejes de sus
calles, los patrones de sus parques y avenidas, y también de sus olas y
sombrillas y los botes que descansan del
trabajo en su bahía, todos son ejemplo de la resistencia natural a la entropía
que ha de devorarnos finalmente.
Y en medio de todo, alguien que
lee o flota o besa a su mujer en una piedra.
***
Hace unos días fui con mi buen amigo Álvaro a ver un
documental sobre música criolla. Si aún no lo ha hecho (y la verdad es que ando
un poco desconectado de ella desde que llegó a máximos absolutos de vacuidad),
es probable que la prensa peruana hable del “Buenavista Social Club Peruano”.
Lo básico está ahí: un grupo de setentones que ha sido juntado por un productor
joven para tocar una música pasada de moda con una solvencia superior al
promedio. Si el descubridor de estos veteranos hubiese sido Ry Cooder, y no
Willy Terry ni Rafael Polar, otra sería la historia.
En el aspecto técnico, es un documental cumplidor, nada más.
Tiene algunos problemas con la narración, que se vuelve trillada y subraya
ideas que podrían simplemente mostrarse. La idea de fondo, en todo caso, es clara: un grupo de viejunos que, como
aquellas bandas resistentes de las historias post-apocalípticas, se refugia en
donde puede, en el intento de mantener viva alguna tradición casi perdida. Uno
de los centros emocionales de la película lo grafica mejor que nada: la cámara
avanza lenta por entre los vericuetos de quincha y barro de una casona vieja de
los Barrios Altos, hasta llegar a un sillón destartalado donde un anciano
canta, con un hilo de voz, un vals desconocido sobre una Lima de ensueño y
brujería, una Lima de la que vale la pena enamorarse.
El vals es una de las canciones
más bonitas que he escuchado. Sus melodías y armonías recuerdan a la Chabuca
más melancólica, y sus imágenes son herederas directas del mundo creado por
Eguren. Que sobre el autor se sepa poco o nada vuelve todo un poco más heroico.
No es difícil imaginarlo ahí, en casa, trabajando un género que ha muerto o
está por morir, y haciéndolo como si se le fuera la vida en ello, para luego ir
a mostrarle a los amigos, siempre los mismos cinco o seis, el valsecito que ha
compuesto; y a cambio un vaso de cerveza
o de pisco o de aguardiente, o quizás solo un abrazo o una lágrima furtiva.
Todo para después morirse sin saber – o tal vez lo sospechaba – que es aquello
que ha compuesto: la mejor canción criolla que se ha escrito en mucho tiempo.
***
Se acerca el invierno en Lima, pero todavía no principia. Las
chicas ya han dejado las faldas largas del verano y aparecen otra vez con sus
abrigos; algunas mañanas amanece nublado y gris, como invitándonos a armar
campamentos en la cama. La tarde aún está linda para caminar rumbos perdidos.
[1] Confederación General de Trabajadores del Perú
[*] Lima Bruja aún no puede encontrarse en Internet
viernes, 4 de mayo de 2012
miércoles, 2 de mayo de 2012
The Avengers: Before and After The Fact.
(Esto escribí sobre los Avengers para la revista Haciendo Cine, antes de siquiera verla)
The Avengers no es una mala película. Está bien. Es, y ésta es la palabra que mejor la describe, adecuada.
En un principio parecía una grandiosa idea: una franquicia
de películas de superhéroes que conduzca, finalmente, a un gran espectáculo
conjunto, la primera de un super equipo armada en tiempo real, a la manera de
los comics ¡El primer cross-over cinematográfico a gran escala!
Era una destilación de un viejo precepto del comic de
superhéroes, tan antiguo como la Segunda Guerra Mundial: si tenés uno y es
exitoso, 6 o 7 en un mismo grupo serán exitosos exponencialmente. Coincidía con
un viento favorable en los grandes estudios a las trilogías, películas conectadas
por elementos temáticos, grandes sagas. Y, además, representaba la aparición de
Marvel Comics como productor de sus propias películas, un sueño largamente
anhelado dentro de la compañía, su salto al gran rodeo, una empresa de entretenimientos
completa, y no solo una pequeña e intrascendente editorial.
Y, aparentemente, la apuesta ha pagado bastante bien. No
solamente han tenido éxitos desde Iron Man 1 sino que los ingresos de las películas
permitieron sanear las finanzas de Marvel Comics lo suficiente (plagada por una
bancarrota incurrida en el año 1996 cuando intentó apoderarse del mercado de
comics norteamericano comprando su propia distribuidora solo para que todo se
derrumbe a su alrededor) como para volverla una manzana muy apetitosa para
Disney, quién compró la editorial y todo su universo en el 2009 por 4 billones
de dólares. Lo único que aún desea es rescindir los contratos que tiene con
Sony, Paramount y Fox para recuperar sus últimos personajes (los Fantastic
Four, X-Men, Spider-Man) y producir películas de la casa con ellos.
Y ahora nos enfrentamos con el producto final de aquello que
se presenta como una movida novedosa y creativa pero que, a fin de cuentas, se
parece mucho más a la sinergia corporativa. Porque si bien las películas de
Marvel Studios (y The Avengers en particular) intentan decirnos que son el pico
máximo de la épica superheroica en el cine, en realidad son películas de
cartón: aburridas, formulaicas, con los guiones con menos alma que se han visto
en mucho tiempo, actuaciones que parecen extraídas con tirabuzón, efectos
especiales más bien berretas y muy poco corazón. Iron Man 1 tiene cierta
chispa, que rápidamente se pierde cuando Robert Downey Jr. se vuelve un
monigote de sí mismo. Pero tanto Captain America (en donde ni el gran Chris
Evans logra arrancarnos una sonrisa) como Thor son dos tristes y vacías
cáscaras cuyo único objetivo es colocar a sus personajes en una posición en la
cual puedan ser utilizados por esa gran esperanza blanca del cine de masas que
se supone será Avengers. Hacía mucho tiempo que no sufríamos tanto viendo
películas tan mecánicas (y eso que estamos acostumbrados a ver blockbusters),
que estaban tan lejos de ese estallido de color e imaginación en el cual
estaban inspiradas.
El hecho de que frente a Avengers esté Joss Whedon no es
ningún motivo de confianza. Whedon pertenece, junto con Kevin Williamson y J.J.
Abrams, a esa generación de productores de televisión fantástica de gran aceptación
entre los fans pero cuyas ideas pueden ser descriptas, caritativamente, como
derivativas. Mercanchifles sin verdadera imaginación cuyas única gracia parece
enmarcarse en darle un giro a ciertas formas y géneros con los personajes más
superficiales que pueden inventar. Joss Whedon, además, se caracteriza por sus
continuos fracasos de público, por sus series abortadas (luego de Buffy)
siempre tempranamente y por ser un guionista de comics bastante mediocre. No
malo, pero lento, anclado en una sensibilidad telenovelesca profundamente
ochentosa (en cuanto a tiempos de comic: su influencia principal, diríamos, es
Chris Claremont en los X-Men), comida confortable que llena pero no deslumbra.
Los trailers, además, muestran una película con un CGI
bastante triste y con unos villanos inclasificables. De toda la riquísima
galería de villanos de los Avengers han elegido a Loki, bastante racional, pero
un Loki, como todo en esta franquicia, descremado, que no irradia amenaza ni la
suprema manipulación que lo caracteriza. Sobre sus secuaces, poco se sabe, en
un momento se supuso que iban a ser los skrulls, raza de aliens cambiaformas,
pero ello ha sido negado tanto por Marvel como por Whedon. La falta absoluta de
detalles, más el hecho de que el director dice que los skrulls serían demasiado
complicados de realizar en una película con siete estrellas, indican
probablemente otro villano genérico, una raza de seres sin carisma ni forma ni
historia, bastante apropiada.
El resultado es que lo que debería ser un gran evento para
un fanático del comic como el que escribe, se ha reducido a un completo
anticlímax. La película menos esperada en la historia de las películas de
superhéroes. Como cuando viene tu estrella de rock favorita pero ya está vieja,
acabada y toca el 70% de su set de sus tres últimos y peores discos. Quizás la
calidad de la película sea excelente, el corazón esté ahí y nos callen la boca,
pero el track record de Marvel Studios no permite ser muy optimista.
El cine, durante años, buscó la manera de trasladar los
superhéroes al celuloide de una manera creíble. Esa obra maestra que es el
Superman de Donner lo decía en el poster: “creerás que un hombre puede volar”.
Durante años el costo y la calidad de los efectos especiales lo hicieron
imposible o ridículo. Pero una vez que la tecnología estuvo a la altura, se
reveló la contracara de un mundo sin filmes de superhéroes: la fábrica de hacer
chorizos. Si hay algo que han demostrado los intentos más exitosos de
trasladarlos al cine es que alguna visión más allá de lo comercial tiene que
existir, sino los clichés en los cuales están acurrucados, la mecanicidad de
muchas de sus historias queda a la luz. El comic, como el cine, no es solo el
ordenado pasaje de un estado a a un estado b (mejor conocido como narrativa)
sino también estilo. Lamentablemente, todo indica que la tagline del poster de
los Avengers debería ser: “creerás que un superhéroe puede realizar un informe
de ingresos del segundo trimestre del año fiscal impecable”.
(Y esto es lo que escribí después de verla el domingo)
The Avengers no es una mala película. Está bien. Es, y ésta es la palabra que mejor la describe, adecuada.
No es tan mala como las anteriores películas de Marvel
Studios, lo cual tampoco es una tarea muy complicada. Tiene un poco más de
corazón, se nota que Whedon entiende básicamente a los personajes y el concepto
“Avengers” está bien transmitido. El secreto es el siguiente: Whedon es, como
mucho, un tipo que sabe imitar estilos de cosas pasadas con un ligero giro
moderno, sus creaciones siempre son pastiches que (supuestamente) se salvan por
su utilización y construcción de personajes. En el comic, éste mismo tipo de
estilo es totalmente flaco, aburrido y previsible. No podés hacer unos X-Men de
Claremont de segunda cuando estás siguiendo a New X-Men de Morrison. Es
conservador, es previsible, es poco arriesgado. Pero en una película, la
primera gran confrontación con el público masivo, un acercamiento que
signifique un retorno a las raíces y que transmita el concepto principal es muy
adecuado. Por ello ésta película está a años luz de los aburridísimos, insoportables,
comics de Joss Whedon.
Pero es una película realizada por un buen soldado, por un
tipo sin vuelo. Creo que ese es el pecado de la película: no tiene imaginación.
Un resumen de su argumento iría algo así:
1. Algo muy malo pasa y Nick Fury llama a los Avengers.
2. Escenitas donde nos presentan a los personajes.
3. Presentación de la base de los Avengers, una mezcla entre
un Helicarrier y un Triskellion. Lugar donde se van a pasar 2/3 de la película.
¿Hubo alguna vez un grupo de superhéroes que se pase tanto tiempo en su base de
operaciones? ¡Siempre están huyendo a salvar el mundo o escapando de que la
destruyan! Yo me imagino la Mansión de los Avengers en estado continuo de
abandono.
4. Salen a hacer un par de mandados que solamente sirven
para demostrar que a) Iron Man es impulsivo b) Thor habla raro c) El Capitán
América manda.
5. Larguísimas e insoportables escenas dentro de una base
que es otra puta fantasía militar del cine de Hollywood de los 00s, donde
hablan, se pelean, se sacan cosas en cara, para terminar con un montón de
pasillos y escenarios indistinguibles unos de otro (el gran problema del cine
de acción de los últimos 20 años: todas sus instalaciones militares, industriales,
todas sus ciudades, se ven exactamente igual) totalmente destruidos y los héroes
dispersados.
6. Un sacrificio TOTALMENTE ABSURDO de un personaje QUE A
NADIE LE IMPORTA para unirlos en su lucha.
7. Una larga escena de lucha en New York contra los Aliens
Mas Genéricos Del Mundo.
8. Fin y la promesa de más aventuras.
En definitiva, los escenarios, los enemigos, el estilo, la
creación que debería fluir desbocada en esta, que es, en definitiva, LA PRIMERA
PELÍCULA DE UN SUPERGRUPO, está ahí reducido a un montón de tipitos en motocicletas
que vuelan y un par de ballenas gigantes (mediocre fuerza invasora si tiene como objetivo conquistar toda la
tierra). Y en un montón de pasillos indistintos de bases militares.
Después, hay elementos que están bien. El Hulk (o, más bien,
el Banner) de Ruffalo es muy bueno, la mejor interpretación de Banner hasta el
momento en el cine. Chris Evans es un genio y merece mejores películas.
Scarlett tiene mucho protagonismo pero sin embargo bien aprovechado, destacando
lo que hace a Black Widow interesante y diferente. Thor y Hawkeye son dos ceros
a la izquierda. El Tony Stark de Robert Downey Jr. ya es insoportable más allá
de todo lo insoportable. Las interacciones entre ellos están bien llevadas, supongo
que Whedon tiene un buen director de actores.
Es un 6. Nada más que eso. Está hecha con dignidad y
respeto. Aburre en cantidades moderadas. No tiene una brizna del estilo y la
superficie y el encanto que hace que un comic como los Avengers sea tan
fabuloso. Pero tampoco se sumerge en las profundidades de la autoparodia, del
cancherismo y de la mediocridad involuntaria. Es una película whedoniana, ni fu
ni fa, ni muy muy ni tan tan, middle of the road absoluto. Tanto, que ni
siquiera me produce el odio suficiente como para destruirla.
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