(Here be spoilers. Beware)
Frank Sobotka: Why the fuck didn't you tell me what was in that motherfucking can?
Spiros: Now you wanna know what's in the cans? Before you wanted to know nothing. Now you ask. Guns, OK? Drugs, whore, vodka, BMWs. Beluga caviar, or bombs, maybe? Bad terrorists with big nuclear bombs. I'm kidding you, Frank, it's a joke. But you don't ask ... because you don't wanna know.
- Help my union? For 25 years we've been dyin' slow down there. Dry dock's rustin', piers standin' empty. My friends and their kids like we got the cancer. No life-line got thrown all that time, nothin' from nobody, and now you wanna help us? Help me?
Frank Sobotka.
Frank Sobotka es un personaje que se encuentra en las antípodas de Omar: atado, agobiado, envuelto en obligaciones para con su familia, el sindicato al que pertenece y, encima, unos misteriosos gangsters “rusos” o “griegos” con los que se ha enredado intentando salvar su trabajo y su forma de vida. Su mismo lenguaje corporal lo traiciona: un hombre retacón, ligeramente gordo, pelado, que por su masa corporal parece anclado a la tierra, con una enorme furia contenida. Cada vez que se entera de una mala noticia, su cara se transforma en una mueca de rabia total a punto de estallar, sus ojos parecen saltar como cohetes de sus órbitas y se agarra la frente como si su cabeza estuviese a punto de convertirse en piñata. En esos momentos, Frank Sobotka parece un tipo a punto de saltar de su asiento y partirte una silla en la cabeza para luego patearte en el suelo hasta que estés bien muerto.
Sin embargo, esto nunca sucede. Creo que no recuerdo ningún momento ni escena en la que Sobotka ejerza violencia real. Frank es pura contención y amenaza, pura mesura. Y, también, pura impotencia. Esto es, probablemente, porque Frank es uno de los hombres buenos de la serie. O sea, si hay una figura realmente trágica en The Wire, ese es Sobotka. Su historia es el ejemplo perfecto y más acabado de la premisa de Simon de “los hombres como protagonistas de tragedias griegas en las cuales el papel de los dioses lo cumplen las instituciones”.
Frank es un estibador. De hecho, es el presidente del sindicato de estibadores, en una ciudad donde el puerto está muriendo y donde los trabajadores honestos, acostumbrados a mover cajas con las manos y el sudor de su frente y a ayudarse unos a otros como familia (cualidad que, además, se refuerza al pertenecer casi todos a la colectividad polaca) están viendo como las opciones de trabajo se reducen cada vez más y como a los políticos lo único que les interesa es destruir el puerto para beneficiar a los inversores inmobiliarios. Frente a esta situación Frank decide echarse el sindicato, sus compañeros, su puerto y su familia al hombro, engancharse con estos mafiosos que traen cosas oscuras a través de su puerto e intentar modificar (mediante la untación de manos gracias a las grandes cantidades de dinero provisto por estos tipos) las políticas que apuntan al puerto.
A pesar de sus buenas intenciones (o quizás por ellas y por la apreciación un tanto excesiva que tiene de su propia persona e importancia) Frank es totalmente paternalista: es la clase de persona que invita rondas para todos, que le consigue laburo a su hijo (que es un completo inútil, un fuck up, con una personalidad por momentos encantadora pero sobre todo insoportable) y a su sobrino (el hijo que le hubiese gustado tener, serio, trabajador, deseoso de progresar) solo porque son familia, que cuida las espaldas de sus trabajadores cuando viene la cana a hacerles preguntas incómodas. Sus problemas comenzarán una vez que se descubra que una de las cajas que traían estos mafiosos globales y de etnicidad desconocida contenía mujeres destinadas a la prostitución que, por una horrible acción de algunos de los marineros del barco en que era transportada, han muerto asfixiadas. En realidad, sus problemas comenzarán, en una de esas ironías y mecanismos de pinzas que tiene The Wire, cuando McNulty, ese soberano hinchapelotas, realice su propia pesquisa y descubra que no fue un accidente, sino asesinato, solo para joderles la vida a sus superiores que luego de la primera temporada lo han condenado a navegar por el río como policía marítimo.
Frank es un hombre bueno porque su estrategia está destinada a proteger a aquellos que cree que están a su cargo, pero esa estrategia lo lleva a comprometer sus ideales, y, también, es un hombre orgulloso y con un ego y un complejo mesiánico importante, que cree que es el único que puede salvar a todos. Es un clásico ejemplo de un paternalismo que en Argentina todos sabemos que sería. Su otro gran defecto es que es dubitativo y temeroso. Sabe el precio que está pagando por sus acciones destinadas a salvar el puerto, sabe que, de alguna manera, está empeñando su alma. E intenta, en varios momentos, darse vuelta, rechazar ese compromiso que ha adoptado. Pero al mismo tiempo su convicción de estar haciendo lo correcto lo detiene continuamente de enmendarse y lo empuja cada vez más a encubrir a esa cara maléfica del capitalismo que son El Griego y sus allegados (los famosos mafiosos globales de los que se viene hablando). Frank es uno de los héroes más trágicos de The Wire, porque es un hombre de principios totalmente aplastado por fuerzas más allá de su control. Y, además, porque al posicionarse como un elemento tan importante, irremplazable, en la estructura de la que forma parte, la condena por completo.
La belleza de la temporada en la que Frank es protagonista absoluto es que es la temporada más autocontenida de la serie y también una de las más descorazonadoras y completamente tristes. Y, al mismo tiempo, es una reflexión sobre la decadencia de una forma de actividad económica, de un modo de vida estadounidense (y mundial por rebote) donde el trabajo manual y la construcción de cosas era lo más importante. Frank lo dice claramente cuando le comenta a Spiros Vondas, uno de los secuaces de El Griego, “We used to build things in this country. Now we stick our hand in the next guy's pocket”. Y la contraimagen que se propone de Frank es, justamente, El Griego, el capo di tutti capi del conglomerado global-mafioso con el que se engancha. El Griego es un enigma, una persona sin nombre ni identidad, que solo se dedica a transportar bienes y manejar dinero sin ensuciarse jamás las manos (al final de la temporada, cuando escapa de los Estados Unidos, le hacen la consabida pregunta “¿Negocios o placer?” y él contesta “Negocios, siempre negocios”) y sin relacionarse nunca con la cosa que vende. Es la imagen fiel del capital internacional sin nombre, sin nación, inexistente en lo “real”, que no se acerca a la producción, a la manufacturación, solo preocupado por su propia reproducción y su supervivencia.
Frente a esto, un hombre como Frank Sobotka, una persona con defectos y debilidades e inseguridades, contradictorio, parado frente a la tormenta, no puede hacer nada. En la última aparición de Frank se lo ve caminando hacia un encuentro con El Griego bajo un puente, de espaldas, pequeño e insignificante, moviéndose como un pato con las manos en los bolsillos, internándose en una oscuridad que parece amparada por esa pieza gigantesca de arquitectura que jamás perteneció a los trabajadores que la construyeron, sino al comercio y a la ciudad misma.
1 comentario:
buenísimo. larga vida a frank sobotka.
volviendo a la idea de tragedia griega, no olvidemos que sobotka sella su destino cuando se enfrenta a los dioses/burocracia: unos dioses muy torpes, caprichosos, malvados, y con la cara de stan valcheck. el imbécil de valcheck.
tomen,
http://www.megaupload.com/?d=8RZRUW56
bájense ese temazo como homenaje a la 2a temporada de the wire.
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