Para cuando apareció Chabuca Granda, ya todo estaba definido sobre el futuro de la Música Criolla. Desde el ahora, cuando ya todo ha pasado, se me antoja parecida a aquellos personajes de una crónica de los cuales ya sabemos el destino, que nos es mencionado al pasar casi al inicio de la misma como un detalle sin importancia, su muerte o su derrota, y a los que, sin embargo, no podemos dejar de seguir, ilusionados de que, de alguna forma, es posible evitar lo inevitable, y encontrárnoslos del otro lado incólumes, completos.
Pero del otro lado ya no se encuentra más que rezagos de la tormenta, los sobrevivientes brillando casi todos del reflejo de una luz que aún se demora en morir, pero es solo percepción, como cuando en la noche vemos estrellas y creemos que ahí están todavía, cuando hace rato ya que se apagaron y no queda sino el vacío.
Cuando Chabuca aparece, sin embargo, las cosas eran bastante diferentes. El Criollismo se encontraba en plena migración de los callejones a las radios, y de estas a los grandes teatros del país, en movimiento paralelo al de una economía que crecía en los mismos rangos que crece hoy en día, con aún menor repartición. La burguesía vivía una bonanza que le permitiría enfocarse en manifestaciones artísticas, y otras formas hermosas de perder el tiempo. No es casualidad que, años luego, las bandas beat de Lima se encontraran entre las más activas de Latinoamérica, a la par de Argentina, México o Uruguay: la juventud satisfecha tiene tiempo para eso; los setenta serían otra cosa.
El Criollismo se encontraba entonces maduro. Luego de la renovación que significó La Nueva Guardia, con Pinglo a la cabeza, las formas volvieron a estancarse en cierto grado. Grandes canciones se escribieron, es verdad, pero pocas osaban romper los moldes de la manera en que lo había hecho el músico de los Barrios Altos, y ninguna alcanzaría la variedad en los temas y tonos que hacen de la obra de Pinglo la mejor fuente para entender la clase media capitalina en los años de entreguerras. Es posible hacer cosas hermosas a partir de moldes establecidos, tipologías arquitectónicas, pero se requiere un tipo de genialidad especial para convertir esos moldes en algo nuevo, para acelerar el proceso lento de una evolución y convertirlo en el trauma repentino de una mutación.
Chabuca es precisamente el tipo de genialidad que se necesitaba para conseguir esta mutación. Nacida en un ambiente muy diferente al de la mayoría de los músicos criollos, quienes por lo general venían de estratos populares y habían afilado su arte en jaranas de días y semanas repletos de pisco y callejón, las expectativas usuales de una muchacha de clase alta en la Lima de la primera mitad del siglo XX casi frustran las inclinaciones artísticas que mostró desde joven. No es hasta 1948, casi entrando en la treintena, y con un divorcio a cuestas, en que Chabuca empieza a componer sus primeros valses. Que su canción más famosa, La flor de la canela, sea su quinta composición, nos dice bastante de la rapidez de su maduración como artista.
Artista es una palabra que va perdiendo su valor en estos días de tumblr y google+; un par de conceptos mal aprendidos, una actitud desafiante, tres o cuatro fotos, un par de canciones o una instalación, y ya todos nos llamamos artistas, cuando es necesario algo más. Un artista es, sobre todas las cosas, un artesano, que va refinando su arte de a pocos, puliendo el barro o tallando la piedra hasta descubrir la forma escondida debajo de ellos. El arte es tanto un trabajo de paciencia como lo es de genialidad.
Pero quítale la genialidad y te quedas con artesanías de tienda de recuerdos. Una actitud muy extendida es la de censurar cualquier intento de intelectualización del proceso creativo como un acto de pedantería. Lo mejor que podemos hacer es hacernos los tontos, no darle muchas vueltas al porqué de las cosas, como si las soluciones a los problemas se pudieran encontrar de alguna forma mágica e inesperada toda vez, y nunca al pensar.
Chabuca es una artista genial porque combina ambas cosas: la paciencia del artesano y la teoría del crítico. Solo eso explica que sea capaz de pasarse cuatro años sin escribir una sola línea, rumiando la manera de expresar lo que sentía ante la muerte de Javier Heraud, para luego aparecer con uno de sus ciclos más poéticos y abstractos, consciente de que si no se hacía algo el vals se iba a morir de túndete.
Como si tuviera que preparar mis apuntes para una defensa oral ante un jurado traté de aislar qué era lo que hacía que Chabuca fuera una artista, y una grande. Esto fue lo que encontré:
- Evolución Formal:
Todos los grandes artistas innovan. Es verdad que esta innovación no es necesariamente formal, la obra de Merrit o Pollard lo demuestran, pero es necesaria una dosis de novedad para convertir algo bueno en algo enorme.
Y todos los grandes artistas, o al menos los que me gustan, lo hacen constantemente. Sería fácil para ellos hacer lo que ya probaron y en lo que saben que funcionan, pero entonces, ¿cuál sería la gracia?
- Coherencia Temática:
O la teoría de los demonios de Vargas Llosa, que sostiene que cada artista tiene una serie de temas a los que vuelve una y otra vez, porque son los demonios que pueblan su mente y que no puede exorcizar, aunque lo intentan. En el caso de Chabuca son: el paso del tiempo y sus efectos; la soledad y la muerte; Lima y lo que contiene. Canciones tan diferentes como su valses y marineras del inicio, y las variaciones de negritud que compone en sus últimas horas, todas hablan de estas cosas.
- Reconocible Estilo Propio:
Al igual que cuando uno ve una pintura de Matisse o de Goya sabe qué es lo que está viendo, y al igual se puede fácilmente imitar la prosa de Borges, que no igualarla, utilizando una serie de palabras y de giros verbales, las canciones de Chabuca están impregnadas de un estilo bien definido.
Es este estilo, por sobre todo, femenino. Femenino en la percepción en el detalle, y en la empatía con que lo vive. Gusta mucho de las metáforas florales y de los arcaísmos, como quien no quiere dejar que muera el pasado precisamente porque sabe que es efímero y hermoso.
- Conexión con el Zeitgeist
Hace un tiempo revisé los artículos que había escrito para EBM y para mi anterior blog, y encontré que en muchos de ellos menciono qué tanto se alineaba la obra de un artista con el espíritu de su tiempo. Es verdad que una obra de arte debería ser universal, y hablarnos a través de los siglos, como Tolstoi o como Cervantes, pero también es verdad que esto es imposible hacerlo si es que no hablas desde el ahora y el aquí. The Wire y The Sopranos nos resuenan tanto por ser comentarios sobre la furia de los dioses y la degradación moral de nuestros héroes respectivamente, como porque son la mejor lectura de los efectos del capitalismo americano del Siglo XX.
Es poco probable que Chabuca fuera consciente que sus canciones eran un síntoma de que la música que tanto amaba estaba moribunda, si no muerta. Pero si en Pinglo encontramos autos y migrantes en una ciudad que estaba en permanente cambio, en las canciones de Chabuca nos topamos con una realidad que va poco a poco desapareciendo, con una alegría que irremediablemente se convierte en nostalgia.
Luego Chabuca se nos muere, y nos quedamos escuchando su recuerdo.