Hoy tuve que prender el aire acondicionado de la suite del hotel en modo calor, anoche, en modo frío. La varianza de temperatura en Bloomington es increíble.
Hasta hace poco hubiera escrito eso en twitter, pero ahora no tengo ganas de ponerlo ahí. Bien, en realidad sigo con ganas de escribirlo en twitter pero me reprimo conscientemente de no hacerlo ahí. Es que si escribo en twitter no escribo en ninguna otra parte.
Hace unas semanas conversé largamente con unos amigos al respecto de twitter, de los blogs, de la persona online, del proceso creativo que implica elaborar una persona online y caí en la cuenta de que esa actividad es el único canal creativo que me queda.
Y no me refiero a lo que dice mi persona online sino a la creación de la persona online en sí misma. Todo empezó con el blog, claro. Tenía demasiadas cosas para decir y nadie a quién decírselas. Bueno, tenía a quién decírselas pero eso no me alcanzaba. Entonces arranqué el abra, que está por cumplir como seis o siete años.
El blog, entonces, me permitió expresar un montón de ideas y me requirió un esfuerzo creativo también desde el punto de vista técnico. Por eso elegí hostearlo en casa, amasar Wordpress, jugar con HTML y Linux y DNS dinámico y PHP
Eso me cansó rápidamente y en cuanto pude me pasé a una versión de lo más estándar de Wordpress hosteada en un servidor por ahí. Esa fue la primera cosa que me agotó del blog.
La segunda fue el contenido. Desde el 2006 hay solamente un puñado de entradas y la mayoría son fotos y cosas más bien sosas. Lo que quedó fue el tercer elemento creativo que descubrí al bloguear, precisamente la construcción de jfrank como un personaje online, a fuerza de elegir con cuidado la secuencia de links, textos y fotos.
Esto último es lo que migró a twitter de ese jfrank. La cuenta en twitter la abrí en 2007 pero no la empecé a usar hasta que sentí que había gente mirándome, mirando a jfrank. Es mucho más cómodo usar twitter para eso. El feedback social es infinitamente más obvio que en un blog y por tanto infinitamente más adictivo.
A estos dos amigos les expliqué, de alguna manera defendiendo a twitter y sus usuarios, que cada persona vive y usa twitter de forma única. Que esto que les decía del proceso creativo de una identidad formada por secuencias de tweets y links es lo que a Javier le pasaba con twitter y que a otra gente seguramente le pasaban otras cosas. Y que sí, hay mucha basura en twitter, y que no, que no creo que sea para todo el mundo. Como tampoco era el blog.
El asunto es que ahora siento que lo único creativo que estoy haciendo, que estaba haciendo, era esa construcción de la identidad online y que me estaba consumiendo la poca energía que me deja mi estilo de vida actual para hacer cosas como este texto. Texto que creo no estaría escribiendo de haber continuado usando twitter como hasta ese momento. Es que casi no he usado twitter desde entonces, y me siento mejor. Con más angustia intelectual, con más ganas de decir cosas y sin un sitio donde hacerlo.
Facebook
Al principio, cuando colgué los primeros posts en el blog, le mandaba un email a cada uno de mis amigos y parientes pidiéndoles que lo miren, que lo lean. En suma diciéndoles que ahí estoy yo, que si quieren conocerme del todo tienen que ver esto que estoy haciendo ahora, que ahora estoy mostrando algo que no tenía como mostrar.
En esa época, que ahora parece millones de años en el pasado, la idea de que para conocer a alguien con quien se habla todos los días había que entrar a internet parecía descabellada. Entrar a internet, sí eso también es anacrónico. Más de una vez tuve que explicar de qué estaba hablando. Tuve que contarles que mi realidad se componía de lo que ellos veían pero también de un montón de cosas que solamente se veían en internet. Más de una vez me miraron raro, con incomprensión y condescendencia.
La mayoría de esa gente me miró también extrañados cuando unos pocos años después les respondía que no, que no tengo una cuenta de Facebook y que no es de mala gente no querer ver las fotos de sus sobrinos en la playa (ahora son las de sus hijos o nietos en la paya y en el parque, un montón de bebés babeando por la internet)
Es que Facebook hizo eso: universalizar el concepto de identidad online. Pero la forma en que eso pasó es espeluznante porque para mi, desde muy temprano, la identidad online esa de que les hablo, jfrank, fue una construcción que entendí inmediatamente separada de Javier.
Y aclaro que no fue de entrada. Yo firmé siempre como Javier Frank en el blog y de hecho mis primeras experiencias con lo que ahora llaman SEO fue tratar de que mi nombre completo ranquee alto en búsquedas de google usando como herramienta el lindo PageRank 3 que había alcanzado el abra.
Pero lo entendí relativamente rápido y a pesar de mantener incambiado el pasado (yo soy de la escuela de que una URL debe apuntar al mismo contenido por toda la eternidad internauta como recomienda Sir Berners-Lee) me cuidé de no linkear a mi nombre ni de poner una sola foto de mi cara asociada a jfrank. Es más, ahora trato de que los resultados de búsqueda de mi nombre no apunten a nada que pueda dirigir al curioso a mi blog, o a mi cuenta de Facebook.
Espeluznante decía. Es que Facebook (y LinkedIn si vamos al caso) funciona justamente forzando una relación unívoca entre una persona y su representación online, su representación Facebook.
Y guarda que a mi no me parece mal alguien quiera que su Facebook la represente de la manera más fiel posible, lo que me asusta es que en general la gente que conozco que usa Facebook toma esa unicidad como un dato cuando en realidad es una ficción. Alguien no está en Facebook; las personas tienen cuentas en Facebook y las cuentas de Facebook cuentan una historia, representan un personaje. Facebook es literatura. Mala, trivial, pero literatura.
Y de la misma forma que twitter es vivido por cada individuo de forma única, sostengo lo mismo acerca de Facebook. Ahora tengo una cuenta, bajo seudónimo, que uso para mirar lo que cuelgan (cuelgan, otro anacronismo) algunos pocos conocidos a los que les pasé las señas. Yo elegí no construir un personaje ahí, ellos sí, aunque seguramente no se hayan puesto nunca a pensar en eso.
Hasta hace poco hubiera escrito eso en twitter, pero ahora no tengo ganas de ponerlo ahí. Bien, en realidad sigo con ganas de escribirlo en twitter pero me reprimo conscientemente de no hacerlo ahí. Es que si escribo en twitter no escribo en ninguna otra parte.
Hace unas semanas conversé largamente con unos amigos al respecto de twitter, de los blogs, de la persona online, del proceso creativo que implica elaborar una persona online y caí en la cuenta de que esa actividad es el único canal creativo que me queda.
Y no me refiero a lo que dice mi persona online sino a la creación de la persona online en sí misma. Todo empezó con el blog, claro. Tenía demasiadas cosas para decir y nadie a quién decírselas. Bueno, tenía a quién decírselas pero eso no me alcanzaba. Entonces arranqué el abra, que está por cumplir como seis o siete años.
El blog, entonces, me permitió expresar un montón de ideas y me requirió un esfuerzo creativo también desde el punto de vista técnico. Por eso elegí hostearlo en casa, amasar Wordpress, jugar con HTML y Linux y DNS dinámico y PHP
Eso me cansó rápidamente y en cuanto pude me pasé a una versión de lo más estándar de Wordpress hosteada en un servidor por ahí. Esa fue la primera cosa que me agotó del blog.
La segunda fue el contenido. Desde el 2006 hay solamente un puñado de entradas y la mayoría son fotos y cosas más bien sosas. Lo que quedó fue el tercer elemento creativo que descubrí al bloguear, precisamente la construcción de jfrank como un personaje online, a fuerza de elegir con cuidado la secuencia de links, textos y fotos.
Esto último es lo que migró a twitter de ese jfrank. La cuenta en twitter la abrí en 2007 pero no la empecé a usar hasta que sentí que había gente mirándome, mirando a jfrank. Es mucho más cómodo usar twitter para eso. El feedback social es infinitamente más obvio que en un blog y por tanto infinitamente más adictivo.
A estos dos amigos les expliqué, de alguna manera defendiendo a twitter y sus usuarios, que cada persona vive y usa twitter de forma única. Que esto que les decía del proceso creativo de una identidad formada por secuencias de tweets y links es lo que a Javier le pasaba con twitter y que a otra gente seguramente le pasaban otras cosas. Y que sí, hay mucha basura en twitter, y que no, que no creo que sea para todo el mundo. Como tampoco era el blog.
El asunto es que ahora siento que lo único creativo que estoy haciendo, que estaba haciendo, era esa construcción de la identidad online y que me estaba consumiendo la poca energía que me deja mi estilo de vida actual para hacer cosas como este texto. Texto que creo no estaría escribiendo de haber continuado usando twitter como hasta ese momento. Es que casi no he usado twitter desde entonces, y me siento mejor. Con más angustia intelectual, con más ganas de decir cosas y sin un sitio donde hacerlo.
En esa época, que ahora parece millones de años en el pasado, la idea de que para conocer a alguien con quien se habla todos los días había que entrar a internet parecía descabellada. Entrar a internet, sí eso también es anacrónico. Más de una vez tuve que explicar de qué estaba hablando. Tuve que contarles que mi realidad se componía de lo que ellos veían pero también de un montón de cosas que solamente se veían en internet. Más de una vez me miraron raro, con incomprensión y condescendencia.
La mayoría de esa gente me miró también extrañados cuando unos pocos años después les respondía que no, que no tengo una cuenta de Facebook y que no es de mala gente no querer ver las fotos de sus sobrinos en la playa (ahora son las de sus hijos o nietos en la paya y en el parque, un montón de bebés babeando por la internet)
Es que Facebook hizo eso: universalizar el concepto de identidad online. Pero la forma en que eso pasó es espeluznante porque para mi, desde muy temprano, la identidad online esa de que les hablo, jfrank, fue una construcción que entendí inmediatamente separada de Javier.
Y aclaro que no fue de entrada. Yo firmé siempre como Javier Frank en el blog y de hecho mis primeras experiencias con lo que ahora llaman SEO fue tratar de que mi nombre completo ranquee alto en búsquedas de google usando como herramienta el lindo PageRank 3 que había alcanzado el abra.
Pero lo entendí relativamente rápido y a pesar de mantener incambiado el pasado (yo soy de la escuela de que una URL debe apuntar al mismo contenido por toda la eternidad internauta como recomienda Sir Berners-Lee) me cuidé de no linkear a mi nombre ni de poner una sola foto de mi cara asociada a jfrank. Es más, ahora trato de que los resultados de búsqueda de mi nombre no apunten a nada que pueda dirigir al curioso a mi blog, o a mi cuenta de Facebook.
Espeluznante decía. Es que Facebook (y LinkedIn si vamos al caso) funciona justamente forzando una relación unívoca entre una persona y su representación online, su representación Facebook.
Y guarda que a mi no me parece mal alguien quiera que su Facebook la represente de la manera más fiel posible, lo que me asusta es que en general la gente que conozco que usa Facebook toma esa unicidad como un dato cuando en realidad es una ficción. Alguien no está en Facebook; las personas tienen cuentas en Facebook y las cuentas de Facebook cuentan una historia, representan un personaje. Facebook es literatura. Mala, trivial, pero literatura.
Y de la misma forma que twitter es vivido por cada individuo de forma única, sostengo lo mismo acerca de Facebook. Ahora tengo una cuenta, bajo seudónimo, que uso para mirar lo que cuelgan (cuelgan, otro anacronismo) algunos pocos conocidos a los que les pasé las señas. Yo elegí no construir un personaje ahí, ellos sí, aunque seguramente no se hayan puesto nunca a pensar en eso.
Microsoft Word
Incluso puede que cuando le mande este texto a algunos de esos componentes del lector ideal del blog, quienes en definitiva representan la gente cuya opinión me importa, me terminen convenciendo de ponerlo ahí. Tal vez vos me estés leyendo en un browser, aunque eso ya no me importa mucho.
Lo que me importa es que pude escribir esto en un hotel de Minnesota, con la calefacción prendida a pesar de tener que haber usado el aire acondicionado hace menos de veinticuatro horas.