Estimados.
Al fin el momento ha llegado.
Nos mudamos, y el cambio viene con muchas novedades:
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Pasen y lean!
(este sitio ya no se actualizará más!)
jueves, 30 de mayo de 2013
viernes, 24 de mayo de 2013
Antropólogo Universal.
¿Qué es Finder? En primer lugar, Finder es un
comic de ciencia ficción publicado de forma independiente por Carla Speed
McNeil desde 1996 que ha cosechado el fanatismo de Warren Ellis. Esa es una
introducción corta, fáctica y que recurre a la siempre aburrida cita de
autoridad para decirte que leas algo.
En segundo lugar, Finder es definida por su
autora como “ciencia ficción aborigen”. Es de resaltar, sin embargo, que Speed
McNeil no suele ser muy afecta definir de forma definitiva a su serie y que esa
frase le fue sonsacada seguramente bajo presión. De cualquier manera, funciona
bastante bien, porque Finder es ciencia ficción en el sentido de repensar por
completo las bases de la sociedad, de viajar en el tiempo pero sobre todo de
flexibilizar las maneras en que pensamos que está organizada la sociedad, sin
que importe realmente el tiempo en que la serie sucede: no hay un fechado
preciso que remita a nuestro presente en alguna dirección, no hay evidencia de
ningún evento límite que re-escriba nuestra sociedad (no hay Apocalipsis, no
hay éxodo en las estrellas) sino una sensación de lenta y ligeramente inusual
evolución.
Lo que le importa a Speed McNeil es la ciencia
ficción como antropología, como descripción densa de una sociedad que ha evolucionado
más allá de los patrones de conducta que son reconocibles para nosotros, pero
que sin embargo podemos entender luego de una larga observación. Y nos sumerge
en esa observación sin ningún tipo de preludio.
Finder tiene hasta ahora 8 historias completas,
que varían desde una cincuentena de páginas hasta casi 400. Son autoconclusivas
y aisladas (aunque comparten algunos personajes) lo cual hace que no haya una
“manera correcta” de leer Finder. Podés comenzar por la comedia sexual de “Five
Crazy Women” y te va a parecer una serie cómica; podés comenzar por el
principio, por la bizantina “Sin-Eater”, la historia más larga y complicada de la
serie, donde se nota una (muy muy) ligera inexperiencia unida a una confianza
que cimenta los bloques que luego compondrán los temas más importantes de la
serie; o podes comenzar por “Talisman”, una historia sobre la creación y la
obsesión y el sentimiento de “nunca voy a crear algo que valga la pena” que
hace que Finder te parezca una serie, sobre todo, de reflexión sobre el arte.
Podés comenzar por cualquier parte. Pero lo que siempre vas a notar es que la serie
te sumerge en su mundo sin concesiones y asumiendo que vas a aprender a medida
que leas. Un símbolo, una relación, un pedazo de tecnología se te aparece y al
principio parece incesto, homosexualidad, atavismo, pero luego se revela como
algo más profundo y con un sentido torcido dentro del universo de Finder.
Tiene sentido, entonces, que Speed McNeil
construya sus grupos sociales en base a extrapolaciones y mixturas de grupos
étnicos actuales y que dentro de ellos elija a un sujeto como Jaeger como protagonista.
Jaeger es uno de esos personajes herejes, autodestructivos, extranjeros, que yo
no puedo dejar de amar. Jaeger pertenece a una especie de tribu llamada ascians
que son una suerte de cruza entre un aborigen norteamericano y un, bueno,
asiático, que tienen sus propias reglas y viven de manera nómade con tiendas
montadas sobre dinosaurios gigantes, corriendo de forma perpetua por una
especie de sabana donde de tanto en vez tienen consejos alrededor del fuego. El
tema es que Jaeger es un mestizo, hijo de una ascian y un tipo “común”. Y, a la
vez y dentro de la cultura ascian, es un “sin-eater”, una suerte de chivo
expiatorio de toda la tribu que purifica a los muertos para que puedan “irse a
un lugar mejor”. Los sin-eaters cumplen funciones de purificación y unción,
comen los pecados de los habitantes de los muertos de la tribu, y a veces lo
hacen con los vivos. Y, también, Jaeger, por sus habilidades (no por su condición
cultural inicial) es un finder (de ahí el título de la serie): alguien que es
naturalmente bueno en rastrear y encontrar cosas, un catalizador, alguien que
resuelve entuertos de la sociedad más amplia por su capacidad sobrehumana para
buscar cosas y gente.
Todo esto vuelve a Jaeger un outsider tanto en
la cultura de su madre, que está diseñada para soportarlo solo si puede
mantenerles el ritmo en sus largas peregrinaciones pero nunca para integrarlo;
como en la cultura de su padre, que no es precisamente blanca y occidental, si
no algo más extraño, pero en la cual resalta como un lunar. Jaeger es, como
nosotros, un sujeto sumergido en una maraña de símbolos y costumbres que solo
comprende como un tipo mirando a través de un vidrio y que, en muchos casos,
subvierte. En ese sentido es magistral el número en el que nos cuentan su
“origen secreto” llamado “Fight Scene” e insertado en el medio de “Sin-Eater”,
la primera gran historia. Éste número es una larga meditación sobre lo que significan
las peleas en su vida que evita de forma deliberada mostrar las más
importantes, que está construido para guiarte a un gran desenlace que nunca
sucede, y que termina con una observación de Jaeger genial que dice que “las
peleas que cuentan son las que no suceden”. Del mismo modo que “Fight Scene”
subvierte totalmente nuestras expectativas de lo que tiene que ser un desenlace
violento, Jaeger se filtra por los intersticios de todas las historias, en
algunas siendo un protagonista principal, en otras apareciendo en un cameo
insignificante (que pasa desapercibido porque a Speed McNeil le encanta cambiar
el vello facial y el estilo de Jaeger) nunca siendo del todo ni una fuerza del
bien ni una fuerza del mal.
Y acá debo hablar de la maestría de Speed
McNeil a la hora de construir su mundo, a la hora de dibujarlo y construirlo.
Es por ello que es muy apropiado que el medio elegido para contar estas
historias sea el comic: la autora entiende, en primer lugar, que no hay arte
más precisa que el comic a la hora de ser el demiurgo perfecto desde el inicio,
de construir un universo en el que todo esté calculado por una mente, donde hay
narración y descripción pero también hay estética y diseño. Uno comienza a leer
una página de un comic y (obviamente que esto no sucede siempre porque hay
tantos comics en donde el estilo está separado de la sustancia o donde no hay
sustancia y el estilo es simplemente la reproducción de un conjunto de clichés)
está metido en un universo que no es el propio, por definición, que está
diseñado, donde hay una sobrecarga de información en cada página. Si uno
necesita un símbolo, una solución arquitectónica o una determinada fisonomía
para un conjunto de personajes sencillamente lo dibuja, lo crea del mismo aire.
Y, en segundo lugar, Speed McNeil entiende perfectamente los códigos de ese
medio, los lugares comunes y se dedica a subvertirlos. Muchas veces cuando uno
lee una historia de Finder termina pensando “uhm, esa no era la manera en que
esperaba que esto se resuelva”. McNeil entiende las escenas de lucha, las
tensiones familiares, los malentendidos, la historia detectivesca, el romance,
el sexo, las ciudades del futuro, las formas de vida no-humanas, las relaciones
sociales y las va colocando en su historieta de maneras inesperadas. Uno hasta
debería sentirse un poco mal por tener el chip puesto en la cabeza que indica
una serie de desenlaces previstos: que todo romance debe tener un final feliz;
que el sexo, a pesar de todas las perversiones que seamos capaces de imaginar,
finalmente tiene una forma reconocible y dual; que los conflictos se resuelven,
eventualmente, con la fuerza física, que las costumbres de otros seres son
equiparables a las nuestras y racionalizables en términos que podamos entender.
Todo esto, obviamente, no funcionaría tan bien
si estuviese en manos de un dibujante malo o menor. Por suerte Carla Speed
McNeil es una dibujante de la puta madre. En primer lugar, tenemos su absoluta
maestría de las expresiones faciales, algo que además es muy importante y vital
en un comic impreso en blanco y negro, que no puede depender del color para
diferenciar personajes. Generalmente, todo se reduce a una serie de expresiones
que se imprimen sobre una cara genérica, como si fuese una proyección sobre una
pantalla arquetípica debajo de la cual todo sigue igual a una tabula rasa.
Bueno, Speed McNeil tiene personajes, cada uno con su muy definida fisionomía y
fisognomía y rasgos, que van modificándose individualmente con el tiempo y la
modificación estética de una cara. Junto con su fascinación por saltar en el
tiempo muchos años, sus personajes tienen esa fascinación que tienen las
personas reales de ser reconocibles y a la vez no. Los volvés a ver en una
historia de Finder situada muchos años en el futuro de la anterior y al
principio parecen otra persona y después te das cuenta de que no. En segundo
lugar, es algo realmente fascinante de ver su maestría del lenguaje corporal,
de las sonrisas, los movimientos de las extremidades y la manera de caminar,
que hace que esos mismos personajes resalten por sobre una multitud de sujetos
con rasgos similares. Es algo extraño, no estamos acostumbrados a ello.
En tercer lugar, hay un verdadero sentido de
lugar: no es que puntualmente los espacios de Finder sean tremendamente
diferentes de los actuales (aunque tienen sus cosas), ya que lo que importa no
son los espacios, sino la manera en que la gente los ocupa, pero Speed McNeil
nunca toma el camino fácil de la falta de fondos ni de la falta de detalle para
justificar su pereza a la hora de imaginar un mundo. Su dibujo es a la vez
aireado y cargado: mientras que sus caras son limpieza y luminosidad total,
utiliza mucho el cross-hatching (y el hatching a secas) para dar textura a
ropas y materiales. También le gusta mucho dibujar grupos de personas apretujados
donde cada uno porta una moda determinada. Es incluso buena en escenas
nocturnas donde con un par de líneas blancas forma una silueta o donde los
cuerpos resaltan como faros de luz. Hay incluso una historia donde la
alternancia entre luz y sombra (y la manera en que ciertos símbolos oscuros se
proyectan sobre el cuerpo de su protagonista) forman parte fundamental de la
simbología narrativa. Básicamente, la mina es capaz de hacerlo todo, y de
hacerlo todo bien. Hay algo de un Jeff Smith menos cartoonesco en su dibujo, o
quizás de un Dave Sim sin sus aristas más neuróticas y malvadas.
Finalmente, detrás de Finder hay una reflexión
muy arraigada sobre la creación, sobre las historias y sobre lo que significa
ser el protagonista de una. De algún modo, la tragedia y la enfermedad de
Jaeger tienen que ver con que él no es el protagonista de ninguna de las
historias. Es un catalizador, un desestabilizador, de narraciones de otros
sujetos. Libera argumentos y géneros. Eso lo hace tanto un protagonista de la
serie como un pasajero secundario, un continuo invitado en los dramas de otros.
“Talisman”, puntualmente, trata sobre la desproporción entre las historias, las
fantasías y las emociones de la infancia y la realidad, sobre los libros que
amamos más que nada cuando somos pequeños, a pesar de que existan mitad en la
realidad, mitad en nuestra imaginación y recuerdos. Y sobre como nuestros fútiles
intentos de reconstruir esa sensación de asombro en nuestras propias creaciones
siempre se queda corta. Otra historia construye una enorme realidad virtual en
la cabeza de su protagonista, un tipo pálido y flaco llamado Magri White, una
realidad virtual donde los seres humanos pasan días, tan detallada que se puede
sentir el olor del viento, y eso genera dudas y cuestiones en su creador (cuyo
cerebro es el soporte, el servidor, sobre el cual se construye ese mundo) sobre
cuanto de ello es su creación y cuanto es una operación parasitaria sobre las
mentes de los demás. Cosas así. Toda la serie es una reflexión acerca de cuanta
libertad y originalidad tenemos al crear y cuanto construimos sobre las reglas
y ordenes de nuestra sociedad.
En otras palabras: Finder es una de esas piezas
de ciencia ficción carnosas, suculentas, llenas de conceptos e IDEAS, que
parecen continuamente reclamarnos más atención, una obra construida con cuidado
y con un robusto trabajo intelectual apuntado a extrapolar sociedades extrañas
del hoy. Ciencia ficción alienígena, aborigen, estructuralista e
individualista, como es raro ver hoy en día. Y, en términos más sencillos, uno
de los mejores comics producidos hoy en día.
(Finder se puede comprar en dos volúmenes editados por Dark Horse que compilan la mayoría de la serie. O, si me preguntan en privado o buscan, pueden encontrar las 3 primeras historias ["Sin-Eater", "King Of The Cats" y "Talisman"] escaneadas. El sitio de la serie y de Carla Speed McNeil es éste)
jueves, 16 de mayo de 2013
La Única Serie Que Pudo Hacer Que Me Guste el Ballet.
Hace muchas lunas, cuando todavía era un joven
que no había experimentado la dureza de este mundo, había una serie que me atrapaba
sin saberlo bien por qué. Trataba sobre una familia disfuncional compuesta por una
madre soltera, su hija híper inteligente y sus abuelos formales y llenos de
manías. Bah, en realidad si sabía porque me gustaba, sin percibirlo del todo
(recuerden que era una época pre-entronización de las series como LA forma de
ocio semanal y anual de nuestra era): porque estaba condenadamente bien
escrita, porque se solazaba en tirar referencias culturales que yo entendía sin
que fuesen mero namedropping, sino que procedían de forma orgánica de los
personajes y las situaciones en las que se veían inmersos. Siempre, siempre,
voy a recordar cuando el noviecito rebelde de la chica en cuestión la llevaba a
“la ciudad” para revolver disquerías de vinilos y mostrarle discos de los
Pixies. También lo mostraban leyendo “Please Kill Me”, la historia oral del punk
que yo todavía no leí pero que en aquel momento me pasé días buscando en
Internet en la forma de un pdf.
La serie, obviamente, era Gilmore Girls y hasta
hoy pienso que era una extraña y hermosa anomalía en el mundo de la televisión.
La gran mayoría de eso tiene que ver con un solo nombre: Amy Sherman-Palladino.
No sé mucho de Amy, pero supongo que es una copada; solo una persona
encantadora, optimista y simpática puede producir los personajes y los diálogos
que ella produce. Sus marcas de estilo son, como lo mencioné, en primer lugar
su orgánica referencia cultural, en segundo lugar sus personajes que hablan
como si fuesen ametralladoras que escupen 50 palabras por minuto y en tercer
lugar su preocupación constante por la femineidad en sus diferentes formatos.
Voy a ser exagerado y decir que, a pesar de la proliferación de series sobre
chicas, sus problemas sexuales, sus aspiraciones profesionales y sus traumas,
ninguna le llega a los talones a una verdadera genia como Palladino a la hora
de transmitir lo que significa crecer mujer en este mundo.
Y lo más interesante es que no tuvo que irse a
HBO o AMC o esperar que las doradas mieles de la respetabilidad se posasen
sobre ella a la hora de realizar una serie en serio. No, lo hizo desde el corazón
de la ballena, desde The CW o ABC, siempre amontonada junto con un montón de
series mediocres sobre una abogada que se muda a Louisiana o un grupo de
jóvenes tontos y sus enredos amorosos, siempre en bloques familiares. Quizás
por eso el nombre de Sherman-Palladino nunca es mencionado al lado de gente
como David Simon o Matthew Weiner (y yo creo, firmemente, que debería estarlo).
Si, es verdad, sus series son familiares y no hay nada realmente escabroso en
ellas, pero también creo que eso es una decisión consciente de su parte y un elemento
importante en su estilo relacionado con los contextos que elige, siempre
pueblitos chiquitos donde todo el mundo es muy piola. Pero dentro de ese género
(series familiares con tintes de romance) es un estadio superior del mismo,
análogo a como The Wire es un estadio superior de las series policiales o como
The Sopranos es un estadio superior de las series de gangsters (¡y también de
las series familiares!).
Gilmore Girls terminaría sin el involucramiento
de su creadora en su última temporada, algo que también grafica muy bien la
marginación de Sherman-Palladino del olimpo de los showrunners. Luego ella
pasaría muchos años intentando vender una nueva serie, tiempo interrumpido por
un abortivo proyecto con Parker Posey que no pasó de los tres capítulos. Finalmente el año pasado retornó a la
televisión, con una nueva serie que tiene similitudes y diferencias con su gran
hit, pero que tiene en común sobre todas las cosas ser muy buena.
La serie es Bunheads y cuenta la historia de
Michelle, una bailarina de Las Vegas cuya carrera está bastante estancada y un
día, borracha, termina casándose con Hubbel, un pretendiente cuarentón que la
busca a la salida de su show hace varios meses. Cuando se despierta, la está
llevando a Paradise, el pequeño pueblito donde vive con su madre, en una casa
que es un palacio kitsch decorado con infinidad de estatuitas, cuadros, flores
de plástico y otros elementos cachivacheros. Una vez ahí, descubre que la
señora (cuyo nombre es Fanny y que está interpretada por una magnífica, como
siempre, Kelly Bishop) tiene una academia de baile y comienza a asentarse y
llevarse bien con ella hasta que un accidente mata a su nuevo esposo y la deja
varada en un lugar que no conoce, con una suegra que desconfía de ella y dueña
de la mitad de la propiedad. Hey, no es un spoiler, todo sucede en el primer
capítulo.
El setup, en principio, es bastante similar a
Gilmore Girls: pueblo pequeño, autoridad matriarcal intimidatoria, joven
alocada y sin perspectivas de futuro que se ve lanzada a una posición de
responsabilidad y una curiosa ausencia masculina excepto como potenciales
intereses amorosos (y ahí está también la maravilla de Sherman-Palladino: en
Bunheads son los hombres los que son objetos distantes y a menudo poco
desarrollados que solamente se ponen en marcha en función de las protagonistas
femeninas, es una serie que probablemente fallaría un Test de Bechdel
negativo).
A medida que la temporada avanza, sin embargo,
aparecen cosas ligeramente diferentes. En especial, por un lado, la relación
que se teje entre Michelle y Fanny, mucho más amable que la que se daba entre
Lorelai y Emily Gilmore. Muy rápido se vuelven socias y amigas, unidas por una
perdida común. En segundo lugar, en la relación que se da entre Michelle y las
niñas que tiene a su cargo en la clase de baile. Estas son cuatro, todas muy
encantadoras y sutilmente diferentes, en una operación que parece astillar lo
que antes había sido solo uno en Rory, y la relación que construyen con
Michelle no está mediada por la maternidad, sino por una situación de
mentor-alumno mucho más variada y sutil. Las decepciones y los logros no son
los mismos y esto ilumina una arista de Michelle realmente interesante: es una
mina que ya está grande, que ya está de vuelta y que probablemente no tenga la
posibilidad de construir una familia. Su última chance se perdió con Hubbel y
en ese sentido se vuelve simétrica con su suegra, quién también es una persona
que ya no cuenta con familiares de sangre existentes.
Pero, más allá de todo esto, una de las cosas
más diferentes con respecto a GG son, como debía ser en una serie sobre una
academia de ballet, las escenas de baile. Estas están todas coreografiadas de
una manera elegante pero no vistosa e insoportable, están filmadas de tal modo
que los movimientos y las maneras de realizarlos (y la música elegida) forman
parte de la historia, son temáticamente relevantes pero no son un enorme signo
de admiración insoportable cuya única función es decir “hey, ahora podemos
filmar escenas de canto y baile COMO UN VIDEOCLIP”. O sea, básicamente,
rechazan por completo la estética de esa porquería infernal llamada “Glee” y
sus sucesores aún más mediocres. Mi favorita probablemente sea ésta versión de
“Istambul (Not Constantinople)” bailada por Sasha, la conflictiva, flaquísima y
talentosa alumna-que-parece-tener-un-futuro-en-el-ballet, pero todas son buenas
y alternan muy bien entre música compuesta para la serie, clásicos pop y música
más “tradicional” de ballet. Y lo interesante es que, en general, avanzan la
historia de una manera sutil e inteligente que no te distrae ni de la historia
ni del baile que estás viendo. Una vez más: ¡Gracias a Dios no es Glee!
“Bunheads”, finalmente, es una serie que trata,
de forma curiosa, sobre bajar tus expectativas. Michelle comienza a vivir en el
pueblo luego de una fallida carrera en el baile que, como máximo, la llevó a
ser una bailarina de segunda en un show de las Vegas. Y gran parte de la
primera temporada trata sobre como ella acepta ese lugar que, a primera vista,
parece ser un garrón. Es el reverso de la historia de fantasía sobre triunfar
en una gran ciudad, ésta trata sobre como encontrar la felicidad en un pueblo
pequeño. Y desliza que, quizás, la gran vida de la descarnada competencia
artística no da nada y solo hace que te deslomes trabajando para finalmente
terminar solo. En ese sentido, la relación de Michelle con sus alumnas nunca
pasa por el lado de la ambición desmedida, sino más bien de un
perfeccionamiento amable de sus habilidades y de la ubicación de ella como una
figura maternal absurda, contradictoria e irresponsable. Como una buena profesora,
bah. Las chicas, por su parte, no parecen desear la fama, excepto Sasha,
talentosa y muchas veces insoportable y el personaje más solitario de la serie.
Por supuesto que el mundo que Sherman-Palladino
construye es sumamente amable, Paradise es un lugar ejemplar sin una persona
mala y sin el frecuente aburrimiento que forma parte de la mayoría de las
representaciones de pueblitos chicos en la ficción norteamericana, pero ello
forma parte de su estilo y de su gracia. ¿No es acaso un poco revolucionario
que una serie nos proponga ser mejores personas y vivir dentro de nuestras
capacidades de la mejor manera posible? ¿No va en contra de esa loca carrera
hacía la significancia que el 99% de las veces deriva en la nada que se nos
mete en la cabeza desde chicos y que nos hace infelices? A mi el mundo de
Sherman-Palladino me pone de buen humor, me levanta el animo y me parece un
gran lugar donde vivir, cubierto de inteligencia, y les recomiendo que vean la
primera temporada de Bunheads y recen por una resurrección de segunda temporada.
jueves, 9 de mayo de 2013
Dignified and Old
(una serie de observaciones sobre shows en vivo, reuniones, tours, cansancio, entusiasmo, y música)
Creo que la primera vez fue en el Personal Fest del 2004, ese con Primal Scream, Morrisey, Pet Shop Boys, etc. Estaba con un grupo de amigos, esperando a Blondie, banda que tenía muchas ganas de escuchar. Arrancó la banda y enseguida noté lo tristemente obvio: La banda era buenísima y le estaba rompiendo el culo a todas las otras bandas más jóvenes que había visto antes. Arrancó con mucha fuerza, notaba que los músicos eran muy buenos, y ahí se subió una señora con un tapado, con aspecto maltrecho, al escenario: Debbie Harry. Y Debbie cantaba mal, estaba visiblemente incómoda, y por la mitad del segundo tema se le cayó el micrófono al piso y se puso muy nerviosa y le costó agacharse para agarrar el micrófono. Era una señora cantando algo que no era ella, un fantasma de lo que había sido en un momento en el pasado, algo que no existía más. Un amigo me dijo lapidariamente : “Esto es patético”. Y nos fuimos, al segundo tema o tercer tema, a ver algún otro show. Horas después me encontré con alguna amiga que me dijo que disfrutó del show, porque “Era ella” y “Quería escuchar los temas, y verla, y yo estaba ahí, mirándola, contenta, pegada al alambrado”.
*****
Hace unos años fui a ver a Kiko Veneno a La Trastienda de Montevideo. Kiko en esa época estaba rozando los 60 años, y - como buen músico popular con un montón de trayectoria - hizo un show largo, de veintipico canciones. Y al final del show, antes de los bises, se lo notaba cansado, con poco aire, moviéndose más bien poco. El show fue muy bueno, lo disfruté, fui feliz, pero me quedó esa imagen como triste, de alguien que ama su trabajo pero que no está quizás al nivel de la vida del tour, de tocar tan seguido, de hacer sets tan largos.
*****
Creo que es una percepción muy personal. Supongo que tiene que ver con bueno, ser músico. Pero me afecta de sobremanera ver a un músico grande tocar por oficio, cansado. Me parece una imagen realmente terrible, más terrible seguramente de lo que sea, pero no puedo con ella. Tampoco tienen que ser músicos particularmente viejos, pero por favor: Si voy a un espectáculo lo último que quiero sentir es que la persona en el escenario estaría mas contento en su casa, viendo la tele con la doña.
*****
Cuando tenía 16 años viajé como demente a Buenos Aires a ver a la que en ese momento era mi banda favorita del mundo: Sonic Youth. Presentaban el NYC Ghosts & Flowers, quizás uno de sus últimos discos arties y experimentales. El show, que recuerde, fue buenísimo, con Kim Gordon tocando la trompeta, partes noise larguísimas donde nadie en el público de estadio sabía exactamente como reaccionar. No solo presentaron el disco, sino que tocaron varios "hits" de todos los tiempos, incluyendo temas raros y mu viejos. El mejor balance. Terminaron con una versión violentísima de Brother James. Aguante.
12 años después, ocurrió el sueño del pibe: ya que no sólo volví a ver a Sonic Youth sino que terminé compartiendo escenarios con ellos. Pero la banda que yo vi era distinta: Tocaban claramente en automático, las partes noise eran poco inspiradas, aburridas. Gran parte del repertorio fue del Daydream Nation, disco que estuvieron tocando de pie a cabeza hace un año o dos. Ya no los acompañaba Jim O Rourke en varios instrumentos, sino que estaba Mark Ibold, el bajista de Pavement, pibe que adoro pero que es un tronco magistral tocando el bajo y se pasó quietito mirando el bajo con miedo a pifiar. Kim y Thurston estaban más que divorciados: jamás cruzaron miradas en todo el show. Los temas estaban buenos, pero eran como una selección de los temas mas rockeros, violentos, y sencillos de la banda. Terminaron el set con un noise penoso donde Lee Ranaldo y Thurston se golpeaban las guitarras sin ganas, aburridos, sin violencia, onda “eeeh acá viene la parte del final donde hacemos bocha de ruido como en todos los shows que venimos tocando hace veinte años”. Que se yo.
Lo peor de la situación fue que el resto de mis amigos y mis compañeros de banda - excepto contadas excepciones - estaban enloquecidos con el show de los viejos rockeros de new york y les pareció la segunda llegada de Jesucristo con acoples y distorsión. Yo no entendía nada, y me sentí aíslado, perdido, con esa angustia estúpida de que tendrías que estar pasando bomba cuando en realidad estás más bien incómodo, pensando que seguramente el problema lo tenés vos.
*****
Es obvio que alguien va a leer esto y va a decir "Pará flaco, yo estuve en el recital de XXXX y estuvo genial, flasheaste cualquiera!". Una de las cosas hermosas de la música en vivo es su cuestión temporal, que es un conjunto de momentos, tanto de cada músico que esta tocando en ese momento así como de cada persona que esta en el público. Es todo totalmente subjetivo y lo que uno construye y ve en un show en vivo tiene que ver con la personalidad de una persona, con su estado individual en el momento del show, con su relación con el músico, etc, etc, etc. Es inabarcable. Si todo eso no estuviera en cuenta, no tendría ningún sentido escribir todo esto.
¿Qué es lo que vas a ver cuando vas a ver una banda en vivo? ¿Vas a escuchar una banda que te gusta, vas a escuchar simplemente "música"? ¿Es una banda que te gustaba antes, y hace años no escuchas, y vas a rememorar viejos tiempos? ¿O quizás vas a ver un músico que es importante para tu vida, y lo importante es el acto de ir a verlo, de estar en el mismo espacio que él?
Cuando me enteré que venía Chuck Berry, me dio curiosidad por cómo serían sus shows en la actualidad, y como buen nerd abrí una pestaña del navegador y busque algún show del año pasado en Youtube. Lo que vi era terrible, espantoso, indescriptible. Su artritis lo mataba y no podía tocar, literalmente. Tenía varios amigos que iban a ir , y - sí todavía no habían comprado entrada al show - les comentaba lo más correctamente posible que vi unos videos y el viejo estaba en el horno. Algunos me decían que no les importaba, porque querían ver al viejo Chuck, al padre del rock n´roll. La mayoría salió espantada como si hubieran visto una obra siniestra de Marina Abramovic. Algunos pocos, fueron realmente a ver al viejo como el símbolo que es y salieron satisfechos.
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Hace unas semanas fue el show de Television. Estuvo bien, pero hubo varios problemas, y el principal es lo que estoy escribiendo en este post: Pocas ganas, poco entusiasmo, cansancio, no solo Gente Trabajando sino gente trabajando aburrida, en la oficina, cansada del mismo papeleo. Cuando tocaban los temas nuevos, las partes más experimentales y colgadas, estaban entretenidos y divertidos y estaba buenísimo lo que pasaba en el escenario. Pero después parecían aburridos, excepto el guitarrista que reemplazaba a Richard Lloyd (Jimmy Rip), que tocó con una sonrisa en la cara todo el recital. Verlaine estuvo amargo y lánguido, tocando un montón de solos, algunos muy inspirados, otros una serie de búsquedas sin llegar jamás a destino. Y cuando tocaron el gran hit de la banda ("Marquee Moon") lo tocaron poco ensayado, sin groove, ni swing. Marquee Moon es un tema muy delicado y complejo, pero si sos Television, no podés darle el lujo de tocarlo más o menos, y hacerlo más corto, sin el regreso glorioso al final donde vuelven a empezar. A lo sumo punkealo y tocalo tosco pero copado, pero no por compromiso, de que hay que tocarlo de forma que zafe y que igual está todo bien.
O sea, a mi no me jodan: Si voy a un show de (por ejemplo) Iron Maiden estoy SEGURISIMO que van a tocar todo increíblemente ajustado, con fuerza, que van a ponerle todas las ganas durante cada show, y seguramente no haya el más mínimo pifie, y si lo hubo, sería un caso excepcional. Pero por sobre todo, que haya ganas, ímpetu, polenta. El show de Pavement del 2010 en Buenos Aires fue un festival de pifies, desprolijidades, mugre y distorsión, y fue PERFECTO, porque la banda fue así, y no lo tocaron sin ganas, fue puro entusiasmo, violencia, y una mala vibra increíble muy difícil de explicar. Eso garpa, eso está bueno, eso es un buen show.
*****
Por una serie de razones terminé sin ir a ver el show de Daniel Johnston en Montevideo: Poca plata, un estado de ánimo no muy favorecedor en ese momento, estado que podía haberse amplificado por un show que tenía el potencial de ser un desastre: Ver a un músico viejo, con problemas psiquiátricos, tocando en vivo frente a un cientos de personas podría ser una algo terrible, morboso y voyeurista. Pero por lo que me comentaron estuve totalmente equivocado: Parece que el show fue genial, intenso, emocionante, que la backing band (Eté & los Problems) estuvieron super bien y se re ajustaron a la performance del cantautor. Le pregunté a un amigo sí estaba en muy mal estado Daniel Johnston, me dijo que sí, que medio temblequeaba, que tomaba agua todo el tiempo, que estaba como ligeramente perdido, que en algún momento derrapó, aunque no mucho. Después le pregunté si parecía estar contento. Me dijo que sí.
Creo que la primera vez fue en el Personal Fest del 2004, ese con Primal Scream, Morrisey, Pet Shop Boys, etc. Estaba con un grupo de amigos, esperando a Blondie, banda que tenía muchas ganas de escuchar. Arrancó la banda y enseguida noté lo tristemente obvio: La banda era buenísima y le estaba rompiendo el culo a todas las otras bandas más jóvenes que había visto antes. Arrancó con mucha fuerza, notaba que los músicos eran muy buenos, y ahí se subió una señora con un tapado, con aspecto maltrecho, al escenario: Debbie Harry. Y Debbie cantaba mal, estaba visiblemente incómoda, y por la mitad del segundo tema se le cayó el micrófono al piso y se puso muy nerviosa y le costó agacharse para agarrar el micrófono. Era una señora cantando algo que no era ella, un fantasma de lo que había sido en un momento en el pasado, algo que no existía más. Un amigo me dijo lapidariamente : “Esto es patético”. Y nos fuimos, al segundo tema o tercer tema, a ver algún otro show. Horas después me encontré con alguna amiga que me dijo que disfrutó del show, porque “Era ella” y “Quería escuchar los temas, y verla, y yo estaba ahí, mirándola, contenta, pegada al alambrado”.
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Hace unos años fui a ver a Kiko Veneno a La Trastienda de Montevideo. Kiko en esa época estaba rozando los 60 años, y - como buen músico popular con un montón de trayectoria - hizo un show largo, de veintipico canciones. Y al final del show, antes de los bises, se lo notaba cansado, con poco aire, moviéndose más bien poco. El show fue muy bueno, lo disfruté, fui feliz, pero me quedó esa imagen como triste, de alguien que ama su trabajo pero que no está quizás al nivel de la vida del tour, de tocar tan seguido, de hacer sets tan largos.
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Creo que es una percepción muy personal. Supongo que tiene que ver con bueno, ser músico. Pero me afecta de sobremanera ver a un músico grande tocar por oficio, cansado. Me parece una imagen realmente terrible, más terrible seguramente de lo que sea, pero no puedo con ella. Tampoco tienen que ser músicos particularmente viejos, pero por favor: Si voy a un espectáculo lo último que quiero sentir es que la persona en el escenario estaría mas contento en su casa, viendo la tele con la doña.
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Cuando tenía 16 años viajé como demente a Buenos Aires a ver a la que en ese momento era mi banda favorita del mundo: Sonic Youth. Presentaban el NYC Ghosts & Flowers, quizás uno de sus últimos discos arties y experimentales. El show, que recuerde, fue buenísimo, con Kim Gordon tocando la trompeta, partes noise larguísimas donde nadie en el público de estadio sabía exactamente como reaccionar. No solo presentaron el disco, sino que tocaron varios "hits" de todos los tiempos, incluyendo temas raros y mu viejos. El mejor balance. Terminaron con una versión violentísima de Brother James. Aguante.
12 años después, ocurrió el sueño del pibe: ya que no sólo volví a ver a Sonic Youth sino que terminé compartiendo escenarios con ellos. Pero la banda que yo vi era distinta: Tocaban claramente en automático, las partes noise eran poco inspiradas, aburridas. Gran parte del repertorio fue del Daydream Nation, disco que estuvieron tocando de pie a cabeza hace un año o dos. Ya no los acompañaba Jim O Rourke en varios instrumentos, sino que estaba Mark Ibold, el bajista de Pavement, pibe que adoro pero que es un tronco magistral tocando el bajo y se pasó quietito mirando el bajo con miedo a pifiar. Kim y Thurston estaban más que divorciados: jamás cruzaron miradas en todo el show. Los temas estaban buenos, pero eran como una selección de los temas mas rockeros, violentos, y sencillos de la banda. Terminaron el set con un noise penoso donde Lee Ranaldo y Thurston se golpeaban las guitarras sin ganas, aburridos, sin violencia, onda “eeeh acá viene la parte del final donde hacemos bocha de ruido como en todos los shows que venimos tocando hace veinte años”. Que se yo.
Lo peor de la situación fue que el resto de mis amigos y mis compañeros de banda - excepto contadas excepciones - estaban enloquecidos con el show de los viejos rockeros de new york y les pareció la segunda llegada de Jesucristo con acoples y distorsión. Yo no entendía nada, y me sentí aíslado, perdido, con esa angustia estúpida de que tendrías que estar pasando bomba cuando en realidad estás más bien incómodo, pensando que seguramente el problema lo tenés vos.
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Es obvio que alguien va a leer esto y va a decir "Pará flaco, yo estuve en el recital de XXXX y estuvo genial, flasheaste cualquiera!". Una de las cosas hermosas de la música en vivo es su cuestión temporal, que es un conjunto de momentos, tanto de cada músico que esta tocando en ese momento así como de cada persona que esta en el público. Es todo totalmente subjetivo y lo que uno construye y ve en un show en vivo tiene que ver con la personalidad de una persona, con su estado individual en el momento del show, con su relación con el músico, etc, etc, etc. Es inabarcable. Si todo eso no estuviera en cuenta, no tendría ningún sentido escribir todo esto.
¿Qué es lo que vas a ver cuando vas a ver una banda en vivo? ¿Vas a escuchar una banda que te gusta, vas a escuchar simplemente "música"? ¿Es una banda que te gustaba antes, y hace años no escuchas, y vas a rememorar viejos tiempos? ¿O quizás vas a ver un músico que es importante para tu vida, y lo importante es el acto de ir a verlo, de estar en el mismo espacio que él?
Cuando me enteré que venía Chuck Berry, me dio curiosidad por cómo serían sus shows en la actualidad, y como buen nerd abrí una pestaña del navegador y busque algún show del año pasado en Youtube. Lo que vi era terrible, espantoso, indescriptible. Su artritis lo mataba y no podía tocar, literalmente. Tenía varios amigos que iban a ir , y - sí todavía no habían comprado entrada al show - les comentaba lo más correctamente posible que vi unos videos y el viejo estaba en el horno. Algunos me decían que no les importaba, porque querían ver al viejo Chuck, al padre del rock n´roll. La mayoría salió espantada como si hubieran visto una obra siniestra de Marina Abramovic. Algunos pocos, fueron realmente a ver al viejo como el símbolo que es y salieron satisfechos.
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Hace unas semanas fue el show de Television. Estuvo bien, pero hubo varios problemas, y el principal es lo que estoy escribiendo en este post: Pocas ganas, poco entusiasmo, cansancio, no solo Gente Trabajando sino gente trabajando aburrida, en la oficina, cansada del mismo papeleo. Cuando tocaban los temas nuevos, las partes más experimentales y colgadas, estaban entretenidos y divertidos y estaba buenísimo lo que pasaba en el escenario. Pero después parecían aburridos, excepto el guitarrista que reemplazaba a Richard Lloyd (Jimmy Rip), que tocó con una sonrisa en la cara todo el recital. Verlaine estuvo amargo y lánguido, tocando un montón de solos, algunos muy inspirados, otros una serie de búsquedas sin llegar jamás a destino. Y cuando tocaron el gran hit de la banda ("Marquee Moon") lo tocaron poco ensayado, sin groove, ni swing. Marquee Moon es un tema muy delicado y complejo, pero si sos Television, no podés darle el lujo de tocarlo más o menos, y hacerlo más corto, sin el regreso glorioso al final donde vuelven a empezar. A lo sumo punkealo y tocalo tosco pero copado, pero no por compromiso, de que hay que tocarlo de forma que zafe y que igual está todo bien.
O sea, a mi no me jodan: Si voy a un show de (por ejemplo) Iron Maiden estoy SEGURISIMO que van a tocar todo increíblemente ajustado, con fuerza, que van a ponerle todas las ganas durante cada show, y seguramente no haya el más mínimo pifie, y si lo hubo, sería un caso excepcional. Pero por sobre todo, que haya ganas, ímpetu, polenta. El show de Pavement del 2010 en Buenos Aires fue un festival de pifies, desprolijidades, mugre y distorsión, y fue PERFECTO, porque la banda fue así, y no lo tocaron sin ganas, fue puro entusiasmo, violencia, y una mala vibra increíble muy difícil de explicar. Eso garpa, eso está bueno, eso es un buen show.
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Por una serie de razones terminé sin ir a ver el show de Daniel Johnston en Montevideo: Poca plata, un estado de ánimo no muy favorecedor en ese momento, estado que podía haberse amplificado por un show que tenía el potencial de ser un desastre: Ver a un músico viejo, con problemas psiquiátricos, tocando en vivo frente a un cientos de personas podría ser una algo terrible, morboso y voyeurista. Pero por lo que me comentaron estuve totalmente equivocado: Parece que el show fue genial, intenso, emocionante, que la backing band (Eté & los Problems) estuvieron super bien y se re ajustaron a la performance del cantautor. Le pregunté a un amigo sí estaba en muy mal estado Daniel Johnston, me dijo que sí, que medio temblequeaba, que tomaba agua todo el tiempo, que estaba como ligeramente perdido, que en algún momento derrapó, aunque no mucho. Después le pregunté si parecía estar contento. Me dijo que sí.
miércoles, 10 de abril de 2013
La Biblioteca Inexistente (31)
Antes del listado habitual de artículos, dos recomendaciones. Hay varios artículos de este post que salieron de dos sitios web: Uno es Medium, nueva curiosa plataforma que es algo así como un blog abierto organizado por distintos tópicos. Hay gente muy buena escribiendo ahí, y el formato es muy lindo y cómodo para leer. Un sitio web para ir revisando y estar atento.
El otro es Unwinnable, magazine virtual de videojuegos desde su punto más cultural y artístico y dedicándose más al ensayo y artículo y menos en la review. Muy bueno, muy serio y muy pro.
Ahora sí, algunos recomendados de estas semanas:
1) Pequeña historia del creador del sitio web IsThatcherDeadYet.co.uk, comentando como empezó como una pequeña broma nerd y que terminó con amenazas de muerte y una sobre-exposición mediática, hasta que el sitio murió. Hasta hace unos diás, que pasó ya saben qué. Excelente crónica de la existencia de un sitio ahora redundante, y totalmente inútil, como un monolito feo y blanco en el medio de Internet.
2) La historia del auto-tune, o mejor dicho, el “Efecto Cher” que se volvió increíblemente popular en la música pop de los últimos años. Super completa, con todos los detalles técnicos correctos (NO ES VOCODER! NO ES VOCODER!) y una visión bastante aguda del asunto, sin estar ni totalmente en contra ni totalmente a favor, como debería ser.
3) El contenido de una lata de Coca-Cola. Seguimiento exhaustivo de todo los pasos necesarios para crear la famosa latita, desde la extracción de los metales para la lata, hasta el líquido que la rellena. O un manual de instrucciones para crear el objeto más simbólico del capitalismo.
4) ¿Se podrá visitar el mundo de ‘World of Warcraft’ dentro de 10 años? ¿Qué ocurre con los mundos virtuales online cuando las empresas cierran esos juegos? ¿Se podrá mantener en la historia cualquier evento o historia que pase en esos universos digitales, o se van a perder para siempre? ¿Cómo preservar esos mundos? Excelente artículo que intenta responder todas esas preguntas.
6) Larguísimo, completísimo y fascinante artículo sobre los creadores de comida chatarra, los científicos de la comida que preparan los sabores y texturas más adictivos posibles. Genial y siniestro, candidato a post del año.
7) Ciencia Ficción, la Singularidad, y las Corporaciones, o como quizás ya estamos viviendo rodeados de Inteligencia Artificial maligna que nos quiere dominar. Solo que no nos damos cuenta, o quizás, no nos queremos dar cuenta de ello.
viernes, 29 de marzo de 2013
3 Motivos Reales y Comprobados Por Los Cuales Utilizar Auriculares Grandes Es Mejor Que Usar Auriculares Pequeños (Un Post Corto y Caprichoso).
1) En
primer lugar, es más cómodo. Todos sabemos que los auriculares pequeños
molestan el oído, deforman el tímpano y modifican la carnecita de la oreja en
formas insospechadas. Además, es como meterse una tijereta en la oreja de
manera voluntaria. ¿Ustedes se meterían una tijereta en la oreja de manera voluntaria?
2) Porque
cuando te sacas los auriculares chiquitos nunca sabés que haces con ellos. ¿Los
enrollas en tu mano como un vendaje? ¿Los colgás alrededor de tu cuello como un
idiota? ¿O los guardas en tu bolsillo sabiendo que cuando los vuelvas a sacar
van a estar irremediablemente enredados? Los auriculares grandes vienen con un
útil arco que permite colgarlos del cuello y simular que tenés los principios
de un casco del futuro.
3) Porque
son prácticamente el único ítem de vestimenta para la cabeza aceptado en estos
tiempos aciagos. Desde que los hombres (en una derrota tristísima) dejaron de
utilizar sombreros, hemos sido confinados a una triste falta de opciones con
las cuales cubrir nuestra cabeza y hacerla parecer diferente a la de los demás.
Los auriculares grandes nos permiten retomar esa orgullosa tradición.
Además, se
escucha mejor.
jueves, 14 de marzo de 2013
El Año Que Vivimos En La Barriga De Una Ballena.
(El dibujo que da "tapa" al compilado pertenece al inmenso Matt Furie y fue levantado de Monster Brains. Una billetera con un dibujo similar me acompañó todo el año.)
Queridos
lectores, bienvenidos a un nuevo ejemplo de ese ejercicio en futilidad conocido
como ¡La Lista De Fin De Año!
Como
notarán, y continuando con nuestra tradición de ser un blog a la vanguardia del
mundo, estamos subiendo esta lista en marzo. Esto tiene dos motivos puntuales:
1) Intenté armarla en diciembre y cuando llegué a los 10 temas me deprimí mucho
porque pensé que había sido un año espantoso para la música y la abandoné 2)
Marzo es el verdadero inicio del año, no nos engañemos y el tiempo que pasa
entre el frenesí de armar las listas de fin de año y marzo permite organizarla de
una forma más interesante y dejando de lado los hypes injustificados del año
(*cough*FrankOceanladrón!*cough*).
Además, el
tiempo que pasó entre el final del año pasado y el principio de este me permitió
descubrir la que quizás sea la mejor canción que está en este compilado (“We Are
Never Ever Getting Back Together” y espero que no haya nadie dispuesto a
mancillar el buen nombre de esa compositora GIGANTE que es Taylor Swift) y prestarle
atención a algunos discos que resultaron ser muy buenos.
Como
notarán, algunos músicos tienen más de una canción. Esa decisión viene dada por
el hecho de que realmente ya no creo en la regla no escrita de “una canción por
músico por compilado”. Es una regla un tanto absurda, que solo apunta al
purismo esencialista de creer que toda la obra de un año se puede resumir en
una canción. Además, básicamente, hay veces en que no podés elegir.
Éste año, a
diferencia del anterior, el compilado está subido para descarga además de estar
en Grooveshark, por un lado porque sentí que el año pasado todo había quedado
un poco caótico (por ello también intenté reducir la cantidad de canciones) y,
por el otro, porque Grooveshark, a pesar de todo lo que lo quiero, comenzó a desordenar
mis listas, borrándome un tema aquí, otro allá, cambiándome el orden de las
canciones, leyendo mal los tags. Nunca confíen en la nube, niños.
Es un
compilado que recorre viejas obsesiones y tiene una pequeña cantidad de
novedades. No por nada las tres primeras canciones pertenecen a artistas
venerables que tienen algo así como 30 años de carrera (y, la verdad, que “Death
To My Hometown” me deja al borde de las lágrimas cada vez que la escucho). Hay
un poco más de hip hop que en años anteriores pero todavía me pasa con el hip
hop que siento que estoy descubriendo su pasado más que su presente. En algún
momento eso se equilibrará, supongo. Me gustan todas las canciones que están
aquí (d’uh) pero tengo la crepitante sospecha de que me olvidaré de muchas de
ellas en el futuro. Me emociona escucharlo ahora, no lo duden, pero
evidentemente tengo una combinación de desconfianza ante la operación de hacer
una lista de fin de año a la vez que una manía atávica por continuar
realizándola. Creo que en algún momento decidí que no valían para nada como un
intento de fijar un sentido común sobre lo mejor del año (además de que me
percaté de que mi gusto particular jamás será atractivo como una idea de “lo
mejor del año”, es más, me pregunto a quién [además de a mi] le interesa todas
estas cosas todas juntas) sino que eran más interesantes como una especie de “tomen
y tráguense esta enorme píldora de canciones intoxicantes y efímeras que
comparten la particularidad del año de su producción”. Es como pasarse de rosca
con el azúcar, o la comida, o la droga. Al final te queda el cuerpo temblando
pero en un par de días se te pasa.
En fin, sin
más, su dosis de canciones absurdamente geniales del año 2012 de Nuestro Señor:
01 – Amy AKA
Spent Gladiator 1 (The Mountain Goats)
02 – Death To
My Hometown (Bruce Springsteen)
03 – Waves (Guided
By Voices)
04 –
Nocturnal (The Vandelles)
05 – Alférez
Provisional (Los Punsetes)
06 –
Spaghetti (The Wave Pictures)
07 – One Policeman
Leads To Another (Dick Valentine)
08 – We Are
Never Ever Getting Back Together (Taylor Swift)
09 – Teen Idle
(Marina And The
Diamonds)
10 – Lost Kitten
(Metric)
11 –
Electro-Sex (Go-Kart Mozart)
12 – Drones
Over Bklyn (EL-P)
13 – Lost Summer
(Whitey)
14 – Headcage
(Matthew Dear)
15 – Rock’n’Roll
(Espanto)
16 – I Can
See (Moon Duo)
17 – Bowie Noise (Genuflexos)
18 – Swimming
Pools (Drank) (Kendrick Lamar)
19 – The Head
(Guided By Voices)
20 – Una Semana Con Los Polis (Joe Crepúsculo)
21 – 103 &
Roosy (Action Bronson)
22 – Ends Of
The Earth (Hot Chip)
23 – 212 (Azealia
Banks)
24 – The Pre-New
Anthem (The Pre-New)
25 – Retro-Glancing
(Go-Kart Mozart)
26 – 22 (Taylor
Swift)
27 – Yoni B (Él Mató A Un Policía Motorizado)
28 – Christopher
(Hidrogenesse)
29 – Money Trees
(Kendrick Lamar)
30 – Class Clown
Spots A UFO (Guided By Voices)
31 – Cauchemar
(The Monochrome Set)
32 – So Alive
(Madness)
33 – Ofelia
(Solletico)
34 – I’m
Not Talking (A.C. Newman)
jueves, 7 de marzo de 2013
Tarantinesca
No me gustó Django Unchained. No ayudó a la experiencia el haberla visto en un cine lleno de adolescentes que repetían cada frase-slogan aprendida en los trailers como si fuera el supremo mandamiento de alguna Escritura, el código cabalístico secreto que los llevaría a ver de golpe la cara o la esencia del dios de lo cool. Mi gen de viejo cascarrabias prematuro me lleva a rebelarme contra estas cosas.
Pero no me gustó por otras cosas, también y sobre todo, cosas digamos que cinematográficas. No me gustó el tratamiento de la sangre como si de un videoclip se tratase; no me gustó Jamie Foxx con su personaje tan poco matizado; ni me gustaron demasiado Christoph Waltz ni Leonardo Di Caprio*, aunque se supone que deberían. Es probable que de haber sido yo un fanático del cine como lo es Tarantino hubiese disfrutado igual que él de las referencias visuales al spaghetti western; pero no lo soy, y estas me pasaron sin más por encimade la cabeza.
En el fondo, lo que sentí que le faltó a la película fueron dos cosas: un manejo correcto de los códigos de la época, y un qué, o más bien el trabajo de hacer que el qué se sienta realmente como un escollo inmenso que nuestros héroes tienen que superar, y nosotros con ellos.
Primero: los códigos. Aunque parezca tonto, es el manejo de la cultura trash, pop, B o Z lo que hace que los personajes de las demás películas de Tarantino aparezcan reales ante nuestros ojos. Al igual que el Pynchon de V o Gravity's Rainbow - aún no leí Mason & Dixon ni Against the Day, pero creo que allí también lo logra - son las referencias a cómics, películas y canciones las que hacen que la obra de Tarantino sea, bueno, tarantinesca. Así, los diálogos largos sobre Elvis, Superman o el cine alemán nos dicen algo sobre el amor, la lealtad o el totalitarismo que las peleas de mandingos, con toda su brutalidad, no logran decirnos sobre la esclavitud.
Tarantino siempre ha trabajado sobre caricaturas, esquirlas de su asperger; bocetos de personas hechos humanos por los gustos que los definen, como al propio Quentin lo definieron las centenares de películas vistas y aprendidas de memoria en sus años detrás del mostrador. Pero los personajes de Django son planos, más arquetipos que personas.
Y el qué. En el fondo, todos los héroes tarantinianos están guiados por el mismo principio básico: el afán de venganza. Sin embargo, en sus últimas dos películas es como si suponiera que, dado que el origen de esa venganza (el Holocausto y la esclavitud, respectivamente) es tan universal, los espectadores nos sentiremos automáticamente identificados con la lucha del héroe, así sea este, como el Teniente Aldo Raine, o como el mismo Django, un recipiente vacío de toda personalidad.
No es que Tarantino no sepa construir personajes. Death Proof, una película en la que no pasa nada, es prueba suficiente de ello. Allí, Quentin encara el que fue antes su mayor defecto, su manera de abordar la femineidad**, y construye el mejor manifiesto de amor a la mujer moderna que he visto en un buen tiempo. Y en una película que se supone es un ejercicio de estilo, y nada más.
Las mujeres de Death Proof son completas, complejas, deseables y queribles. Funcionan en el vacío, en relación a sí mismas, y las motivan cosas - la adrenalina, la fama, la amistad - diferentes a sus intereses amorosos. Que también existen: la imagen que me queda al final de esta película es la de la DJ interpretada por Sydney Poitier, mujer fuerte si las hay, manda a la mierda por SMS, borracha y despechada, al imbécil que la deja plantada y herida la noche en que después va a morir. Es esta imagen, y no la del Django superhéroe a caballo, la que quiero recordar del cine de Tarantino.
* Sí me gustaron, en cambio, las tomas panorámicas del invierno americano y Samuel L. Jackson y la lujuria insatisfecha de la hermana viuda de Di Caprio, tan creíble en esas fechas.
** Este post iba a empezar por ahí: una comparación y un constraste entre el Tarantino antiguo, de Reservoir Dogs y Pulp Fiction, anti-femenino y casi misógino (en la primera ni siquiera hay mujeres; en la segunda son objeto de deseo sexual y poco más) y el que viene después de Jackie Brown, como si las relaciones que vinieron con la fama - me viene a la mente Margaret Cho - hubieran abierto los ojos al buen Quentin.
domingo, 24 de febrero de 2013
La Guerra No Es Linda.
Vuelvo con
ustedes para llamar a su atención una interesante controversia que ha estado
corriendo en el sitio web de The Comics Journal y aledaños sobre el valor
plástico y la importancia histórica de E.C. Comics.
Para
aquellos que no lo saben, breve reseña histórica: E.C. (al principio
significaba “Educational Comics”, luego “Entertaining Comics”) fue una línea de
comics de terror, ciencia ficción, guerra, humor y crimen publicada entre 1949
y 1955 y creada por algunos de los mejores dibujantes y guionistas de su época.
La línea fue suspendida luego de la publicación de “Seduction of the Innocent”
del psiquiatra austríaco (formado en la escuela de Frankfurt) Fredric Wertham,
que los mostraba como la causa del crimen, la homosexualidad y las desviaciones
sexuales en los adolescentes norteamericanos (curiosamente, hallazgos recientesparecen demostrar la largamente acariciada sospecha de que Wertham mintió sobre sus fuentes). El libro incitó un pánico generalizado entre los buenos
ciudadanos de EE.UU. que derivó en una serie de audiencias públicas en el
Senado de los Estados Unidos y, finalmente, en la autocensura de la industria a
través de la creación del Comics Code Authority, un sistema draconiano de
reglas diseñado para que E.C. no pueda publicar más. Debido a su innovación
gráfica y sus historias con moraleja irónica y altos grados de humanismo, la
línea pasó a la historia como una gran oportunidad perdida para los comics yankees.
Ahora bien,
la discusión se inicia con la republicación de ésta larga crítica de Ng Suat Tong donde crítica a E.C. desde una perspectiva terriblemente altiva y literaria,
comparándolos con Aristófanes, Goya y Joyce y decidiendo que al lado de tan superiores
y geniales artistas, los comics de E.C. son porquería juvenil con algunos
detalles que los elevan, por momentos, a algo un poco mejor. Ahora bien, el
análisis de Tong es largo y sesudo y brinda numerosos elementos y ejemplos para
justificar su posición, algunos de cuyos puntos (sobre la simplística moralidad
y los enormes bloques de texto y el recurso medio agotador a los finales
sorpresa) tienen sentido, pero cuyo punto de partida, me parece, es
intrínsecamente fallido. Tong escribe como un crítico literario enojado por
tener que tratar con tan básicos escombros y en esa operación olvida que un
comic es algo diferente a una obra literaria o una obra plástica, por un lado,
y, por otro y quizás más importante, tira por la ventana cualquier tipo de
historización. Argumenta que “la buena escritura no se inventó a finales del
siglo XX” pero no entiende que, probablemente, en términos de comic, mucha de
ella si. No comprende la función de E.C. en su tiempo ni que su final evidencia
el celo y el odio de sus contemporáneos por estar produciendo algo diferente.
Asimismo, argumenta muchas veces que “el estilo está en función del contenido”
y no al revés. Emm, discúlpenme, pero pensé que los comics eran, en un 50% (y
quizás más), estilo. Quizás el contenido es “no-tan-bueno” para los estándares
actuales (y para el estándar de Goya) pero me parece injusto descartar por
completo su superficie visual por ello. Es la actitud de un iconoclasta enojado
que quiere tirar el templo sobre nuestras cabezas.
El artículo
(en realidad publicado en el 2003 en el Comics Journal) incitó una referencia simpática de parte de Chris Mautner en su reseña de las dos nuevas colecciones
de historietas de la E.C. que publicó Fantagraphics este año (editorial que,
coincidentemente, también publica The Comics Journal). Allí repite, un tanto
más medida y cuidadosamente, las acusaciones de Tong centrándose en cierto
jingoísmo que encuentra en las historias y en su representación heroica y
sufrida de los soldados norteamericanos, pero salvando bastante más su costado
gráfico.
A raíz de
esta crítica, Gary Groth levanta el guante (y ya va siendo hora de que
reconozcamos a Gary Groth como la joya de la crítica de comics que es, ¿dónde
está su estatua?, ¿dónde está su colección de escritura sobre comics esencial?
Gary Groth es un tesoro nacional) y escribe un gran texto en donde hace lo que
Tong no realiza jamás: contextualiza a E.C. Comics en su tiempo, haciendo
referencia a otras obras de arte popular del momento (por ejemplo, diciendo que
los mejores comics de E.C. eran como “una buena película noir”) y rescatando su
lugar en un panorama creativo particularmente yermo y su ambigüedad en términos
de la representación del combate y la violencia de la guerra. Groth, además, da
en el clavo cuando dice que los comics de guerra de la editorial son más que “simplistas,
comprimidos”, y que deberíamos tomarlos como “fábulas” antes que como retratos
naturalistas del combate. Pero lo más interesante es su rescate de la
editorial, su yuxtaposición a las prácticas editoriales del momento, su
reconocimiento de las fallas intrínsecas al modo de producción E.C. contra las
que sus mejores artistas intentaron luchar y su aceptación de que E.C. era
bueno por una combinación de contexto y ambición y una no puede ser entendida
sin el otro.
A partir de
esta respuesta, el enorme Joe McCulloch escribió un pequeño y conmovedor post en donde participa de la discusión de manera oblicua, haciendo en realidad un análisis
muy personal de la función del crítico en relación a obras de arte y a las
áreas más y menos populares / de una determinada práctica artística. A la vez
de que es una férrea defensa al derecho a escribir sobre lo que uno desee,
presenta una disección de los que significa / significó bloggear entre el 2001
y el 2010 (ponele) que será algo con lo cual varios de los redactores y
lectores de este blog nos podemos identificar inmediatamente. Especialmente con
la parte en la que dice que comenzó a postear menos a partir del momento en que
consiguió un trabajo. De cualquier modo, si tuviese que recomendar algo en toda
ésta discusión sería esto, no solo porque Jog (el alter ego de McCulloch) es un
gran escritor sino porque todo lo que escribe está teñido de una infecciosa
alegría y entusiasmo que corta al corazón de lo que significa escribir textos
aparentemente inútiles sobre arcanos del arte. Además, Jog dio en el clavo en
un twit en el cual recomendó leer las historias de E.C. “máximo de a cuatro por
vez”, o sea, el formato en el que fueron creadas originalmente.
Finalmente,
Eddie Campbell retoma la marcha de la discusión y la cambia de foco para poner
en perspectiva, acaso, aquello que se ésta discutiendo desde el principio:
¿acaso nos gustan los comics porque los ponemos en la misma bolsa que la Alta
Cultura y esperamos que respondan a su llamada o nos gustan en toda su
contradictoria, enojosa, fallida y grandiosa especificidad? Campbell, siendo un
artista de la puta madre (quizás, solo quizás, el mejor colaborador de Alan
Moore) se concentra en el arte, en la manera en que los dibujos cuentan una
historia, o, como bien lo pone “la interpretan”. El ejemplo del Marvel Method,
esa alquimia extraña concebida por Jack y Stan que nunca pudo ser replicada,
como algo que SOLO los comics pueden hacer bien es totalmente acertado. Luego
Tong contesta en The Hooded Utilitarian utilizando una dudosa lógica y
repitiendo sus argumentos iniciales, al mismo tiempo que ataca a The Comics
Journal (el lugar original donde fue publicado su ensayo) y compara, de una
manera tácita, a Harvey Kurtzman, Bill Gaines y compañía con los fundadores de
Image, momento en el que me pierde y solo puedo decir que en esta discusión
estoy fundamentalmente del lado de Campbell.
La
discusión, sin embargo, pone en relieve algunas cosas interesantes:
1) En
primer lugar, ilustra la naturaleza cíclica de la crítica de arte. E.C. Comics
está, luego de muchos años considerada una especie de vaca sagrada con su lugar
en la historia resuelto, en el lugar correcto para ser re-evaluada. Es una pena
que se lo haga en estos términos, porque algunas de las críticas son claramente
correctas.
2) Ilustra,
también, la dificultad de pensar objetos viejos con nuevas perspectivas. Si se
observa bien, la discusión está (y probablemente va a continuar) trabada en dos
campos enfrentados entre los cuales no hay entendimiento pero, y esto es quizás
más importante, tampoco hay una aproximación radicalmente nueva al objeto. Nadie
descubre nada diciéndonos que los comics de E.C. son verbosos y cuadrados en
muchos sentidos. De hecho la visión clásica se eleva sobre el concepto de que
eran buenos a pesar de ello.
3) La
intervención de Eddie Campbell arroja luz sobre algo bastante importante para
la crítica y estudio del comic que generalmente es pasado por alto: la
tendencia a obviar el arte y considerar un comic exclusivamente como un
conjunto de argumentos. Es que, realmente, hablar sobre dibujo es bastante
difícil y ni te digo de narración y storytelling sin que suene como una seca
clase de cómo están ordenadas las viñetas.
4) También
ordena los dos campos del debate (al menos de este debate): los “literarios”
que buscan “grandes obras” que puedan estar a la altura del mejor arte mundial
pero al hacer eso sacrifican en gran parte la especificidad del comic y los
“historietistas” (o “populistas”) que prefieren leerlos desde adentro del campo
y apreciar aquello que los comics hacen mejor que ningún otro medio, leyéndolo
como un nuevo lenguaje que tiene, en su historia, grandes partes de arte
comercial y restricciones estéticas.
5)
Finalmente, me hacen pensar en lo interesante que sería tener un debate similar
en Argentina sobre el comic de aventura de fines de los 50s, y lo necesario que
es un órgano similar al Comics Journal (al fin y al cabo el ojo de la tormenta
en esta discusión) para sostenerla. Quizás en un par de años, uno siempre puede
soñar.
6) En última instancia, también me hace pensar cuan inútil es este agregado a la discusión, cuya única "gracia de salvación" es mandarlos a leer cosas mejores. Salud!
martes, 19 de febrero de 2013
La Biblioteca Inexistente (30)
1) Entrevista a Zack Hill, miembro de dúo Death Grips. Super interesante su visión totalmente anti-sistema, como les chupa un huevo la guita, el conflicto que ocurrió con Epic y el mensaje atrás de poner una pija parada en la tapa de tu disco. Me encanta leer entrevistas y darme cuenta que los tipos no tienen miedo de nada.
2) Una inesperada pero certera visión feminista de Dredd, la sorpresivamente excelente película de nuestro héroe facho favorito. Todas las películas de acción tendrían que mostrar a las mujeres con la misma luz que esta película.
3) Observaciones muy agudas de Anita Sarkeesian, la muchacha que hizo un proyecto en kickstarter sobre el Sexismo en los videojuegos y recibió el backlash más grande del mundo. Lo que dice está muy bien: El trolleo y los ataques (tanto misóginos como de cualquier otra linda) son tan populares y masivos porque funcionan como perverso videojuego social, con premios y logros.
4) Fascinante perfil de Apollo Robins, pickpocketer profesional, tan experto en su arte que decide no robar y hacer una performance de lo suyo. Sin duda lo más interesante es como usa la percepción de las personas, como cualquier gesto les quita su atención, y deja libres otras partes y las vuelve vulnerables. Super interesante.
5) Análisis exhaustivo de 10.000 estrellas porno (nortamericanas), analizando su aspecto, cuanto miden, de que color es su pelo, donde viven, como se llaman, y un largo etcétera. Dataporn del bueno.
6) Increíble crónica de los avatares de la filmación de The Canyons, la película soft-porno con James Deen y Lindsay Lohan, escrita por Brett Easton Ellis y filmada con dos pesos. Podés sentir el stress y el caos de la filmación, en gran parte a causa de la inestabilidad de la pobre Lindsay que parece ser la persona más inestable de la galaxia.
lunes, 11 de febrero de 2013
Blackest Ops.
Zero Dark Thirty, sobre la cual sigue librándose
una embravecida batalla sobre su significado ideológico, es una película mucho
más inteligente y mucho más difícil que lo que la crítica parece haber
percibido.
Antes que cualquier cosa: Zero Dark Thirty, cinematográficamente
hablando, es una gran película. Es una película filmada de una manera cruda,
temblorosa, cortante. Los colores y las imágenes transmiten una sensación
continua que se divide en concreto y desierto. Es una película que prescinde
casi absolutamente de los azules, los verdes, los rojos para concentrarse en
los marrones, en los grises y sobre todo en los negros. Es una película filmada
con un pulso magistral, con una actitud “cero-mierda-y-florituras”. De una
manera militar pero también (sobre todo) mecánica, muscular. Sostiene el
suspenso de principio a fin (bueno, quizás le sobran 20 minutos hacia el final,
pero se perdona) y Jessica Chastain está muy bien como esa fachada impenetrable
que parece no ser afectada por lo que hace y la rodea hasta volverse ella misma
un arma.
El conflicto se presenta cuando varios de los
comentaristas habituales comienzan a ver en ZDT un “vibrante alegato a favor de
la CIA como héroes de la democracia norteamericana”. La miopía de la crítica de
cine actual es tal que sus anticuadas maneras de ver películas de forma maniqueas
se imponen. Creo que en toda la película la palabra democracia (o “defender la
democracia” o “somos luchadores por la democracia” o cualquier cosa por el
estilo) no es mencionada ni una sola vez. Ver a ZDT sencillamente como una
película de propaganda de la peor calaña es ser miope y terco. Quizás sea una
película pro-militar o pro-agencias de inteligencia, pero también es mucho más
inteligente que solamente eso. Alguien mencionó que era una película que
mostraba la violencia de forma asimétrica, que todas las escenas de violencia y
destrucción son únicamente las que muestran los atentados islámicos que
“destruyen Occidente”. Esto, en una primera mirada, parece ser rigurosamente
verdad. Pero una vez que lo pensamos un poco más nos metemos en el punto más
complicado de la película: su representación de la tortura.
La tortura es presentada en la película como
una cosa natural, como un hecho, como una herramienta inclusive útil. Hay algo
de esta representación que es obviamente chocante y que descoloca pero no es
justamente su horror. Lo que espanta es justamente su naturalidad. ZDT por un
lado dice “si, ésta es la manera en que combatimos ésta guerra, la cual es
inhumana y está por fuera de cualquier etiqueta tradicional de combate de
guerra, pero nosotros fuimos lo suficientemente estúpidos para meternos en un
conflicto infernal entonces ahora tenemos que aceptar las realidades de esta
nueva etapa bélica en la que estamos inmersos”. Así como no hay un ocultamiento
de la tortura, tampoco hay precisamente una glorificación. Y presenta a
norteamericanos golpeando, maltratando, atormentando a poblaciones locales de
una manera igualmente insidiosa, destructora del espíritu y salvaje que los
atentados. Estas escenas, junto con la totalmente asimétrica y desmesurada
operación contra Bin Laden son las únicas violencias que se muestran de
norteamericanos a musulmanes. Y me parece que no los dejan muy bien parados. El
problema es que la película no denuncia, no se hace ninguna ilusión con
respecto a estas prácticas y su cambio. Y esto es algo que parece ofender
muchas sensibilidades.
En segundo lugar, la película jamás presenta a
los agentes de la CIA como “héroes”. ¿Como personas quizás fascinantes y con habilidades
pulidísimas? Si, por supuesto. Pero el film muestra como esas mismas
habilidades, esa dedicación a su trabajo, esa separación elegida de la
normalidad, esa ejecución de acciones terribles los han vuelto, antes que
personas, herramientas. Maya es una flecha desesperadamente apuntada a un
blanco que quizás nunca alcance. Es sencillamente un autómata, que forma parte
de una maquinaria más grande, que ha abandonado cualquier vestigio de humanidad
o empatía a cambio de una misión. Sus interacciones solo se producen dentro del
trabajo. No hay ninguna escena donde no esté contenida en algún tipo de
edificio o estructura gigantesca que la rodea. Incluso cuando está en el
desierto, parece contenida, arropada por el desierto, en su inmensa soledad. No
tiene pasado (la escena en la que el jefe de la CIA le pregunta por las razones
de su elección para la agencia y ella simplemente le contesta que es algo que
no tiene la libertad de discutir) ni futuro. Es un personaje muy triste, vamos.
Y, finalmente, debajo de su aparente
bombasticismo norteamericano, en la película serpentea una extraña fascinación
con el mundo musulmán, con su espíritu de lucha, con su resistencia
inexplicable. Quizás esto es algo que solo yo haya visto, pero, no sé, la
escena en que ella vuelve de la calle vestida con una burqa, la única manera de
conseguir comida a altas horas de la noche; la escena en que otro de sus
superiores reza mirando a la Meca, rarísima porque está filmada con un extraño
respeto; la bellísima escena donde atrapan a Fahraj en lo que parece ser un
jardín o mezquita de Pakistán; la admiración continuamente repetida por los
agentes por las tácticas de espías de Bin Laden… Hay una escena, si, donde ella
despierta fastidiada por las plegarias matutinas, pero no es coincidencia que
se encuentre al principio de la película, cuando acaba de llegar. Hay una
continua repetición de que la convicción con la que lucha el mundo islámico
hace de esta una guerra muy diferente.
Quizás la confianza con la que está filmada ZDT
me convenció y me hizo resaltar sus mejores cosas, pero me parece que más allá
de eso, una lectura simplista y superficial de ésta película es un desmérito,
que es una película que se mete como gusano en tu cerebro y te deja pensando
durante semanas. En ese sentido, el último plano, esa cara de Maya que llora
desconsoladamente, es testimonio de la complejidad de ZDT. Porque si llora por
alguien, ese personaje completamente aislado, mecánico y sin humanidad, es por lo único por lo que alguna vez sintió algo parecido al amor, por Bin Laden, por su presa, y por lo que acaba de hacer.
jueves, 7 de febrero de 2013
El Proyecto JLA (Parte 03).
JLA #01 (1996).
Finalmente, llegamos al segundo relanzamiento que vale la
pena de la Liga post-Crisis. Y el último, por ahora. Le entregan a Grant
Morrison, quién en aquel entonces todavía no era una super-estrella, las llaves
del auto familiar. Y éste realiza, por primera vez en un escenario tan grande,
su tradicional operación de nuevo-y-viejo. Rescatar lo viejo que vale la pena,
el concepto principal, y rodearlo de ideas nuevas, de una pintura totalmente
moderna, que confunde a los puristas pero oculta un corazón clásico.
La JLA de Morrison (y ahora es JLA, como si eso
sencillamente significase TODO, ya no importa si es de América o si es de
Justicia, es una sigla, un sello, una agencia gubernamental, un mantra) es un
retorno a la idea de los Superhéroes Más Grandes Del Mundo. Pero acompañados de
desafíos (y un estilo taquigráfico de escritura) acorde a los grandes momentos
que se supone que viven estos seres. La Liga de Morrison está hecha de
situaciones en las cuales todo parece perdido, de grandes frases, de escenas en
las cuales con uno o dos gestos corta al núcleo de los personajes, de rescates
de último minuto. Como el “I know who you are” del primer arco, o la bala al
cerebro de Darkseid, o el ojo parpadeando bajo el lago.
Para acompañar este retorno a la grandeza, Morrison redujo
en principio el elenco a los “Siete Grandes”, uno de los detalles más
recordados de esta época, pero que olvida que prontamente la pobló de múltiples
personajes secundarios. Y lo curioso es que esas adiciones son totalmente de su
época: Steel, Aztek, Zauriel, Oracle, son todos personajes solo posibles a
mitad de los 90s, que la vuelven totalmente de su tiempo, de una buena manera. Como
toda serie de Morrison, todo apunta a un final pre-ordenado al principio, al
combate contra un enemigo final. JLA, sin embargo, es una serie donde Morrison estructura los arcos de una forma
continuamente creciente. Siempre pensé que es en esta serie donde el escocés de
algún modo inventa aquello que luego será conocido como el estilo wide-screen
de comics, un par de años antes que The Authority. La diferencia es que Ellis
tenía un concepto y a Bryan Hitch, mientras que Morrison solo tenía una idea difusa y a
Howard Porter (cuyo dibujo plástico, brillante, colorido, carente de
perspectiva y de narración clara es quizás el defecto más grande de este
período).
El primer número es un affaire bastante tranquilo en el que
se nos presentan a los nuevos villanos, se ataca a los héroes y se los junta a
todos en un mismo lugar (exceptuando a Aquaman, que aparece recién en el
próximo número). En comparación con los comics actuales, sin embargo, es una
aventura rapidísima. A la vez, todo el primer arco saca parte de su inspiración
(y sus títulos!) del sustrato de ciencia ficción absurdo que también cubrió a
la primera JLA, la de los sesentas, con sus Kanjar Ro’s, Gamma Gongs, Desperos
y Starros. Todo lo viejo es nuevo de nuevo pero de una manera que resalta lo
maravilloso y obvia lo aburrido. En el medio del número, está la clásica destrucción
del viejo equipo post-Zero Hour, que en la práctica ya no existía más.
Hay una cierta generación de lector que creció en los 80s y
se vio arruinado por la rápida sucesión de la Liga de Giffen y la Liga de
Morrison. Pensamos, por un breve tiempo, que la liga podría ser sobre ALGO, que
podría ser un comic divertido, o un comic grandioso, y no solamente la
colección de un montón de personajes taquilleros. Los próximos relanzamientos
se encargarán de probarnos lo contrario.
La base que estableció Morrison durará bastante tiempo,
siendo continuado con diverso éxito por Mark Waid y Joe Kelly, a pesar de que
con el tiempo serían víctimas de la erosión tan común en la Liga que hace que
la mayoría de los personajes importantes desaparezcan para ser reemplazados por
segundones. El último clavo en el cajón de esta versión sería Identity Crisis,
que haría estallar la imagen de los héroes más puros del mundo yendo al pasado
y violándolo, específicamente la etapa del satélite, la más recordada de la JLA
clásica. Si Morrison intentó volver a Gardner Fox con una sensibilidad
futurista, Identity Crisis avanza a los 70s y los deforma en sintonía con un
absurdo deseo de relevancia, en un comic que siempre estuvo mejor cuando
solamente trataba sobre héroes brillantes y sonrientes. Luego vendría Superboy
Prime y sus puños y no habría mejor momento para realizar un nuevo
relanzamiento.
Justice League of America #01 (2006).
Este relanzamiento se sucede a Identity Crisis e Infinite
Crisis, esos dos pedazos de mierda con forma de “historia” que machacaron
insistentemente sobre la disolución de la “trinidad” (otro concepto
innecesario) de Batman, Wonder Woman y Superman mediante la sospecha, la
paranoia y el actuar salvajemente fuera de personaje.
Encargada la Liga a Brad Meltzer (también responsable de
Identity Crisis), uno de los tipos con éxito más inexplicables de la faz de la
tierra, su objetivo sería reconstruir aquello que rompió con un estilo de
escritura de cuarta: esa confianza, esa “amistad”, entre los héroes más grandes
de DC. Y ese propósito lo resuelve sentándolos durante 22 páginas a discutir el
futuro plantel de la Liga de la Justicia en la Baticueva. Una cosa insufrible e
insoportable donde los personajes se llaman continuamente por su nombre de pila,
donde se pasan fotos en donde están un montón de héroes y votan, deciden quién
entra y quién no, como si fuesen el comité de una multinacional en una especie
de búsqueda de trabajo. Pero sacándose la ficha continuamente porque ESTA GENTE
SE CONOCE Y SE QUIERE MUCHO.
Hay pocas palabras para describir el asco que me produce
este relanzamiento de la Liga. Meltzer es un patán sin talento, que escribe
como si nunca jamás hubiese visto a personas reales hablar, cuya comprensión
del género superheroico se reduce a la formula “spandex + lágrimas”. Encima
está acompañado por el infame Ed Benes, un tipo que jamás debería haberse
elevado de dibujar cosas como Bloodsport o Brigade o alguna otra serie de Image
de los 90s, pero por algún error del destino, la mitad de los 2000s lo
encuentran en la devaluada posición de artista hot. Dibuja como era de esperar
de él: cuerpos absurdos, mucho cross hatching, caras con emociones
implausibles, culos brillantes. Ed Benes es un atentado contra tus ojos y
dibujaba el título más importante de DC Comics.
Además, la formación del equipo de Meltzer está empapada de
nostalgia, nostalgia por lo peor de una época de la Liga (el satélite) que,
como vimos, si bien es mejor que sus primeros años, tampoco es ninguna
maravilla. Le encanta Red Tornado. De hecho todo el primer arco argumental está
construido alrededor de Red Tornado. Red Tornado, gente. El clon de la Visión
que crearon para que los chicos modernos tengan su propio androide con
sentimientos en el Universo DC. En primer lugar: en mi corazón hay solo lugar
para un robot con sentimientos y ese es ROBOTMAN. En segundo lugar, Red Tornado
nunca tuvo una personalidad, ni una gracia, ni un rasgo distintivo. Bah, quizás
solo su traje (que es un buen traje desperdiciado en un personaje de mierda).
Es curioso pensar que es el único personaje de la Liga clásica que no fue
re-habilitado y re-aprovechado de una manera moderna en la época de la
caracterización superheroica contemporánea, o sea, la que se abre luego de Daredevil
de Miller. ¿Y saben por qué es eso? Porque es un personaje de mierda. Es un
llorón con una esposa aburridísima y poderes sobre los vientos y una hija que
nadie sabe de donde salió. En este comic su esposa se pasa al menos 10
cuadritos con lágrimas corriéndole por los cachetes.
Después el equipo está compuesto por perdedores o sujetos
interesantes a los que Meltzer intenta volver lo más aburridos posibles. Vixen,
sin un rastro de su crecimiento en Suicide Squad, Black Lightning en el rol de
“heroe-que-hizo-cosas-malas-y-sabe-moverse-en-el-inframundo-criminal-pero-tiene-conciencia”,
Black Canary sin sal, Hal Jordan (y todos sabemos que Hal Jordan es el
personaje más aburrido del mundo) y otros que no recuerdo. Bah, si, recuerdo a
Red Arrow, ese intento risible de rehabilitar a Roy Harper, el ex sidekick de
Green Arrow cuya mayor gracia es haber sido adicto a la heroína. Pero la manera
en que lo escribe Meltzer, dios mío, como un cancherito con chivita que hace
chistes sobre viejos y es muy cool a pesar de tener una hija. Dios santo, todo en
esta Liga de la Justicia está TAN MAL.
Al abandonar la acción cósmica, no encuentra nada para
reemplazarla, e intenta reemplazarla con lugares comunes de autoayuda y con la
peor caracterización del mundo. La Liga siempre fue un acto de balance entre
caracterización y acción (como cualquier grupo de superhéroes) pero a Meltzer
no le interesa escribir acción y es HORRIBLE en la caracterización. Entonces
queda una cáscara sin sentido, que huele a años setentas recalentados, al
recuerdo difuso y equivocado de una época de gloria que no fue tal. Meltzer se
iría luego de 12 números y la serie caería en un limbo de desprestigio,
progresiva caída de ventas y micro-management por parte del equipo editorial de
DC Comics, que la vería envuelta en eventos absurdos, desviaría sus historias
continuamente y básicamente la haría caer en la irrelevancia, a pesar de los
valerosos esfuerzos de Dwayne McDuffie y James Robinson.
Por otro lado, si uno ve la tapa del número 1 (esa
agrupación gigante de héroes donde se mezclan Superman y Batman con Star
Spangled Kid y el nuevo Blue Beetle) parece premonitoria de una despedida del
DCU post-Crisis. Ese DCU conflictivo, hecho de retazos y parches de continuidad
pero a la vez inmensamente creativo y particular. Quizás los mejores 25 años de
la editorial a nivel de producción de ideas y de autores. El próximo y último
relanzamiento ya será en un panorama muy muy cambiado.
Justice League #01 (2011).
Y finalmente llegamos al comic que me hizo dar ganas de
escribir todo esta masa de cosas, el relanzamiento dentro del marco del New (ya
cada vez menos New) 52, hace un año y medio. El comic más vendido del 2011,
creo. ¡Jim Lee! ¡Geoff Johns! ¡Los seis grandes más Cyborg! ¡Darkseid!
¡Parademonios!
Y bueno, nada, es un comic mediocre, como casi todo el New
52. No es espantoso como la JLA de Meltzer, pero tampoco es muy genial. El
primer número está dedicado a Batman y Green Lantern y como se encuentran y se
llevan mal y cazan un parademonio y buscan a Superman en Metrópolis. El arco
inicial es una clásica “reunión de fuerzas” en la que se enfrentan a una
amenaza superior que todos ellos y terminan triunfando y aprendiendo a confiar
el uno en el otro. Ah, cuanto han cambiado los tiempos desde que en su
lanzamiento la JLA se enfrentaba a Starro, porque ahora su némesis es nada
menos que Darkseid. Es un poco triste la sobre-exposición de Darkseid en el
Universo DC, la falta de otro villano cósmico a su escala, el continuo
desaprovechar gracias a trucos baratos de alternativas como el Anti Monitor,
Nekron o Parallax. En fin. Y saludos a Geoff Johns por escribir un Darkseid que
no tiene ABSOLUTAMENTE NADA de amenazante. Es un pedazo de granito que se para
en un lugar y tira unos rayos, pero no queda nada del tirano intergaláctico
cuya sola presencia debería ser suficiente para darte pesadillas. ¿Donde están
las frases memorables, la sensación de que una vez que Darkseid te mira a los
ojos toda tu individualidad es borrada para siempre, la reptante degradación?
Para Geoff Johns Darkseid es solamente un musculoso de otro planeta. Y para eso
ya tenemos a Mongul.
Johns intenta reconstruir la JLA sobre la base de la
amistad, una vez más, y como en toda construcción de este tipo elige iniciar la
historia en el momento en que todavía se tienen desconfianza y crecen a
depender el uno del otro. El problema es que todo parece tremendamente forzado.
El pacto de amistad se sella en una escena absurda en que Batman se
desenmascara frente a Hal Jordan y le dice quién es. Somos sometidos a la
escuela de caracterización Geoff Johns, en el cual todos los personajes son
reducidos a un rasgo característico que luego es machacado una y otra vez
convirtiéndose en toda su motivación. De algún modo, en la idea de amistad
dentro de un equipo y en cierta caracterización que resalta lo peculiar de cada
personaje, ésta Liga parecería tomar una página de los New Avengers de Bendis,
una vez más atrasando con los tiempos. Es otro ejemplo de la rara mezcla de
viejo y viejo del New DCU. Es como un hombre de setenta años vistiendo las
ropas de un tipo de cuarenta. Una pátina de pintura noventista ya rancia sobre
ideas de los ochenta.
El problema es que un universo ficcional es una cosa frágil,
y cuando reseteas y reacomodás las piezas, al principio nunca va a parecer una
cosa natural. Y tarde o temprano, el orden natural se reimpone. Este primer
arco sirve, además, como origen de Cyborg, que ahora es un miembro
imprescindible de la Liga, a pesar de que nunca se nos muestre el por qué con acciones. Es
el clásico implante que intenta refrescar con la renovación de una pieza un
conjunto de ideas nada nuevas. Es un pedazo de aglomerado fácil de cambiar de
nuevo.
Lo que creo haber descubierto escribiendo esto es que la
Liga es un animal muy extraño: no tiene concepto y funciona mejor cuando 1) o
esa falta de concepto está a la vista y no se intenta hacer nada con sus
personajes (la JLA de Morrison) o 2) cuando se la cambia tanto que su concepto
es otro y prácticamente podría no ser la Liga (Giffen). No podés tener a
Superman, Batman, Wonder Woman y etc. y pretender cambiar su dinámica o
volverlos amigos o amantes. Si podés contar grandes historias cósmicas
totalmente vacías de sentimiento. No podés tener avance y espectáculo al mismo
tiempo. Al menos no en la Liga. Y esa es la espada en la que generaciones de
guionistas procedentes de las fabricas de carne de la industria del comic
norteamericano se van a seguir inmolando por siempre.
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